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Se miraron entre sí. El brasileño apretó los dientes. — Pregunté qué están haciendo aquí — repitió. Lisandro dio un paso al frente. — Lo siento, patrón, es que… — Yo se lo pedí — intervino Calioppe, todavía desconcertada. Nicholas dejó la leña a un lado y se acercó a su joven esposa. — No deberías estar aquí — le dijo en voz baja. Ella lo miró, incrédula. — Y entiendo perfectamente por qué — musitó, inevitablemente celosa, observando a esa preciosa mujer de ojos verdes por encima del hombro de su esposo. Ella había escondido la mitad de su cuerpo detrás de la puerta de una pequeña casa de madera. Nick suspiró y cerró los ojos por un segundo. — No es lo que crees. — ¿Entonces qué es? — quiso saber y evitar equivocarse. Él la miró con suavidad, abrió la boca y volvió a cerrarla, como si algo le impidiera hablar. — Lo mejor será que vuelvas — le dijo, luego miró a Lisandro —. Sabes perfectamente que no me gusta que nadie se acerque. El buen capaz torció el gesto. — Soy nad
Cuando Nicholas salió del cuarto de baño, una hora después, ella ya no se encontraba en la recámara. Una parte de él sintió alivio; no estaba preparado para hablar, no en ese momento, no cuando sus demonios más personales amenazaban con despertar. Bajó a la cocina. Allí Francisca le dijo que la vio salir hace un rato a la cosecha, así que asintió y dedicó parte del día a lo suyo. Fue a la empacadora, resolvió algún asunto importante del pedido que saldría esa misma semana y después, finalizando la tarde, decidió dar una vuelta a caballo por los cafetales. Allí la vio. Llenaba una nueva canasta. — No sabía que vendrías hoy — le dijo al acercarse. Calioppe respingó. No lo esperaba por allí. Alzó la vista por un segundo y luego la clavó nuevamente en su asunto. — Lisandro me dijo que había mucho trabajo esta semana. — Así es, pero ya te he dicho que no es necesario que sigas haciendo esto — le recordó —. Fui duro contigo al principio al castigarte de esta forma, pero eres mi esposa
Se quedó mirando la varita por eternos segundos. Su pecho subía y bajaba. — Seño, Calioppe. ¿Está todo bien allí dentro? — le preguntó Francisca, preocupada, después de un largo rato junto a la puerta del baño. Calioppe se incorporó; se había acuclillado para procesar la información. Abrió la puerta y Kika la miró con gesto expectante. — ¿Y bien, seño? ¿Qué salió? — Po…positivo — consiguió decir, todavía asombrada. La muchacha abrió los ojos, no pudo evitar sonreír. — ¡Está usted esperando el hijo del patrón! — dijo, con alegría. Ella pestañeó sin saber cómo sentirse, e intuitivamente, se llevó las manos a esa zona en donde crecía un nuevo ser. Alzó la vista. Sus ojos se empañaron de lágrimas. Una pequeña risita afloró de su garganta. — Estoy embarazada — se dijo a sí misma, sin poder de verdad creerlo. — ¡Sí, seño, está usted embarazada! ¡Va a tener al nuevo patroncito de la hacienda! — comentó, feliz, orgullosa. Era una buena noticia. La llegada de los bebés siempre lo era.
