CAPÍTULO 33

La noche era tranquila. Sólo se oían los búhos y los zorros merodeando en la oscuridad.

Comenzó a retorcerse de dolor en el suelo. El dolor de sus huesos era insoportable. Las pociones no alcanzaban para apaciguar los espasmos que estaba teniendo, y, además, tenía nauseas del embarazo.

Comenzó a sudar profusamente y sintió que el aire no entraba por sus pulmones. El calor que sentía era insoportable y se quitó el vestido para sólo vestir la enagua. Buscó el aire de la noche y abrió la puerta de la cabaña, para salir y desplomarse sobre un colchón de hojas de los árboles, desmayándose.

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