Hombres y criaturas colisionaron entre sí. Gwyneviere comenzó a lanzar conjuros hacia todas las direcciones posibles. Los tigres y leones que había avistado Aarik definitivamente habían estado muertos y los habían revivido con magia. Se veían sus huesos y músculos en los lugares donde faltaba la piel, y les faltaban partes como orejas u ojos.
Las hechiceras se encargaron principalmente de atacar a grifos y rocs, pues podían hacerlo a distancia, y los demás atacaron cuerpo a cuerpo. Pero eran demasiados y los rodearon por los costados. Estaban diezmando a gran parte de los suyos, atacaban con voracidad y no les importaba perder un miembro o dos, si ya estaban muertos. Seguían atacando hasta más no poder.
Abrió los ojos. Todo su cuerpo ardía. Tardó unos segundos en comprender dónde se hallaba. Ya no estaba en el campo de batalla sino en el Bosque de Druwyddrerm. Quiso incorporarse, pero la druida que estaba atendiendo sus heridas no lo permitió. - Descansa -dijo con voz serena. - Mis amigos… -dijo Gwyneviere. La druida la observó con su dulce mirada y colocó unas hojas sobre el muslo de Gwyneviere, que poseía un corte profundo en diagonal des
Gwyneviere pasó días llorando sin poder salir de la cama. Luego de leer la carta de Vandrell, había ido a comunicar a sus padres que había fallecido. La escena había sido desgarradora. Se habían abrazado y llorado juntos y ella les había dicho que, si pudiera cambiar lugares con Vandrell, lo haría, y que no quería su dinero. “Vandrell así lo quiso y estuvimos de acuerdo con él. Nos dijo que te amaba y que tenían planes de vivir juntos si todo esto terminaba. Por eso luchaba, porque quería un hogar pacífico para ustedes. Estoy de acuerdo con él, y Meredith y yo siempre te apreciamos muchísimo, desde que eras una niña, por eso heredaras todo lo que poseemos. Ya está hecho.” le había dicho Eamon. Ella no había podido contestar y sólo pud
La noche era tranquila. Sólo se oían los búhos y los zorros merodeando en la oscuridad. Comenzó a retorcerse de dolor en el suelo. El dolor de sus huesos era insoportable. Las pociones no alcanzaban para apaciguar los espasmos que estaba teniendo, y, además, tenía nauseas del embarazo. Comenzó a sudar profusamente y sintió que el aire no entraba por sus pulmones. El calor que sentía era insoportable y se quitó el vestido para sólo vestir la enagua. Buscó el aire de la noche y abrió la puerta de la cabaña, para salir y desplomarse sobre un colchón de hojas de los árboles, desmayándose.
Gwyneviere había estado reflexionando en buscar un contra hechizo para lo que le había hecho Nimh, pero la siguiente transformación tomó menos tiempo y menos dolor que la noche anterior y comenzó a pensar que quizá la maldición no era algo tan malo después de todo. Se sintió un poco más cómoda en su nuevo cuerpo y se animó a explorar sus habilidades. Sus patas le permitían correr velozmente y se sentía muy fuerte, a pesar de que todavía le dolían los huesos. La noche siguiente el proceso fue aún más rápido y se atrevió a pensar en ir a buscar a Nimh y al Nigromante ella misma, para no arriesgar a nadie
Al día siguiente fue a buscar la carta que el cuervo había dejado en el pueblo. Esperó a estar en la cabaña para leerla. Antes de volver, se hizo de algunas provisiones. Si bien tenía el estómago bastante lleno de cazar de noche, se le antojaba comer cosas horneadas y caseras. Eamon le contaba que en la Ciudadela estaban entrenando a todos los jóvenes para luchar, porque esperaban el regreso del Nigromante, y luego de que su reino lo hiciera, otros los habían tomado de ejemplo. Le pedía que regresara, que cualquiera hubiera sido la razón por la que se había marchado, él y Meredith podían apoyarla y ayudarla a salir adelante, y la recibirían con los brazos abiertos. Nimrodel la condujo hacia una puerta al fondo de la cabaña. Cuando la abrió reveló un oasis repleto de árboles frutales en medio de la cueva. Gwyneviere quedó deslumbrada con lo que estaba viendo. - ¿Esto es real? -preguntó, sin poder creer lo que sus ojos veían. - Podría serlo si así lo deseas. Hay cosas que son reales solo en nuestra mente. Dime, Gwyneviere -dijo Nimrodel, haciendo un gesto con la mano para indicarle que se sentara en la hierba junto a ella-, ¿cómo ha sido el proceso de ese hechizo que te han lanzado? ¿Cómo te ha afectado? Gwyneviere tomó del brazo a Nimrodel para ayudarla a sentarse en la hierba, y ambas se acomodaron a la sombra de un árbol. - Nimh fue la que me maldijo. La otra protagonista de la profecía. Desde ese día hasta hoy, he sufrido jaquecas y dolores en los huesos y fui cambiando durante la noche, hasta que pude controlar la transformación. Me convirtió en una loba. No se lo he dicho a mis amigas -agregó Gwyneviere.CAPÍTULO 36
La anciana le había enseñado valiosas lecciones sobre magia negra y cómo dominar sus poderes. Nimrodel dominaba ese tipo de magia, pero no la utilizaba, y si la utilizaba, no lo hacía con fines malignos. Gwyneviere salió de allí con información muy valiosa y habiendo entrenado nuevas habilidades. Le había dicho que venía una nueva era, y que sus amigas eran almas puras, que eventualmente podrían sacudirse viejas enseñanzas como ella lo había hecho, si les enseñaba. Quiso pedirle que fuera ella misma quien les enseñara a sus amigas, pero se había excusado diciendo que era muy anciana y cosas por el estilo. A Gwyneviere le había parecido que le quedaban siglos de vida todavía y que en realidad le estaba dando responsabilidades a ella. Había visto mucho potencial en la joven hechicera. - No te preocupes -le había dicho-, podrás con todo. Siempre lo has hecho. Y si algún día necesitas algo, sabes dónde encontrarme. Aunque el camino convencional es un poco largo. Así que…
Estaba descansando en la cabaña y de repente comenzó a sentir como su vientre se ponía duro y las contracciones comenzaban. Eran muy dolorosas y sentía que el bebé venía en camino. Comenzó a pujar y luego de unos minutos de mucho dolor que parecieron eternos pudo ver un charco de sangre y agua en el suelo. El bebé asomó su cabeza y con un empujón más, salió. Era un monstruo. De su boca asomaban dos pares de colmillos y el pelaje cubría algunas partes de su cuerpo, que estaban llenas de sangre. Gwyneviere lo tomaba en sus brazos y cortaba el cordón umbilical. En el suelo yacía la placenta, en un charco carmesí. Su vestido estaba empapado en líquido amniótico y sangre. El bebé comenzaba a llorar, pero su llanto era un quejido agónico, que no podía soportar y lo dejaba en el suelo para poder tapar sus oídos con ambas manos, cerrando fuertemente los ojos. Despertó, jadeando y cubierta de sudor. Miró su vientre. Estaba comenzando a crece