La anciana le había enseñado valiosas lecciones sobre magia negra y cómo dominar sus poderes. Nimrodel dominaba ese tipo de magia, pero no la utilizaba, y si la utilizaba, no lo hacía con fines malignos.
Gwyneviere salió de allí con información muy valiosa y habiendo entrenado nuevas habilidades. Le había dicho que venía una nueva era, y que sus amigas eran almas puras, que eventualmente podrían sacudirse viejas enseñanzas como ella lo había hecho, si les enseñaba. Quiso pedirle que fuera ella misma quien les enseñara a sus amigas, pero se había excusado diciendo que era muy anciana y cosas por el estilo. A Gwyneviere le había parecido que le quedaban siglos de vida todavía y que en realidad le estaba dando responsabilidades a ella. Había visto mucho potencial en la joven hechicera.
- No te preocupes -le había dicho-, podrás con todo. Siempre lo has hecho. Y si algún día necesitas algo, sabes dónde encontrarme. Aunque el camino convencional es un poco largo. Así que…
Estaba descansando en la cabaña y de repente comenzó a sentir como su vientre se ponía duro y las contracciones comenzaban. Eran muy dolorosas y sentía que el bebé venía en camino. Comenzó a pujar y luego de unos minutos de mucho dolor que parecieron eternos pudo ver un charco de sangre y agua en el suelo. El bebé asomó su cabeza y con un empujón más, salió. Era un monstruo. De su boca asomaban dos pares de colmillos y el pelaje cubría algunas partes de su cuerpo, que estaban llenas de sangre. Gwyneviere lo tomaba en sus brazos y cortaba el cordón umbilical. En el suelo yacía la placenta, en un charco carmesí. Su vestido estaba empapado en líquido amniótico y sangre. El bebé comenzaba a llorar, pero su llanto era un quejido agónico, que no podía soportar y lo dejaba en el suelo para poder tapar sus oídos con ambas manos, cerrando fuertemente los ojos. Despertó, jadeando y cubierta de sudor. Miró su vientre. Estaba comenzando a crece
Nimh rodeaba la cintura de Mila con su brazo, estrechándola contra su cuerpo. Cuando se percató de la presencia de Gwyneviere le lanzó un hechizo, que ella bloqueó con su báculo. - Gwyneviere, ¿qué haces aquí? -le dijo, sorprendida. Por lo visto, Mila no le había contado sobre la amiga esperándola en su casa. - Quería darte una sorpresa -respondió ella con sarcasmo, mientras la ira comenzaba a crecer en su interior. - ¿Gwyneviere? Me habías dicho que te llamabas Jade -dijo Mila, claramente ofendida por la mentira. Gwyneviere se encogió de hombros. - Apártate Mila. Esto puede terminar mal -dijo Gwyneviere, lanzando un hechizo a Nimh. Nimh actuó rápidamente. Empujó a Mila hacia un costado, absorbió la magia que Gwyneviere había lanzado y se la echó nuevamente en su dirección. Era un hechizo aturdidor. Gwyneviere no estaba tirando a matar, quería respuestas antes de matar a Nimh, quería la ubicación exacta de Mordred. Luego de obt
Nimh estaba nerviosa. Mordred dijo que lo harían ese mismo día. No dejaba de dar vueltas en su habitación y apretaba sus manos inquietamente. No creía que hubiera otra salida y sabía que Mordred tenía siempre una perspectiva más amplia de las cosas que las demás personas. Mordred golpeó la puerta y entró. - ¿Estás lista? -preguntó. - Eso creo -dijo ella. - Bien, recuéstate. No es necesario que te desvistas. Abre las piernas. Nimh hizo todo lo que le pedía. Mordred fue gentil con ella. Colocó una almohada debajo de sus caderas y se aseguró de que estuviera cómoda. - ¿Te encuentras bien? Ya comenzaremos… - Si… -dijo nerviosa. - De acuerdo. Es tu primera vez. Debes relajarte para que pueda ingresar y no lastimarte. Tu vagina está diseñada para esto, Nimh, puedes hacerlo. - Lo sé, pero no es de mi preferencia. - Vamos, verás que no tardaremos mucho y lo lograrás. Puedes cerrar los ojos si quieres.
