Capítulo 5 —Sí, soy yo
Narrador:
El salón estaba decorado con una elegancia casi asfixiante. Blancos, dorados, velas flotando en columnas de cristal, pétalos esparcidos por el pasillo principal. Desirée caminaba despacio, sintiendo cómo cada paso la acercaba más a un lugar donde no quería estar. Vestía el rojo que Margot le había insistido que usara. Estaba preciosa. Impecable. Irradiando seguridad… aunque por dentro sentía un nudo que no se iba.
Los invitados murmuraban en pequeños grupos. Muchos la observaban con curiosidad, preguntándose quién era esa mujer con la espalda recta y la mirada altiva que llegaba sola, sin sonreírle a nadie.
La ceremonia aún no comenzaba. Se acercó al altar, como si eso pudiera hacerla sentir parte de algo. No lo logró, todo era ajeno, distante. Y, aun así, ahí estaba.
Una voz la hizo girar la cabeza. Una risita entrecortada, pasos y entonces lo vio; era él.
Vestido de traje oscuro, camisa blanca, el cabello perfectamente peinado hacia atrás. Caminaba con calma, saludando a alguien a su lado… hasta que la vio. Sus ojos se encontraron y el mundo se detuvo.
Desirée sintió que el aire se le cortaba en seco. El estómago le dio un vuelco violento, como si hubiese chocado contra una pared invisible. Él, el hombre de la discoteca, el que la había besado hasta dejarle la boca adolorida, el que la folló como si fuera suya, el que gimió su falso nombre contra su cuello.
Él también la reconoció de inmediato. La forma en que se tensó, cómo sus pasos se detuvieron, cómo la mirada se le volvió oscura. Sus labios se entreabrieron. Como si fuera a decir algo. Pero no dijo nada. Solo la miró. Desirée retrocedió un paso sin darse cuenta. El corazón le latía tan fuerte que pensó que alguien más podía oírlo. No, no podía ser, no podía ser él, no podía ser el hombre que se iba a casar con su madre.
Y, sin embargo, ahí estaba. En traje de novio. Parado frente a ella. Inmóvil, tan confundido como ella, tan jodidamente perfecto como aquella noche.
Una mujer se acercó a él, tocándole el brazo, llamándolo con suavidad. Ella apenas escuchó su voz.
—Ya están todos listos. Es hora.
Desirée asintió, sin querer. No había espacio para respirar. Su garganta se cerraba. Sus piernas temblaban bajo la tela del vestido. Todo se volvió un ruido confuso y lejano. Pero sus ojos no se apartaban de los de él. Y él… tampoco dejaba de mirarla. No hubo palabras, no hubo nombres. Solo dos cuerpos congelados en medio de una boda… que acababa de convertirse en una condena. La música comenzó a sonar, suave, con esas notas dulces que deberían emocionar. Pero Desirée no sentía nada. Solo un zumbido sordo en los oídos. Seguía de pie, aferrada a la copa de vino que no había tocado, mirando cómo él caminaba hacia el altar con los labios apretados y los ojos cargados de tensión. No la miró otra vez, no se atrevió.
Ella sí. Cada movimiento de su cuerpo, cada vez que sus dedos se cerraban con fuerza al ajustar el saco del traje, cada pequeño músculo de su mandíbula marcado por la incomodidad. No podía dejar de observarlo. Desirée no entendía nada. Su cuerpo seguía rígido, pero su mente se había convertido en un remolino. No podía gritar, no podía marcharse, solo podía observar.
La madre apareció al final del pasillo, vestida de blanco perla, con una sonrisa falsa y ese andar controlado que siempre tuvo. Desirée la vio avanzar hacia él y sintió una punzada en el estómago tan violenta que creyó que iba a vomitar. Él no sonreía. Le tomó la mano con una rigidez casi imperceptible, pero real. Solo quienes lo estaban mirando con atención podían notarlo. Como ella. El oficiante comenzó a hablar. Palabras suaves, frases de amor, de destino, de uniones eternas. Pero Desirée solo escuchaba su propio pulso martillando en los oídos.
—¿Aceptas a esta mujer como tu esposa? —preguntó la voz.
