Hariella, después de acostar a sus hijos, se dirigió a su cuarto, sintiendo el silencio y la calma de la noche envolviendo la casa. Se despojó de su ropa empresarial, que había llevado todo el día, y se puso un baby doll oscuro que realzaba su figura. A pesar de los años y de haber pasado por el embarazo, su cuerpo se mantenía intacto, esculpido con la gracia y la elegancia que siempre la habían caracterizado. La maternidad, lejos de restarle belleza, había acentuado sus curvas de manera voluptuosa: sus pechos habían crecido, sus caderas se habían ensanchado ligeramente y sus glúteos habían ganado volumen.Hariella era la encarnación de la belleza angelical. Su cabello rubio caía en ondas suaves y brillantes, enmarcando su rostro con un halo dorado. Sus ojos azules, profundos y serenos, eran como dos zafiros que irradiaban una luz etérea, capaces de hipnotizar a cualquiera que los mirara. Su piel blanca, suave y sin imperfecciones, tenía una luminosidad propia, similar a la porcelana
A la mañana siguiente con la asistencia de Lena se dio en la tarea de conseguir a una niñera. Luego de hacerlo, estaba en el auto con sus mellizos, Helios y Hera. Estaban en el estacionamiento del centro comercial.—Recuerden que no deben decir mi nombre —dijo Hariella a sus gemelos. Les entregó una tarjeta de crédito negro, solo por la ocasión especial.—Sí, mami —respondieron ellos al unísono.Los mellizos bajaron del auto en compañía de la niñera. Tenían cuatro años y eran el reflejo de la elegancia y la gracia heredadas de sus padres. Con su cabello rubio y sus ojos azules, parecían pequeños príncipes sacados de un cuento de hadas, siempre impecables y sofisticados a pesar de su corta edad, pues así los mantenía Hariella, siempre pulcros y sofisticados.Hera llevaba un vestido negro que resaltaba su belleza angelical. El vestido estaba confeccionado con un tejido de terciopelo suave que caía delicadamente hasta sus tobillos. La parte superior tenía un diseño clásico con un escote
Hermes, de la mano de los mellizos, recorría las tiendas del centro comercial, sin saber que aquellos niños eran sus propios hijos. Los tres disfrutaban de momentos de elección y diversión, mientras los pequeños señalaban emocionados los juguetes y ropas que les llamaban la atención. Se inclinaba hacia ellos, escuchando atentamente sus opiniones y riendo con sus ocurrencias.Detrás de ellos, Marianne y la niñera los seguían, cargando las bolsas con las compras que iban acumulando. Marianne, observaba el nivel de confianza que ellos tenían. Además, Hermes no había objetado que era el padre. Si de verdad ellos eran los hijos de Hariella y de Hermes. Era cierto que no tenían ninguna posibilidad de haber ganado el corazón de él. Suspiró con decepción. Él ya tenía a una mujer a quien amar y pequeños frutos de su amor. Moldeó una sonrisa de alegría por ellos.Hariella, por su parte, se mantenía a una prudente distancia, observando la escena con una mezcla de emociones. Había prometido que,
Ella arrugó el entrecejo y ladeó la cabeza. Dudó en tomar la tarjeta, pero el niño la suje del brazo y se la puso en la mano.La cajera observó, sorprendida lo que estaba pasando. Había entendido el gesto del niño al salvar la muchacha.Helios fue a buscar la caja con las prendas que ella se había medidos. Miró la talla de las blusas, camisas y jeans. Así, fue a buscar toda la ropa que medía lo mismo y la empezó a echar en otro carrito más grande. Escogía todo lo que se encontraba a su paso de todos los colores.—¿Qué haces? —preguntó la chica, todavía sin asimilar lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo un niño pequeño pagar todo ese dinero?—Esto… También —dijo Helio. Llevó el carro repleto de ropa a la caja.En ese momento llegó otra vendedora y le susurró algo al oído a la cajera. Hermes, Hera, Mariane y la niñera habían visto la escena desde la distancia. Le había dicho que él pagaría por lo que eligiera.—Por supuesto —dijo la empleada—. Enseguida tomo el pedido.—¿En serio? —se pregunt