— Calioppe, responde — le exigió, contenido —. ¿Por qué te harías una prueba de embarazo? ¿Por qué saldría positiva? Su voz gruesa la paralizó por varios segundos. — Y-yo… — No, no titubees ahora, responde mi pregunta, es simple. ¿Por qué ha dado positiva esta prueba? Calioppe no comprendía esa actitud. Y sí, ella se había quedado tan sorprendida como él con el resultado, pero jamás se horrorizó de esa forma. Jamás pensó que fuese una noticia desagradable traer un hijo al mundo. ¡Un hijo de ambos! ¿Por qué parecía que él no…? Negó, ni siquiera quería pensarlo, no lo soportaría. — Yo me hice la prueba porque mi periodo no bajó este mes — respondió, tímida, nerviosa — Pero… quise esperar a contártelo porque podría ser un falso positivo. — ¡Lo tiene que ser! — exclamó sin preámbulos, mirándola como si de pronto le hubiesen salido dos cabezas — ¡Tú no puedes estar embarazada! Calioppe parpadeó, aturdida. — Pero podría estarlo. — No, es imposible — negó con la cabeza, miró la vari
La noche llegó, y junto a ella, una lluvia torrencial. Nick y Calioppe evitaron verse todo el día. Cada uno sufriendo en silencio, a solas. El brasileño de Villa Dos Santos, desde que se encerró en el despacho, no atendió ni siquiera el llamado urgente de su capataz. Por su lado, la joven e inocente esposa, no había dejado de sentirse pequeña y sola, profundamente sola… aunque una parte de ella sabía no volvería a estarlo nunca más. — No te preocupes, pequeñito, yo te voy a cuidar con todo mi ser, y si nadie te quiere, yo tendré suficiente amor para los dos — musitó con una sonrisa triste mientras acariciaba su vientre. Varios golpecitos sobre la puerta la hicieron alzar la vista. Un instante después, Francisca asomó la cabeza. — ¿Puedo? — preguntó la muchacha con timidez. Ella asintió, invitándola con un gesto dulce para que se acercara — No quería molestarla, pero… como no ha comido nada hoy, pensé que quizás se le antojaba algo. Calioppe torció una triste sonrisa. — Gracias,
Dolor profundo sacudió el pecho de Calioppe. Nick salió rápido de la cama, buscando acercarse a su esposa. — ¡No te atrevas, Nicholas Dos Santos! — lo señaló, herida. — Calioppe, esto no es… — apretó los puños, desconcertado. No entendía que diablos estaba pasando. Miró a Romina — ¿Qué carajos haces en mi recámara? Romina lo miró con ojos de fingida inocencia. — ¿De qué hablas? Tú me lo pediste, Nick… dijiste que me necesitabas. — ¡No mientas! ¿Cómo… cómo diablos has podido? — ¡Nick, pero, si tú sabías que tarde o temprano tu esposa se enteraría de que nosotros...! — ¡Cállate! — rugió, histérico. Volvió la vista a Calioppe, pero ella tan solo negó con la cabeza, alzó el mentón, orgullosa, y salió de allí. No, no. ¡Mierd4! — ¡Calioppe! Francisca miró a Romina con los ojos entornados. — ¡Eres una descarada! — Tú cállate y ve a consolar a tu patroncita — le dijo a modo de burla. Calioppe no se detuvo, e iba a cerrar la puerta de la recámara cuando su marido se lo impidió. — ¡
— Kika, no digas tonterías — le dijo Calioppe con una sonrisa triste a esa muchacha que había ganado su corazón desde el primer día. — No, seño, estoy hablando en serio, si usted se va de la hacienda, yo me voy con usted. — Pero llevas toda tu vida viviendo aquí, además, yo no tengo a donde ir, solo pasarías penurias a mi lado. — Pues con más razón, seño, yo no la pienso dejar sola, usted es bien buena y… yo la quiero mucho. Nuevas lágrimas inundaron los ojos de Calioppe. — Ay, Kika, yo también te quiero mucho — le acarició la mejilla —. ¿En serio te quieres ir conmigo? — ¡Muy en serio, seño! — exclamó, ahora feliz — ¡Usted dígame cuando y yo empaco mis cosas, no son muchas, así que será bien rapidito! — Ven aquí — la dijo, sonriendo, y la estrechó en sus brazos. Terminaron de empacarlo todo, al menos lo más importante, e iban a salir cuando de pronto, al abrir la puerta, vieron a dos de los peones de la hacienda custodiando la habitación. Calioppe y Francisca se miraron, inte
A Calioppe le dolía alejarse del hombre que, inevitablemente, se había enamorado sin preverlo durante los últimos meses. Una silenciosa lágrima rodó por su mejilla. Junto a él había conocido la entrega absoluta, las mariposas en el estómago cada vez que lo veía y el pulso disparado por culpa de sus besos y caricias. Dios, con él, se había dejado llevar de una forma irrepetible. Había sido su mujer. Suya. En cuerpo y alma, y como resultado… llevaba al hijo de ambos en el vientre. Pero también, gracias a él, había conocido lo que era el desamor, un corazón roto y la traición más encarnizada… el rechazo. — Seño… ¿Está usted bien? — le preguntó Kika después de largos minutos caminando. Ella conocía muy bien esas tierras, así que sabía el camino más corto hasta el límite de la hacienda. — Sí, lo siento, no me hagas caso — musitó, limpiándose las mejillas con el dorso. Echó un vistazo a su alrededor. Pocas eran las luces y la lluvia había cedido muchísimo, tan solo caían pequeñas gotas —