El olor a grasa quemada inundaba el santuario. La Reina, con su propia mano, había sacrificado a cincuenta corderos blancos, los mejores de su rebaño. Con gran esfuerzo, los apiló uno por uno sobre un montículo de leña de sándalo y prendió la hoguera. Rezaba. Su cuerpo exhausto, bañado de la sangre de los corderos que caía como lluvia desde su ropa formando un charco a sus pies, temblaba. Sabía que la decisión estaba tomada, nada la cambiaría. Se desplomó de rodillas, la cara contra el piso absorbiendo la sangre por sus poros, entrando en su nariz al respirar, en su boca; sollozaba. Quizás los dioses permitiesen un final feliz.
Amanecía.El cielo teñido de naranja, con matices rojizos y rosados brindaba un amanecer admirable. Una suave brisa hacía ondear la roja cabellera de un hombre robusto. Era Gerbas, el Rey de Valle Blanco. Sus ojos estaban fijos en ese sol saliente, que asomaba poco a apoco alumbrando un nuevo día, con una luz que se reflejaba una y otra vez sobre los enormes salitrales que cubrían su reino, brindando un espectáculo único. El rey Gerbas recordaba. Hacía cuatro años que se había casado con la mujer que amaba; ese día, el amanecer había sido igualmente bello. En su expresión se mezclaba la felicidad del recuerdo, se había casado con la mujer que amaba desde la niñez, privilegio extraño en la realeza, y la tristeza, ya que frente a él, a unos doscientos metros, tenía el ejército más poderoso, brutal y tenebroso que jamás hubiese existido. El grito de los hombres se mezclaba con el de las bestias quebrando la belleza del amanecer.Era el ejército del rey Morok, un minotauro sediento de venganza. Minotauros, centauros, trolls, y orcos formaban parte de su ejército, además de hombres de reinos aliados o caídos en guerra.Le había tomado mucho tiempo a Morok llegar hasta ahí, conquistando reinos pequeños, sumando armas y soldados, hasta ir avanzando y arrasando con todo a su paso para llegar a su objetivo principal: el rey Gerbas. Último escalón de su venganza. Muchos años atrás, Gerbas lo había enviado al exilio junto a su compañera y esposa, desde entonces, el odio hacia la raza humana y la sed de venganza fue su motor y único motivo que sustentaba su vida.El aire estaba denso, los soldados comenzaban a ponerse nerviosos, tenían miedo. El rey Gerbas cabalgó con su caballo blanco hasta el centro de ambos ejércitos y esperó al minotauro, quien se acercaba a paso lento pero firme. Cuando llegó a su lado, Morok se inclinó ante el rey de los humanos y acarició a su caballo que se paró en sus patas traseras, relinchando asustado de la bestia que tenía enfrente._Gerbas, tanto tiempo ha pasado.- Mirando a los ojos del rey continuó hablando.- Los años se notan en tu rostro ya._Sí, ya no soy un jovencito Morok, pero los años me trajeron experiencia.- El minotauro asintió con su cabeza. - Acabemos con la cortesía, no estás aquí como invitado y, a juzgar por el desastre has dejado a tu paso, no vienes a forjar una alianza._Y a juzgar por el pasado, te faltó decir. - La bestia caminaba alrededor del rey y el caballo giraba en círculos nervioso sin darle la espalda.- Sabes, mi compañera murió luego del exilio, nos arrojaste a las Montañas de Fuego sin nada, no había vegetación ni animales que cazar, tampoco armas para hacerlo… ella murió de hambre Gerbas, y con ella nuestro hijo en su vientre.El minotauro, que ahora le daba la espalda al rey, había quedado absorto en sus pensamientos, con ojos vacíos que pronto se humedecieron por los recuerdos. Gerbas volvió a fijarse en el amanecer, quizás el último que viese, su rostro ajado por el paso del tiempo estaba cubierto por una barba tupida tan roja como su cabellera, ambas, cabellera y barba, parecían la continuación del reflejo del sol en los salitrales. Si Morok hubiese estado más cerca hubiese podido ver el brillo de comprensión y arrepentimiento que iluminó por un segundo sus ojos. Comprendía que él era el culpable de que la oscuridad descendiera sobre las tierras del hombre, una decisión del pasado, tomada sin sabiduría y de manera impulsiva había sembrado odio y noche en el corazón del minotauro; una enorme negrura ante la que todo hombre sucumbía._ Realmente lo siento mucho Morok, era un muchacho en ese entonces…._ No, no, tranquilo, amigo mío- lo interrumpió el minotauro –, ya tengo la solución. Verás, no sólo se trata de tomar tu reino, claro está que voy a matarte, eso ya lo sabes, pero, me enteré que tienes un hijo, un pequeño bebé aún- sonrió con malicia y miró fijamente a su enemigo a los ojos -. Voy a encadenarte, delante de los sobrevivientes del reino, y todos… No, tu…tu observaras, como devoro a tu hijo mientras aún está con vida.