Capítulo 3

Después de haber escuchado en varias conversaciones telefónicas las explicaciones de Maggie sobre lo apuesto, lo interesante, lo maravilloso y lo atractivo que era su jefe y prometido, Hannah estaba preparada para el impacto visual de Mitch Grainger.

Por eso, cuando éste llegó al apartamento de Maggie media hora más tarde, ni la sorprendió ni la defraudó. Mitch parecía ser todo lo que Maggie aseguraba de él, e incluso más. Era un hombre educado y cortés. Amable y tierne con Maggie, y un perfecto caballero con Hannah.

Hannah no pudo evitar observar que cada vez que Mitch miraba a su prometida, sus ojos brillaban con una mezcla de adoración, alegría y hambre sexual. Muy a pesar, Hannah tuvo que reconocer que aquel destello de luz provocaba cierta sensación de inquietud en su pecho.

¿Sería envidia de Maggie y las emociones que despertaba en Mitch sólo al verla y tenerla cerca?

¿Envidia? ¿De su mejor amiga? La idea la hizo sentirse entre confundida y avergonzada. Quizá si hubieran estado ellos tres solos alrededor de la pequeña mesa tomando café, Hannah habría podido examinar aquellas sensaciones con mayor detenimiento.

Pero Mitch no fue solo. Aunque Hannah estaba preparada para el prometido de Maggie, el impacto que tuvo en ella el hermano mayor de Mitch, Justin, la pilló totalmente desprevenida.

Y menudo impacto había sido. Hannah sintió las reverberaciones en cada molécula de su ser, las sintió y las detestó. Físicamente, los dos hermanos eran bastante parecidos, aunque su forma de vestir no podía ser más diferente.

Mitch llevaba un traje de chaqueta azul marino, una camisa azul cielo, una cobarta a rayas azul y gris y un abrigo largo de cachemira gris, en resumen, la imagen del perfecto hombre de negocios. Justin, por su parte, se había quitado un sombrero vaquero de piel marrón, bastante usado y desgastado,y una chaqueta de ante beige. Debajo de la chaqueta, llevaba una camisa azul metido en unos desgastados pantalones vaqueros que marcaban las estrechas caderas y las largas piernas. En los pies, unas botas vaqueras de punta.

Justin Grainger, con casi metro noventa y cinco de estatura, media casi veintre centímetros más que Hannah. Su cuerpo, delgado pero musculoso, se alzaba como una torre de poderosa masculinidad.

Al instante Hannah comprendió por qué a Maggie le había resultado tan divertido que Mitch amenzara a su hermano con fregar el suelo del casino con él si se le ocurría decir algo fuera de lugar. Porque aunque Mitch parecía bastante capaz de fregar el suelo con casi cualquier hombres, era evidente que su hermano no era uno de ellos.

Justin Grainger tenía el pelo oscuro, con mechones plateados en las sienes, y un poco largo en la nuca. Sus ojos, grises y fríos como las aguas del Atlántico Norte en enero, eran penetrantes como el helado viento del invierno, a la vez que distantes y remotos. Y cada vez que dirigía su mirada fría a Hannah, ésta sentía un escalofrío que la recorría desde la cabeza a las puntas de los pies.

La inmediata conclusión de Hannah respecto a los dos hermanos fue que Mitch tenía carácter fuerte y dinámico, mientras que Justin era un volcán silencioso pero ardiente de sexualidad contenida, dispuesto a entrar en erupción sin previo aviso sobre cualquier mujer inocente y desprevenida que se cruzara en su camino.

Afortunadamente, después de sobrevivir una relación sentimental dos años atrás, una relación que le había hecho tanto daño que ni siquiera había hablado de ella ni de sus consecuencias con Maggie, Hannah no era en absoluto una mujer inocente y mucho menos desprevenida. Al contrario, su actitud hacia los hombres era de no confiar en ninguno.

Cuando Maggie los presentó, Hannah aceptó primero la mano que le ofrecía Mitch. Era una mano cálida, el apretón cortés. Pero apenas pudo pensar en el saludo, ya que lo único que podía escuchar era el sonido de la electricidad estática al estrechar la mano extendida de Justin. No sólo la oyó, sino que la sintió zigzagueando desde la palma de la mano a cada partícula de su cuerpo.

Hannah dirigió una rápida mirada hacia Maggie y Mitch, pero la pareja se había alejado hacia el pasillo, a colgar los abrigos de los hombres en el armario del vestíbulo.

-Señorita Deturk.

Eso fue todo lo que dijo Justin. Su apellido. Ni siquiera su nombre de pila. Su voz era grave, su tono inquietantemente íntimo. Hannah sentía la mano como si se la hubiera marcado a fuego. No se había dado cuenta de que él seguía sujetándola firmemente entre sus dedos. Volvió la mirada hacia él, sintiendo que se le secaba la boca al ver las diminutas llamas que bailaban en las profundidades de los fríos ojos grises.

Sintiéndose ligeramente desorientada, y molesta por su reacción, recuperó su mano y murmuró:

-Señor Grainger.

-Justin.