Cuando Gwyneviere fue al pueblo, recibió un cuervo de Eamon, que contaba el estado de salud de Meredith. Había empeorado y Eamon creía que le quedaba poco tiempo de vida. Sus articulaciones se estaban endureciendo y en poco tiempo ya no podría moverse más. Hasta ese momento, Gwyneviere no había pensado en ellos como los abuelos de su futuro hijo, porque, de hecho, ni siquiera les había contado que estaba esperando un hijo de Vandrell, pero sintió la necesidad de preservar la vida de Meredith para que su hijo creciera con abuelos en el caso de que le sucediera algo a ella, y tuvo una idea. Creyó que Nimrodel sabría algo de la maldición de Meredith, pero tendría que enfrentar a Eamon. No se tomó el trabajo de contestar la carta de Eamon, sino que viajó hasta la Ciudadela y entró en la tienda del alquimista, lo que ocasionó que él abriera grandes sus ojos y dejara caer su mandíbula. - ¡Gwyn! -exclamó Eamon, asombrado cuando la vio. Rodeó el mostrador, y corrió a
Nimh no abandonó su habitación por unos cuantos días. El autómata le traía sus comidas diarias y limpiaba. Ella solo leía. Esa tarde, Mordred fue a visitarla. - Nimh, deberías salir a tomar algo de sol y aire fresco. - Hmm -dijo Nimh, sin quitar la vista de su libro. - Nimh -repitió Mordred, tomando el libro, haciendo que ella lo mirara-. Debo hablar contigo. Nimh lo observó. - Es hora -dijo él-. Es hora de que te lances la maldición. Nimh bufó y se incorporó en la cama. - Quiero que hagas exactamente lo mismo que hiciste con Gwyneviere, Nimh -dijo Mordred, sentándose frente a ella en la silla de su escritorio-. Debes sentir y pensar lo mismo que ese día, y usar las palabras correctas. - Hazlo tu -dijo Nimh. - Sabes que por más que he intentado no he podido transformar personas, sólo animales. Por eso somos el dúo perfecto. Nos complementamos tú y yo. Todo lo que te he enseñado este tiempo, todo lo que t
Los meses siguientes Nimh batalló con su transformación, y Mordred la llevó al límite, una y otra vez. Lidiaba con nauseas del embarazo y la presión de Mordred para lograr la transformación. - Vamos, Nimh, tú puedes hacerlo -le decía. Tanto insistía que la presión no dejaba que se transformara por completo, ni siquiera en luna llena. - Nimh, hemos visto lo que le sucedía a Gwyneviere. Debes intentarlo con más ganas. - No puedo -contestó Nimh, frustrada-. Me siento muy cansada. - Ven conmigo. Te llevaré con el alquimista y le dirás exactamente cómo te sientes así te preparará el elixir adecuado. Nimh caminó desganada detrás de Mordred, siguiéndolo por los pasillos de la gran construcción de adobe. Mordred abrió la puerta con magia y el alquimista los esperaba allí, sentado. Estaba encadenado de pies y manos, completamente desnudo. - Dile cómo te sientes -dijo Mordred. El alquimista se levantó cuando ambos entraron en su
Cada vez que algo aquejaba a Nimh, visitaba la celda de los dragones para calmar sus nervios. Eran unas bestias imponentes y fascinantes, y le gustaba observarlos, aunque hubiese preferido que se encontraran en libertad. Escuchó a Mordred acercarse detrás de ella, y se adelantó a preguntar, antes de que él le diera alguna indicación sobre lo que tendría planeado para el día de hoy. - ¿Podemos devolver algunos a su hábitat? De forma experimental. - Podríamos Nimh, pero por el momento tenemos cosas más importantes que resolver. Te traje tu nuevo elixir. Debes beber dos por día. Yo me encargaré de eso, no debes preocuparte. Nimh no dijo nada. Continuó observando a los dragones. Se encontraban encerrados en un campo de fuerza que Mordred había construido y sólo podían levantar vuelo por unos pocos pies de altura, lo que preocupaba a Nimh. Quería que sus necesidades fuesen cubiertas para que estuvieran satisfechos, y más aún cuando Mordred había logrado qu
Nimh continuó pasando tiempo en la celda de los dragones, y Mordred creyó que podía utilizar su vínculo con ellos para atacar la Ciudadela, así que permitió que los montara. Un día que ella estaba con los cachorros de dragón, Mordred se acercó. - No olvides tu entrenamiento de loba, Nimh -dijo. - No lo olvido. - He estado pensando… Tus dragones encajan a la perfección en mi plan. Para crear un nuevo orden es necesaria la destrucción y qué mejor que el fuego para destruir. Nimh giró su cabeza para mirarlo de reojo. - Tú puedes atacar por aire mientras yo lo hago por tierra -dijo Mordred. Los ojos de Nimh brillaron. - Así que dejarás que vuele. - Claro que lo haré. Sabías que lo haría. Todo a su determinado momento. No podemos apresurar las cosas. El problema contigo es que quieres las cosas ahora mismo porque eres muy joven todavía, pero tienes que aprender a dejar que las cosas maduren. - ¿Cuándo lo hare