- El rostro del rey Gerbas se desfiguró y palideció - Lo escucharás llorar y te prometo que no será rápido. Empezaré por los pies e iré subiendo de a poco. Pero tranquilo, viejo amigo, te lanzaré su cabeza como recuerdo.Gerbas giró su caballo dirigiéndose hacia sus hombres con la risa del minotauro haciendo eco en el campo de batalla. Mientras el semental blanco volaba arrancando pasto bajo sus cascos, el hombre levantó su brazo derecho en el aire sobre su cabeza y lo bajó en forma horizontal dejándolo allí unos momentos. Morok observó como unos guerreros salieron a toda velocidad alejándose del campo de batalla. La bestia lanzó un aullido ensordecedor y su ejército se abalanzó hacia delante. La guerra había comenzado.Los guerreros que se alejaban eran la guardia real, se dirigían a toda velocidad al palacio. Cuando llegaron allí una mujer los esperaba con bolsones que cargaron en los caballos, pero lo más importante, una canasta de tela con un bebé en ella, era el hijo de Gerbas, el príncipe Falco._¿Ya partirán, Nana?- pregunto Anroc, el capitán de la guardia real- Deben hacerlo pronto, si ese minotauro llega a palacio, usted será una de las primeras víctimas para averiguar dónde está el Príncipe._Sí, señor, ya tengo todo listo, las doncellas y yo partiremos al norte, varios guardias y algunas familias vendrán con nosotras, , cruzaremos los salitrales. Somos los últimos ya._Los salitrales, no será agradable pero si lo más rápido. ¿Y la Reina?_En el santuario. Se niega a irse sin su esposo y su hijo, no hubo forma de convencerla. _Adiós.- Por un instante las lágrimas velaron los ojos del capitán.- Si nuestra misión tiene éxito, tal vez nos encontremos algún día. Cuídese mucho, Nana.El capitán se despidió de la niñera y partió con sus hombres. El dolor había sido tal que llegó a pensar que sus entrañas se desgarraban en mil pedazos. El trabajo de parto llevaba más de diez horas, la extenuación había alcanzado un punto en que ya no podía diferenciar entre pensar y sentir. Varias veces la partera había empujado sobre su panza en vano, el príncipe se había negado a nacer. La reina estaba de rodillas, en el santuario, recordaba. La sangre había caído de su cuerpo ese día como ahora de sus ropas. Cayó al piso de costado en un charco de sangre animal, el recuerdo era tan intenso que el dolor le abrazaba las entrañas como aquel día, llevó las piernas hacia su panza y, mecánicamente, fantasmalmente, empezó a pujar. El humo del sacrificio seguía elevándose hacia el cielo. Inesperadamente, un berrido corto y enérgico, más parecido a un gruñido de reproche, había anunciado el nacimiento. Prontamente, la partera lo había acostado en una cama lateral y el médico real le había atado y cortado el cordón umbilical. Algo lo preocupaba, habían retirado la placenta pero la Reina seguía sangrando, un manantial color vino se derramaba entre sus piernas. La partera había retirado rápido al príncipe para que el médico se ocupase de su madre. Cosa extraña, el recién nacido había comenzado a llorar. El médico había puesto emplastos de hierbas sobre la panza de la parturienta y con un gran hisopo introdujo sal por el canal de parto para cauterizar las posibles heridas. Los gritos del bebé se habían mezclado con los de su madre. A medida que recordaba, la Reina giraba en el suelo, todo su cuerpo había quedado impregnado en la sangre de los corderos. Desde afuera, entraban al santuario los ruidos del combate. Su hijo ya estaría lejos, lo habían separado de su vientre para siempre.Avanzaron por los senderos del reino hasta llegar al bosque, allí abandonaron los caminos y le ataron retazos de tela a las patas de los caballos para disimular sus huellas confundiéndolas con las de otros animales. Habían pasado varias horas desde que partieron del palacio, y el bebé despertó. En ese momento lo cargaba Neels, el arquero de la guardia y uno de los más jóvenes, acomodó al príncipe para que viera el paisaje y mantenerlo calmado. Lo acompañaban Mhur, de cabellera y barbas rojas como las del rey Gerbas, alto de gran contextura física, un hombre muy fuerte cuya especialidad era el hacha, tenía una grande colgada en su espalda y dos más pequeñas en la cintura, se decía que había vivido entre gigantes; luego estaban Landor y Varkal, hermanos no muy altos pero fornidos, muy parecidos entre sí, ellos portaban espadas enormes que blandían con ambas manos, capaces de matar un jinete con su caballo al mismo tiempo; el experto en cuchillos era Lassender, de tez muy blanca y penetrantes ojos azules, lanzador con increíble puntería, también portaba una espada aunque más angosta y no tan larga, pero muy veloz; el arquero del grupo era Neels, el más joven de todos, tenía una puntería increíble, se decía que su arco había sido forjado por los elfos; cerraba el grupo Anroc, el capitán, cabello y barba oscura, el portaba una espada corta y robusta, era el más diestro en combate puesto que había entrenado en todas las tierras de los hombres e incluso en tierras de bestias. Guerreros formidables dispuestos a cumplir con la última misión que su Rey les había encomendado, salvar a su hijo y procurarle una larga vida. Aunque, para ello, tuviesen que dejar de lado su propia vida.
