117. ABUELO

Ambas hermanas se quedaron observándome, pero no les digo más. Ellas lo entienden y no preguntan. Me cuentan las cosas que hicieron con los niños en lo que me encontraba en el despacho. Las escucho en silencio. La lluvia no dejaba de caer, y el tiempo seguía estando tenebroso. Un gran rayo hace que saltemos asustadas.

—Creo que subiré a mi cuarto, me siento extenuada —confieso.

—¿No irás a dormirte otra vez unos cuantos días? —pregunta sor Inés.

—No, me siento bien. Pero si te preocupa, ve a verme cuando quieras. ¿De acuerdo?

—¿Por qué mejor no esperas a almorzar y luego subes? —me sugiere sor Caridad. —Falta muy poco, mientras ven a hacernos compañía, no vas a saber lo que encontramos.

—¿Qué cosa?

—Estamos aburridas después que Tomasa se apoderó de los niños y nos tomamos la atribución de registrar el cuarto morado, el de los bordados.

—¿En serio? —y la curiosidad se apodera de mí.

—Sí, nos dimos cuenta de que como el cuarto de juego, este también tiene muchos closets y gavetas empo
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