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El silencio en la oficina de Natalia era casi insoportable. El tic-tac del reloj sobre su escritorio parecía amplificarse, mientras sus dedos jugueteaban nerviosos con la pluma. La tensión crecía a medida que el plan comenzaba a tomar forma, pero también lo hacía la sensación de que cada paso la llevaba más lejos de lo que alguna vez fue su vida tranquila y controlada. Había tenido que renunciar a muchas cosas para llegar hasta aquí. A su identidad, a sus principios, y sobre todo, a la paz mental que siempre había dado por sentada.

Fuera de la ventana, la ciudad continuaba su marcha, ajena a los oscuros juegos que se tejían dentro del edificio. Los rascacielos reflejaban la luz dorada del atardecer, mientras los transeúntes caminaban sin rumbo, como si su vida fuera solo un ciclo que no terminaba. Sin embargo, para Natalia, el reloj avanzaba más rápido de lo que le gustaba. Los días se le escapaban entre los dedos, y con cada día que pasaba, la red que había comenzado a tejer a su alr
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