El sol estaba en lo más alto cuando el bebé comenzó a llorar. Lassender lo tomó en brazos y lo acunó pero siguió inquieto._Debe tener hambre- comentó Varkal-. De hecho, yo también tengo._Sí, pero ¿quién va a alimentarlo?Las pregunta de Landor detuvo a los jinetes. Era cierto, ellos eran guerreros y ninguno tenía hijos, no sabían cómo cuidar a un niño. Anroc ordenó descender de los caballos para dejarlos descansar y alimentarse, pero no podrían demorarse mucho, cuanto más rápido salieran de Valle Blanco sería mejor. Mhur se hizo cargo de Falco, y con gran habilidad, para sorpresa de todos, luego de alimentarlo lo cargó en brazos y camino con él acunándolo. El príncipe jugaba con la barba del robusto guerrero y reía mientras este le hacía cosquillas. Luego de un buen descanso, emprendieron su camino. Los hombres marchaban a buen ritmo y en silencio, con una angustia que les oprimía el pecho, dejaron todo atrás, y a todos.“ Mis queridos amigos, han defendido este reino mucho tiempo, y se que están ansiosos por luchar en la guerra que se avecina, pero saben bien que esta pérdida, escucharon el informe de los espías y saben la clase de ejército que posee Morok. Reinos poderosos cayeron ante el, arrasó con todo a su paso y a reunido muchas armas…además de su sed de venganza hacia mi por haberlo exiliado. En lugar de pelear esta batalla, les encomendaré una misión, una mucho más peligrosa y difícil: sacarán a mi hijo del reino y lo llevaran a un lugar seguro, lo criarán, educarán y entrenarán. Espero que el reinado de esta bestia no perdure, pero en caso de que sí, mi hijo será la esperanza del mundo humano, él será capaz de unir a los reinos caídos y los que sigan libres, a todos los hombres que deseen liberar a sus pares “ Las palabras del rey resonaban en la cabeza de Anroc. No sabía cómo lograrían completar su misión, todos los reinos cercanos estaban dominados por el minota
Los rayos del sol y el canto de las aves lo despertaron. Poco a poco, Anroc se puso de pie, todos dormían aún incluyendo al príncipe. El capitán se acercó a Lassender y notó que habían cambiado su vendaje y colocado extrañas hierbas medicinales en su herida. Despertó a cada uno de sus hombres y comprobó que estuvieran bien a pesar del cansancio físico por la batalla. El príncipe dormía en un unas mantas cuidadosamente dispuestas en el suelo. Descubrió que tanto él como Mhur tenían varias heridas leves que no sintieron en el fervor del combate. Se acercaron al balsero que estaba en la proa* para agradecerle la ayuda._Estamos muy agradecidos, si no fuera por usted y el trolls, probablemente hubiéramos muerto en Orelkai.- Anroc se inclinó en forma de respeto y sus hombres lo imitaron. -Quisiera conocer sus nombres y la razón por la cuál nos ayudaron._Si conoce el motivo por el cuál nos atacaron- añadió Neels-, también._Mi nombre es Cails, y el trolls de la
Los hombres avanzaban despacio, tenían otra mirada, tal vez porque ahora sabían a donde ir, o tal vez su encuentro con Silus y Cails, ver que alguien más además de ellos estaban dispuestos a dar sus vidas por la causa, y no solo un hombre, también una bestia como Silus, un trolls, eso les daba esperanzas.El Valle de Loan. Sabían de este lugar, pero era la primera vez que lo visitaban. Conocido también como el Valle Oscuro, había historias, se decía que dos hechiceras lo custodiaban, y, además, que criaturas enormes, feroces, lo habitaban, debían tener mucho cuidado. Las copas de los árboles se unían en lo alto tapando el sol, sus rayos llegaban débiles provocando oscuridad y una temperatura más baja. El príncipe se había despertado pero no había hecho ningún sonido, tampoco le gustaba ese lugar, Mhur lo colocó sobre su pecho y abrazo, Falco miraba a su alrededor aferrándose fuerte al cuello del guerrero, asustado por los sonidos que provocaban los animales
