Las monjitas seguían contándome que los niños en el orfanato preguntaban por mí todos los días. Me extrañaban y querían saber cuándo volvería. Disfrutaba tanto de escucharlas que apenas pronunciaba una palabra, solo quería que sus voces me llenaran de felicidad. Dolores nos avisó que ya estaban listas las habitaciones. Tomando sus pequeñas valijas, nos dirigimos a la segunda planta.El primer cuarto, justo al lado del mío, era hermoso. Me quedé, al igual que mis compañeras, asombrada y gratamente sorprendida; recordemos que no había entrado en otra estancia que no fuera la mía.—Es precioso, querida —exclamó Sor Inés.Y lo era, muy hermoso. Todo estaba decorado en tonos suaves de color azul y era amplio y espacioso, lo que le daba una sensación de calma y tranquilidad. Las cortinas adornadas con grandes encajes blancos colgaban desde el techo hasta el piso, añadiendo un toque elegante al ambiente. Un gran ventanal permitía que la luz natural inundara la habitación, iluminando cada rin
De pie al lado de Dolores, con mi vista fija en los cuchillos suspendidos en el aire, mi corazón latía con fuerza, y un escalofrío recorrió mi espalda. No sabía qué hacer o qué decir en medio de aquella escena sobrenatural. Dolores se levantó y se colocó entre la mesa y yo, bloqueando mi visión, como si quisiera ocultar algo. Sus ojos encontraron los míos y me preguntó con aparente calma: —¿Qué hace aquí, niña? ¿No le he dicho que este no es lugar para la dueña de la casa? —Mi mente estaba llena de confusión, pero no podía ignorar lo que acababa de presenciar.—Dolores, ¿qué fue eso que vi?—, mi voz tembló mientras buscaba respuestas en sus ojos. Ella pareció sorprendida por mi pregunta y respondió: —¿A qué se refiere, señorita?No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Acaso pretendía ignorar lo obvio? Mi incredulidad crecía a medida que continuaba hablando, sin poder evitar el temor que se apoderaba de mí. —A los cuchillos suspendidos y trabajando solos. ¿A qué otra cosa puedo re
Me giré hacia ella, todavía aturdida por lo que acababa de experimentar. Dudé por un momento si contarle sobre la aparición del anciano, pero las palabras se atascaron en mi garganta. ¿Cómo podría explicar algo tan extraordinario y, al mismo tiempo, tan incomprensible?—No, no es nada—, respondí, forzando una sonrisa que no alcanzaba a ocultar mi desconcierto. —Solo fue un poco de mareo, supongo. Ella me miró con una expresión escéptica, como si pudiera intuir que algo más estaba ocurriendo. Pero en lugar de insistir, asintió con suavidad y dijo: —Tal vez deberías descansar un poco más. Has pasado por mucho últimamente.—Solo fue un momento, ahora que están aquí, todo será mejor. Vamos. Dije invitándolas a seguirme al comedor. Ellas me siguieron también asombradas de ver que cada estancia tenía su color.—Sí que le gustaban los colores a tus parientes querida —comentó sor Caridad.—A mí me encantan —opinó Sor Inés. —Es realmente única y bella. Nada es igual, y no te aburres. ¡Es in
Un fuerte golpe hizo que saltara y me sentara en la cama, y por un instante al abrir mis ojos, la figura de una mujer que se me parecía, estaba detenida riendo frente al comodino, y parecía que era la que había tirado el cepillo al piso. Estrujé mis ojos para ver si era real lo que veía, y otra figura se agregó a la imagen. La del viejo vestido de blanco que siempre me acompañaba, que golpeó con furia el bastón de madera que llevaba en su mano y todo como la vez de la fuente, desapareció. Me dejé caer sobre mi espalda mirando la enorme bujía encendida encima de mi cama. No recordaba haberla encendido. Con movimientos lentos me levanté y me dirigí al baño a orinar. Lavé mi rostro y me quedé por un momento contemplando. ¿En verdad estaba teniendo visiones? ¿Quién era esa otra imagen que se me parecía que acababa de ver? ¿Sería ella la que tiró en verdad el cepillo al piso? El sueño había escapado de mi, por lo que retomé la lectura del diario familiar, donde lo había dejado, con la l