Él parpadeó, apenas. Miró a la madre de Desirée. Luego, fugazmente, giró el rostro y la buscó, ella estaba allí, inmóvil. Sus ojos se encontraron por un segundoy tragó saliva.
—Sí, acepto.
El nudo en el pecho de Desirée se apretó con furia. Los aplausos estallaron a su alrededor, como si no acabara de ver un accidente a cámara lenta. Como si no supiera que, en ese mismo momento, algo en su mundo acababa de quebrarse para siempre. Ella lo había tenido dentro, lo había gemido, lo había besado como si le perteneciera, y ahora… lo veía ponerle un anillo a su madre.
La ceremonia siguió. Votos leídos, sonrisas falsas... fotos.
Desirée no sentía el suelo bajo los pies. Solo los ojos de él, buscándola a cada tanto con rabia, con desconcierto, con deseo reprimido y preguntas sin respuesta.No, aún no sabía quién era ella, aún no lo había entendido, pero iba a saberlo.
Y el infierno solo estaba empezando.
Los invitados comenzaban a moverse hacia el salón donde se celebraría el banquete. Algunos se tomaban fotos con los recién casados, otros ya se servían copas de champagne. Todo parecía flotar en una falsa armonía de celebración.
Desirée seguía en el mismo lugar, inmóvil, como si sus pies estuvieran clavados en el suelo. Sabía que estaba por pasar. Lo sentía en la nuca, como una corriente helada. Su madre caminaba hacia ella, tomada del brazo de su nuevo esposo, el mismo hombre que, horas atrás, ella creía olvidado. El mismo que la había hecho gemir su inventado nombre.
Cédric iba tenso, los pasos controlados con una precisión quirúrgica. Pero sus ojos, cuando se posaron en ella, ardían. No había espacio para la duda, lo sabía, ya no había escapatoria.
—Desirée —dijo su madre, al llegar frente a ella, con una sonrisa pulida, elegante, de esas que esconden todo lo que nunca dijeron —Hay alguien a quien quiero presentarte oficialmente.
Desirée alzó la mirada lentamente. Su rostro era una máscara perfecta de frialdad. Pero por dentro, el corazón le retumbaba en los oídos.
—Cédric —dijo su madre, con voz dulce —ella es Desirée, mi hija.
El silencio que siguió fue tan denso que por un segundo pareció que el mundo se detenía.
Cédric parpadeó, solo una vez, pero su mirada se volvió oscura, vacía. Como si acabaran de arrancarle el suelo bajo los pies. Desirée lo miró fijamente, sin miedo, sin pena. Solo con ese fuego silencioso en los ojos que decía “Sí, soy yo”
La mandíbula de Cédric se tensó. Los músculos de su cuello vibraban como si estuvieran a punto de romperse. Pero levantó la mano y se la ofreció.
—Un placer… conocerte —dijo, con una voz tan rasposa que no parecía la suya.
Desirée tomó la mano sin dudar. La apretó, fuerte y sonrió.
—El placer es mío… Cédric.
Se miraron, sin disimulo, era un duelo, un incendio callado, una confesión muda frente a una mujer que no tenía idea de lo que acababa de estallar.
La madre los observaba, satisfecha, orgullosa de su “familia reunida”.
Desirée se soltó suavemente. Dio un paso atrás.—Me alegra que hayas encontrado a alguien —dijo, con voz cortante.
Cédric la miró como si quisiera decirle mil cosas. Como si no pudiera creer lo que estaba ocurriendo. Pero no dijo nada, porque no podía, porque lo que tenía que decir… no podía decirse frente a todos.