Cuando el sol estuvoen lo más alto, llegaron al desierto del Valle.Sorprendentemente, la vegetación llegaba a su fin iniciando un terreno arenoso y árido, no se veían árboles ni animales, y el sol provocaba reflejos en la superficie. El calor en ese sector era demasiado para cruzar de día, así que los guerreros decidieron hacerlo de noche; buscaron esas hojas enormes que habían visto para construir tiendas que los protegieran del sol y recolectaron muchas frutas jugosas que los mantendrían hidratados, aun así les preocupaba el príncipe que era muy pequeño para exponerse a tal calor, pero debían seguir avanzando. Esperaban no estar muchos días en ese desierto.El sol se estaba poniendo y ya estaban listos, habían recolectado frutos, cazado unas aves que asaron y encontraron un arroyo donde se abastecieron de agua._Bien, tenemos suficientes provisiones para una semana, no obstante consumiremos más agua de lo normal, trataremos de compensarlo con los fr
Mhur fue el primero en subir, se encontró con muchas personas, se corrieron mostrando a una anciana, tenía al príncipe en sus brazos y estaba dormido. El guerrero lo cargó y lo abrazó con suavidad, luego volteó y se los enseñó a sus compañeros, todos sonrieron aliviados._ Gracias por sacarlo del caballo y cuidarlo.- Anroc se inclinó ._ Era lo menos que podíamos hacer,- la anciana acarició el rostro del capitán -vimos todo desde aquí, y debo decir que nos sorprendimos cuando derrotaron a ese gusano._ Sí, fue difícil, pero terminó, por suerte._ No parecen sorprendidos por su tamaño, ¿acaso acostumbran ver criaturas así?- interrogó el hombre que los ayudó a subir al árbol._ Para nada, pero habíamos oído historias de este lugar, y desde que entramos al valle vimos telarañas gigantes y nos atacó una serpiente aún más grande, y luego este gusano._ No te olvides del Bel'zii, Anroc, que quiere cenar a mi hermano.
Un nuevo día había llegado. Falco disfrutaba del canto de las aves, miraba sorprendido y sonreía estornudando furtivamente por los rayos del sol. Anroc y Neels habían salido con Talac a cazar, el aldeano les comentó que cerca de allí había un manantial donde bajaba a beber una piara de cerdos salvajes. Varkal y Landor acompañaron a las mujeres en la recolección de frutos y setas para protegerlas ante posibles peligros, ya que debían descender de los árboles. Mhur quedo en la aldea con el príncipe, lo habían alimentado y paseaban por los puentes enseñándole el nombre de las cosas, y él, en balbuceos repetía. Había comenzado a caérsele el cabello preocupando a los guerreros, hasta que las mujeres del lugar les explicaron que era normal y nada para asustarse, solo caía su pelo de bebé quedando el definitivo. Anroc y sus compañeros de caza volvieron con dos piezas suculentas que asarían en la noche, luego que Varkal y Landor regresaran se reunieron con Eloia que los esperaba p
Habían atracado al alba, pero los guerreros decidieron utilizar la balsa por última vez y, anclando en medio del río, se habían dispuesto a pescar. Mhur quedó en la costa con Falco que jugaba rodando y gateando, Anroc se adentro al pantano a inspeccionar, era un paraje realmente tétrico. El suelo era lodo en casi su totalidad, los árboles sombríos parecían una especie de sauce y un ligero aroma a pudrición lo inundaba todo. Las hechiceras les habían dicho que eran tierras peligrosas, le advirtieron sobre todos los peligros que encontrarían, así que no bajarían la guardia un segundo. Tan pronto se adentraron notaron que había un sendero de tierra firme que le permitía transitar sin hundirse. Había lugares con algo parecido a arenas movedizas pero de barro, avistaron muchas serpientes, en su mayoría pequeñas y aparentemente ciegas, así como una gran variedad de ratones, lechuzas y aves que parecían la mezcla perfecta entre un cuervo y un buitre. Tardarían alrededor de una se
Dicho esto, Varkal escupió en el suelo. Todo quedó en silencio. Una vez más, se había disipado todo tipo de sonido al punto tal de generar un zumbido en los oídos de los guerreros. Una leve brisa les trajo un hedor nauseabundo, ese hedor que se siente en estanques podridos con todo tipo de desechos, y no muy lejos se escuchó un rugido. Todos miraron a Varkal que suspiraba. Rápidamente desenvainaron sus armas y Mhur tomó a Falco en brazos, sus compañeros formaron un círculo alrededor de él para protegerlo. Esperaron. Algunas siluetas comenzaron a aparecer en diferentes direcciones, siluetas parecidas a hombres, pero más grandes, que subían y bajaban del suelo avanzando, y a pesar de la luz que brindaba la luna, no pudieron distinguirlos bien hasta que estuvieron cerca. Eran hombres de barro. Recordaron la mano que atrapó al ave en aquel charco. Allí los tenían, frente a fre