-Justin -repitió ella, inclinando la cabeza, sintiéndose como una adolescente, sin saber que daba la impresión de ser una arrogante reina fría y distante, en actitud condescendiente con uno de sus súbditos más hulmides.

Una sonrisa curvó los tentadores labios masculinos.

-¿Puedo llamarte Hannah? -dijó él, casi en un susurro.

<<Oh, no>>, pensó ella.

Su voz era incluso más grave, más íntima, y mucho más cautivadora cuando la tuteaba.

Convencida de que su cerebro había quedado reducido a una pequeña masa inerte, Hanah apenas pudo balbucear su respuesta.

-Como quieras.

-Bien, ¿listos para el postre?

La animada voz de Maggie disolvió la extraña neblina que parecía rodearlos.

<<Gracias a Dios por la interrupción>>, pensó Hannah, dando la espalda al hombre.

-¿Tienes café? -preguntó Mitch.

-Claro que sí -dijo Maggie, cruzando el salón hacia la pequeña cocina.

Agradeciendo la excusa para alejarse del poderoso cuerpo de Justin y el efecto que estaba teniendo con ella, Hannah corrió a ayudar a Maggie. Sirvió el café, con sumo cuidado de no mirar directamente al hombre. Creía que ya tenía la situación controlada cuando volvió a sentarse otra vez a la mesa, esta vez junto a Justin.

En el mismo momento en que se sentó en la silla,supo que estaba equivocada.

Bajo la amable mirada de Justin Grainger, el entusiasmo y el interés de Hannah por el café y el postre sorpresa prometido por Maggie se desvanecieron.

-¿Qué es? -preguntó Mitch, mirando la fuente que Maggie había colocado en la mesa, donde parecía haber una mezcla de ingredientes al alzar.

Maggie sonrió.

-Karla lo llama Paradisíaca Sorpresa Hawaiana. Lleva piña, cerezas, almendras y nata, y os lo aseguro, está de muerte.

-Ahora lo veremos, o mejor dicho probaremos -dijo Mitch, en un tono divertido y cargado de afecto.

Pero su hermano se le adelantó. Tomó una cucharada de la mezcla y se la metió a la boca.

-Delicioso -aseguró,saboreándolo.

Una vez más, el tono grave y ultrasensual de la voz de Justin provocó un escalofrío que recorrió toda la columna vertebral de Hannan. Fue un escalofrío que ella no conocía, y que ni deseaba ni apreciaba. Al mismo tiempo, el destello en sus ojos desencadenó una desconocida sensación de calor en los más hondo de sus entrañas.

Molesta consigo misma por ser incapaz de controlar sus reacciones, Hannah no pudo evitar sentir la extraña mezcla de atracción y rechazo que Justin provocaba en ella. Sólo con mirarla, él hacía que todo su cuerpo chisporroteara de deseo.

Maldita sea.

Hacía mucho tiempo que Hannah no reaccionaba tan cálidamente ante un hombre, y desde luego nunca había chisorroteado por ninguno. Pero la honestidad que la caracterizaba la obligó a admitir que en aquel momento lo estaba haciendo por Justin.

Y no le hacía ninguna gracia.

La conversación que entablaron entre los cuatro era general; para Hannah, aburrida. Aunque su aspecto era el de una mujer con gran aplomo y serenidad, por dentro se sentía tensa y paralizada.

Aquella noche, después de que los dos hermanos se fueran del apartamento, Hannah permaneció despierta en la cómoda cama que Maggie le había preparado. En silencio examinó las conflictivas emociones que Justin Grainger había despertado en su cuerpo y en su mente de forma tan casual y con tan poco esfuerzo.

Se sentía vacía, necesitada. Casi la asustaba. ¿Cómo podía haber pasado?, se pregunta. Ella no era en absoluto del tipo de mujer que se ponía nerviosa e inquieta por la mirada de un hombre, y menos aún por el sonido grave y sensual de su voz.

Desde luego, Justin no había dicho ni hecho nada fuera de lugar. Había sido tan educado y respetuoso como su hermano Mitch. Excepto con los ojos. Justin Grainger tenía unos ojos penetrantes e intensos.

Un estremecimiento la recorrió, y ella se acurrucó aún más bajo el edredón. Sabía que no se debía al frío del aire, sino a un frío interno, mucho más profundo, que ni tres ni ocho edredones más lograrían desvanecer.

Hannah llegó a la conclusión de que sobrevivir a los días siguientes, con el ensayo, la cena, la boda y la recepción, podía ser una experiencia cuando menos interesante. De hecho, lo que en realidad temía era que fuera una auténtica prueba de resistencia.

¿Estaría a la altura del desafío sensual que prometían aquellos inquietantes ojos grises?

Se dijo que sí. Ella era una mujer independiente y fuerte, muy capaz de superar todo tipo de obstáculos, y que siempre había preferido matarse a trabajar para crear su propio negocio a trabajar para otros.

Claro que su razonamiento tenía un pequeño fallo: aunque Hannah pensaba que sería capaz de sobrellevar la situación y regresar a Filadelfia ilesa, no estaba segura al cien por cien.

Y eso sí que daba miedo.

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