Capítulo 6 —El infierno no era rojo... era ella.Narrador:El aire afuera estaba más frío que adentro, pero Desirée no lo sentía. Caminaba rápido, con el vestido rojo ondeando tras sus pasos, el corazón golpeándole el pecho y los dientes apretados de pura rabia. No podía soportarlo ni un minuto más. El aplauso de los invitados, las risas, el brindis. Las manos de su madre sobre el brazo de él. Sobre su brazo.Ese hombre, ese maldito hombre con quien se había acostado, ese cuerpo que había saboreado con su lengua, esa voz que había susurrado su nombre falso mientras la hacía gritar de placer. “Daniel” ¡Claro que Daniel no existía! Era Cédric. Y ahora era su padrastro, legal y asquerosamente.Desirée abrió la puerta del coche con manos temblorosas, pero antes de poder subir, una figura la detuvo. Fuerte y determinada. Su sombra cubrió la suya, y cuando alzó la vista, ahí estaba... Cédric.—Lucía, espera. Puedo explicarlo.Ella soltó una risa breve, filosa como una navaja.—Soy Desireé,
Capítulo 7 —No sabíamos quienes éramosNarrador:Desireé necesitaba hablar con alguien, tenía que desahogarse, estaba a punto de colapsar, así que cogió su movil, y llamó a la única persona en el planeta que la podía entender.Margot contestó casi de inmediato.—¿Sobreviviste?Desirée se dejó caer en el sillón, con el teléfono pegado a la oreja y una presión en el pecho que no había podido quitarse desde la noche anterior.—No sé si quiero haberlo hecho.—¿Fue tan horrible?Silencio. Solo se oía su respiración agitada. Finalmente, Desirée habló.—Era él.—¿Quién?—Él, Margot. El de la discoteca, Daniel.Margot tardó un par de segundos en procesarlo.—¿Qué quieres decir con que “era él”? ¿Te lo cruzaste en la boda?—No me lo crucé… Estaba en el altar.—¿Qué?Desirée cerró los ojos. No podía repetirlo sin sentir que algo en su cuerpo se contraía.—Cédric. Ese es su verdadero nombre. Se casó con mi madre.Un silencio brutal. Solo el zumbido de la línea.—¿Estás... estás hablando en serio
Capítulo 8 —No quiero tu perdónNarrador:Y sin embargo, la tensión los unía más que la distancia.—¿Te molesta que me quede? —preguntó él, sin moverse.Desirée sostuvo su mirada.—Haz lo que quieras. Pero si cruzas esa línea… —Se acercó un poco más. Apenas un suspiro los separaba. —No habrá marcha atrás —susurró.Cédric no dijo nada. Y tampoco se fue.El aire entre ellos se volvió más espeso con cada segundo. Ella no retrocedía. Él no se movía. Era como si el mundo se hubiera cerrado en ese pequeño espacio entre sus bocas. Apenas respiraban. Desirée lo miraba con el mentón en alto, desafiante, pero sus pupilas delataban lo que pasaba por dentro. Cédric lo sabía, lo sentía.—Vas a arrepentirte —dijo ella, con la voz baja y tensa —Si me tocas, no voy a perdonarte después.Él inclinó la cabeza. Sus labios estaban a punto de rozarla.—No quiero tu perdón.Y entonces la besó. No hubo preámbulo, no hubo suavidad. Fue un choque brutal de bocas, de rabia y deseo comprimidos durante días. El
Capítulo 9 —UberNarrador:El sonido de las llaves girando en la puerta fue suave, casi imperceptible, pero Desirée no lo escuchó. Seguía allí, sentada en el suelo, con las rodillas recogidas contra el pecho y los brazos enredados alrededor de ellas. El rostro hundido, los hombros sacudidos por un llanto que no podía frenar.La puerta se abrió con lentitud, y la abuela entró con una bolsa liviana en una mano y el bolso colgado del antebrazo. Cerró con cuidado, como siempre hacía, pero al dar dos pasos dentro de la casa, se detuvo en seco.—¿Desirée? —La voz de la anciana no sonó alarmada, pero sí inquieta. Dejó todo a un lado, avanzó hasta la sala y entonces la vio: su nieta, en el suelo, temblando como una ni*ña. —¡Dios mío, mi pequeña! —exclamó, corriendo hacia ella. Se agachó con dificultad y la envolvió entre sus brazos sin pedir permiso. La sujetó fuerte, con firmeza, y acarició su espalda como si pudiera calmar el terremoto que había en su interior. Desirée no dijo nada. Solo se