En ese momento sentí cierto escalofrío en mi piel, al ver aparecer por primera vez mi nombre en el diario de mis antepasados, y escuchar esa cavernosa voz, instintivamente miré hacia la ventana que permanecía abierta, pero sus cortinas no se movían. Por alguna razón empecé a sentir conexión entre esa historia y yo. No sabría explicarlo, pero algo dentro de mí reaccionó ante la mención de mi nombre en esa historia. No sé, era como si hubiera nacido yo junto con esa bebé. Ahora que ya comenzaba a ver y sentir una relación con esa historia, seguí con ella para saber a donde iba a parar, y si en verdad encontraría todas las respuestas que deseaba, para las incontables preguntas que tenía alojada en mi cerebro. Mientras continuaba leyendo el antiguo diario, las palabras parecían cobrar vida, transmitiendo emociones que me envolvían en un halo de intriga y temor. Cada página era un portal hacia el pasado, revelando secretos ocultos y antiguos sucesos de mi familia que, de alguna manera
Nos quedamos en silencio observando la escultura. Contrario a mí, que no poseía ninguna experiencia amorosa. Sor Caridad había sufrido por causas de un amor imposible.—Nunca nos has dicho sobre tu amor, hermana Caridad—dijo Sor Inés.—Vamos a sentarnos y se los contaré — y ya lo hacía en los bancos, yo me demoré, pero al final me senté a su lado.—Pues mi historia es tan trágica como la de esta escultura, ni no, más. —Comenzó contando. — Cuando estaba por cumplir mis dieciséis años, mis padres me sacaron del colegio y me llevaron para la casa. Eso me gustó mucho, ya que desde los cuatro años me encontraba bajo la tutela de las monjas. Ya comprenderás la alegría que experimenté cuando me informaron que iba a dejar el convento para ir a vivir con mi familia. Estaba radiante de felicidad y a la vez temerosa del mundo.Mientras escuchaba atentamente, pude sentir la intensidad de las emociones que inundaban las palabras de Sor Caridad. Su mirada se perdía en el pasado, reviviendo cada
El inusual comentario de Sor Inés provocó una risa colectiva, resonando en la estancia. Sor Caridad, sin embargo, dirigió una mirada de reproche hacia ella, un gesto que desembocó en una reprimenda, como era costumbre.—Ja, ja, ja… ¡Ay hermana! No deberías soltar tales ocurrencias —advirtió Sor Caridad, su tono un tanto regañón.—Mis disculpas, hermana, pero es lo que parecía. Por favor, continúe con su relato. ¿Qué sucedió? ¿La forzaron a casarse con el anciano?Sor Caridad tomó un respiro antes de proseguir. El misterio flotaba en el aire, una expectativa palpable.—Escuchaba las conversaciones de los hombres a escondidas, entiendes. Al principio, no me pareció que hablaran de mí, ja, ja, ja… Era como si estuvieran discutiendo sobre una vaca, así lo sentí, querida hermana. El médico decía que solo necesitaba descanso, achacando mi malestar a la fatiga. Me concedieron el permiso de reposar.—Eso es positivo, entonces. No tuviste que bajar a la fiesta, lo que significa que no te casa
Mi mirada buscó frenéticamente en todas las direcciones, explorando cada rincón en un intento desesperado por hallar la fuente de esa respiración invisible y de la fuerza sobrenatural que me había arrojado de mi asiento. Sin embargo, mis ojos se encontraron con nada más que oscuridad, una negrura opresiva que parecía engullirlo todo. Una voz insistente dentro de mí clamaba que era mi imaginación jugándome malas pasadas, una manera de protegerme del terror que me dominaba. Pero el gélido aliento en mi nuca y el incomprensible tirón seguían reverberando en mi piel, negándose a ser desestimados tan fácilmente.Finalmente, volví mi atención una vez más hacia el exterior, donde la noche mantenía su manto impenetrable. Ninguna luz parpadeante de luciérnagas decoraba la oscuridad; solo el frío se cernía en el aire, susurrándome sus historias. Me puse de pie, dejando el diario sobre el banco junto a la ventana, y me dirigí hacia la chimenea para avivar el fuego. Un acto que, en ese momento,