70. El plan

Hariella, después de acostar a sus hijos, se dirigió a su cuarto, sintiendo el silencio y la calma de la noche envolviendo la casa. Se despojó de su ropa empresarial, que había llevado todo el día, y se puso un baby doll oscuro que realzaba su figura. A pesar de los años y de haber pasado por el embarazo, su cuerpo se mantenía intacto, esculpido con la gracia y la elegancia que siempre la habían caracterizado. La maternidad, lejos de restarle belleza, había acentuado sus curvas de manera voluptuosa: sus pechos habían crecido, sus caderas se habían ensanchado ligeramente y sus glúteos habían ganado volumen.

Hariella era la encarnación de la belleza angelical. Su cabello rubio caía en ondas suaves y brillantes, enmarcando su rostro con un halo dorado. Sus ojos azules, profundos y serenos, eran como dos zafiros que irradiaban una luz etérea, capaces de hipnotizar a cualquiera que los mirara. Su piel blanca, suave y sin imperfecciones, tenía una luminosidad propia, similar a la porcelana
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