Capítulo 10 —Fija, intensa y ardiente.Narrador:La abuela dejó el teléfono con calma sobre la mesa. Luego fue a la cocina, puso agua a calentar y comenzó a preparar un té como si nada hubiera pasado. Cuando Desirée regresó con la maleta en mano, ella ya tenía una taza lista.—Toma algo caliente antes de irte. El coche ya viene en camino. —Desirée tomó la taza sin sospechar nada. Bebió en silencio, con el corazón todavía temblando. Minutos después, cuando escuchó el claxon afuera, se acercó a la ventana. Un coche ne*gro la esperaba frente a la casa. La abuela le sonrió. —No te preocupes. Ya está todo listo.Desirée la abrazó fuerte antes de salir. Bajó los escalones con la maleta en una mano, el abrigo colgando del antebrazo y el pecho apretado como si algo invisible la empujara desde adentro. La noche estaba fresca, silenciosa. El coche ne*gro la esperaba junto a la entrada, con las luces encendidas y el motor roncando, como si llevara años ahí. No miró al conductor, no quiso, no le
Capítulo 11 —Sin despedirseNarrador:Y un segundo después, se lanzó sobre él. Lo besó como si fuera una condena, omo si lo odiara, como si lo necesitara tanto que ya no pudiera soportarlo un segundo más. Las bocas se chocaron con furia, con rabia. Los dientes se rozaron. Las lenguas se buscaron con desesperación. No había dulzura, no había delicadeza, solo fuego puro.Cédric la sujetó por la cintura con violencia, la alzó unos centímetros y la empujó contra el lateral del coche. El metal vibró con el impacto. El aire entre ellos era una tormenta.Desirée jadeó cuando sus labios se separaron por un instante, lo miró a los ojos, desafiante, y le mordió el labio inferior con fuerza.—Cállate —le dijo, con la voz ronca —Y fóllame como si supieras que después de esto ya no hay vuelta atrás, como si me tuvieras que arrancar de tu sistema… como si este fuera el último mal*dito cuerpo que vas a tocar.Cédric no dudó. Le subió la camiseta de un tirón, bajó el pantalón por las caderas, y sus m
Capítulo 12 —Nos mentimosNarrador:DESIRÉEEl apartamento la envolvió con su oscuridad habitual. No encendió ni una sola luz.Cerró la puerta con lentitud, como si al hacerlo pudiera ponerle un cierre también a todo lo que acababa de pasar. Pero no. El temblor seguía ahí, latiendo debajo de la piel.Dejó la maleta junto a la entrada, como si pesara toneladas. Caminó descalza hasta el sofá, con la ropa arrugada, la chaqueta a medio caer y los labios partidos... de tanto besarlo, de tanto desearlo, de tanto rendirse.Se dejó caer sin fuerzas, como si el aire mismo se hubiera evaporado. Se abrazó las piernas, apoyó la frente sobre las rodillas, cerró los ojos y respiró hondo.Pero todo estaba ahí. Su olor, sus manos, tan firmes, tan desesperadas, su boca, devorándola contra el auto, como si el tiempo no existiera. Como si nadie más importara.Y entonces, como un golpe, el recuerdo volvió; el del camino, el del coche detenido a un lado de la carretera vacía. La forma en que él salió sin
Capítulo 13 —Fundación DuvalNarrador:El sonido de sus tacones resonaba con firmeza sobre el mármol pulido del estudio. Desirée avanzaba con la espalda recta, el rostro sereno y esa elegancia natural que nadie podía imitar… aunque por dentro cargara una tormenta.Había pasado solo una semana, pero sentía que llevaba años fuera de ese lugar.Al cruzar la puerta de su oficina, lo primero que hizo fue cerrarla con cuidado. Soltó un suspiro largo, se quitó el abrigo oscuro y lo dejó colgado en el perchero. Luego depositó el bolso en la butaca auxiliar y se dejó caer en su sillón de trabajo como si todo el peso del mundo se le hubiera venido encima.Se hundió en el respaldo, cerró los ojos por un instante y se llevó una mano a la frente. No iba a llorar, no allí, no otra vez.La puerta se abrió sin previo aviso, y Margot entró con ese aire insolente y encantador que solo ella podía llevar con naturalidad.—Mira quién ha regresado de las profundidades del infierno —dijo, apoyándose en el m