Al día siguiente, Hariella se encontraba en la oficina de su empresa. Ya era de tarde. Debido a las discusiones, el proyecto de la alianza entre Industrias Hansen e Industrias Mars, habían quedado a un lado. Pero era un tema relevante y también era una excusa, para volverse a encontrar con Hermes.Hariella cogió el celular, se aclaró la garganta y le marcó al número de Hermes. Esperó pocos segundos y la llamada fue recibida.—Aló —respondió Hermes con tono neutro—. ¿Con quién hablo?—Sabes con quién hablas, no te hagas el tonto, que no lo eres —dijo Hariella con arrogancia.—Pienso que se ha equivocado de número, señora.Hariella se despegó el móvil de la oreja y vio que Hermes le había colgado la llamada. Esa era la primera vez que, alguien le cortaba la llamada a Hariella Hansen, la misma e inalcanzable magnate. Endureció su expresión y un aura asesina la cubrió. Luego su celular sonó y recibió la llamada. Era Hermes de nuevo.—Señora Hariella, discúlpeme. No la he distinguido —dijo
Hariella sacó un pequeño espejo de su bolso, un pintalabios y maquillaje. Se dio un pequeño retoque y se apretó varias veces los labios. Luego se levantó de la silla y cuando iba caminando, Lena la vio.—¿Va a salir, señora? —preguntó Lena con sosiego.—Sí, iré a dar un paseo por la ciudad.—¿Puedo ir con usted? Ya casi es hora de salir.—Haz lo que quieras, Lena. —Hariella se mostró desinteresada, pero luego una idea llegó a su cabeza—. Contrata un camión,Hermes soltó un suspiro cuando terminó de hablar con Hariella. Estaba sentado en un sillón de su cuarto de hotel. Hablar con Hariella siempre era complicado; esa mujer era arrogante, caprichosa, egocéntrica y orgullosa, pero él sabía que muy, pero muy en el fondo, era amable, cariñosa y tierna. Solo que, a la distinguida magnate, le gustaba mostrarse fría e imponente, para mostrar su poderío y para ocultar sus verdaderos sentimientos. Era un tonto, pero él amaba a esa mujer tan engreída y solo quería abrazarla con fuerza. Las mujer
Hermes oyó la voz tan familiar que le hablaba y alzó su vista hacia Hariella. No importaba cuantas veces la había visto, ella todos los días amanecía más preciosa. Sus ojos se cruzaron e ignoraron a los que estaban a los alrededores. Esa vista celeste lo atraían de gran manera y nadie más lograba cautivarlo de esa forma tan poderosa.—Creí que ya no venias.—Debe ser un honor para ti tenerme como invitada. Ahora ya un sitio importante, solo por mi presencia—comentó Hariella con reservada altanería—. De mensajero a vendedor, un cambio bastante pobre.—Siempre tan arrogante. Pero esta es la fila para comprar.—¿Quién dijo que no iba a comprar? —Hariella chasqueó los dedos. Lena vio la señal y le indicó al conductor del camión para que avanzara—. Llevaré una rosa.Hermes vio el enorme camión y enarcó las cejas.—¿Un poco exagerado, no lo crees?—La sencillez no existe en mi diccionario —respondió Hariella con arrogancia.—Puedo verlo. —Hermes le dio la rosa y un trabajador la recibió por
Hermes vio como un ostentoso auto se estacionó en la carretera. Las puertas fueron abiertas por una mujer de avanzada edad. Recordaba de quien se trataba; era la verdadera ama de llaves de la mansión Hansen. Frunció el ceño cuando vio a dos pequeños niños con aura angelical, que también se bajaban del carro. Para completar, a ellos también los conocía; eran los mellizos con los que se había topado cuando había legado de nuevo al país. Pero, cada uno, en sus brazos, traía una flor; el niño, la rosa amarilla eterna, y la niña, la rosa roja.—Los niños del aeropuerto y el centro comercial —comentó Hermes en voz baja, casi como un leve susurro.—¿Los niños del aeropuerto? —preguntó Hariella, que lo alcanzó a escuchar.—Ya los había conocido. Me los encontré cuando regresé al país. Ellos se habían perdido y yo los llevé hasta un guardia de seguridad —confesó Hermes—. Además, también me los encontré en el centro comercial, ¿y por qué traen esas rosas? Se parecen a las que había comprado.A