Cuando Gwyneviere fue al pueblo, recibió un cuervo de Eamon, que contaba el estado de salud de Meredith. Había empeorado y Eamon creía que le quedaba poco tiempo de vida. Sus articulaciones se estaban endureciendo y en poco tiempo ya no podría moverse más. Hasta ese momento, Gwyneviere no había pensado en ellos como los abuelos de su futuro hijo, porque, de hecho, ni siquiera les había contado que estaba esperando un hijo de Vandrell, pero sintió la necesidad de preservar la vida de Meredith para que su hijo creciera con abuelos en el caso de que le sucediera algo a ella, y tuvo una idea. Creyó que Nimrodel sabría algo de la maldición de Meredith, pero tendría que enfrentar a Eamon.
No se tomó el trabajo de contestar la carta de Eamon, sino que viajó hasta la Ciudadela y entró en la tienda del alquimista, lo que ocasionó que él abriera grandes sus ojos y dejara caer su mandíbula.
- ¡Gwyn! -exclamó Eamon, asombrado cuando la vio.
Rodeó el mostrador, y corrió a
Nimh no abandonó su habitación por unos cuantos días. El autómata le traía sus comidas diarias y limpiaba. Ella solo leía. Esa tarde, Mordred fue a visitarla. - Nimh, deberías salir a tomar algo de sol y aire fresco. - Hmm -dijo Nimh, sin quitar la vista de su libro. - Nimh -repitió Mordred, tomando el libro, haciendo que ella lo mirara-. Debo hablar contigo. Nimh lo observó. - Es hora -dijo él-. Es hora de que te lances la maldición. Nimh bufó y se incorporó en la cama. - Quiero que hagas exactamente lo mismo que hiciste con Gwyneviere, Nimh -dijo Mordred, sentándose frente a ella en la silla de su escritorio-. Debes sentir y pensar lo mismo que ese día, y usar las palabras correctas. - Hazlo tu -dijo Nimh. - Sabes que por más que he intentado no he podido transformar personas, sólo animales. Por eso somos el dúo perfecto. Nos complementamos tú y yo. Todo lo que te he enseñado este tiempo, todo lo que t
Los meses siguientes Nimh batalló con su transformación, y Mordred la llevó al límite, una y otra vez. Lidiaba con nauseas del embarazo y la presión de Mordred para lograr la transformación. - Vamos, Nimh, tú puedes hacerlo -le decía. Tanto insistía que la presión no dejaba que se transformara por completo, ni siquiera en luna llena. - Nimh, hemos visto lo que le sucedía a Gwyneviere. Debes intentarlo con más ganas. - No puedo -contestó Nimh, frustrada-. Me siento muy cansada. - Ven conmigo. Te llevaré con el alquimista y le dirás exactamente cómo te sientes así te preparará el elixir adecuado. Nimh caminó desganada detrás de Mordred, siguiéndolo por los pasillos de la gran construcción de adobe. Mordred abrió la puerta con magia y el alquimista los esperaba allí, sentado. Estaba encadenado de pies y manos, completamente desnudo. - Dile cómo te sientes -dijo Mordred. El alquimista se levantó cuando ambos entraron en su
Cada vez que algo aquejaba a Nimh, visitaba la celda de los dragones para calmar sus nervios. Eran unas bestias imponentes y fascinantes, y le gustaba observarlos, aunque hubiese preferido que se encontraran en libertad. Escuchó a Mordred acercarse detrás de ella, y se adelantó a preguntar, antes de que él le diera alguna indicación sobre lo que tendría planeado para el día de hoy. - ¿Podemos devolver algunos a su hábitat? De forma experimental. - Podríamos Nimh, pero por el momento tenemos cosas más importantes que resolver. Te traje tu nuevo elixir. Debes beber dos por día. Yo me encargaré de eso, no debes preocuparte. Nimh no dijo nada. Continuó observando a los dragones. Se encontraban encerrados en un campo de fuerza que Mordred había construido y sólo podían levantar vuelo por unos pocos pies de altura, lo que preocupaba a Nimh. Quería que sus necesidades fuesen cubiertas para que estuvieran satisfechos, y más aún cuando Mordred había logrado qu
Nimh continuó pasando tiempo en la celda de los dragones, y Mordred creyó que podía utilizar su vínculo con ellos para atacar la Ciudadela, así que permitió que los montara. Un día que ella estaba con los cachorros de dragón, Mordred se acercó. - No olvides tu entrenamiento de loba, Nimh -dijo. - No lo olvido. - He estado pensando… Tus dragones encajan a la perfección en mi plan. Para crear un nuevo orden es necesaria la destrucción y qué mejor que el fuego para destruir. Nimh giró su cabeza para mirarlo de reojo. - Tú puedes atacar por aire mientras yo lo hago por tierra -dijo Mordred. Los ojos de Nimh brillaron. - Así que dejarás que vuele. - Claro que lo haré. Sabías que lo haría. Todo a su determinado momento. No podemos apresurar las cosas. El problema contigo es que quieres las cosas ahora mismo porque eres muy joven todavía, pero tienes que aprender a dejar que las cosas maduren. - ¿Cuándo lo hare
Gwyneviere buscó rápidamente algo entre las cosas de Meredith para vestirse y salió hacia el Bosque de Druwyddrerm a través de un portal. Una vez allí, buscó a Arabella. Advirtió a los druidas sobre el regreso del Nigromante, aun sin saber cuáles eran exactamente sus planes y les dijo a Eamon y Meredidith que la siguieran. - ¿Qué sucede, Gwyn? -preguntó Meredith. - No lo sé aun… Iremos a Emyrddrin por un tiempo, hasta que sepamos a qué nos enfrentamos. Sólo sé que tomaron la Ciudadela. No podemos volver allí. No he tenido tiempo de avisar al Alto Consejo, pero no puedo arriesgar a mi familia. Abrió un portal y los llevó a Emyrddrin. Allí se dirigieron a casa de Katya. Gwyneviere golpeó la puerta, y por la urgencia de los golpes, Katya no tardó nada en contestar. - ¡Eres tú! -dijo alegremente-. Y, adivino, los padres de Vandrell. Encantada, soy Katya -agregó estrechando las manos de Eamon y Meredith-. Un honor haber conocido a su hijo y luchado
A la mañana siguiente, Gwyneviere y Katya se levantaron temprano, desayunaron con Jeanne y Lilian, y se dirigieron al castillo de Emyrddrin para reunirse con los líderes de Emyrddrin, Elven Hudolk yLhyr. Todos miraban a Gwyneviere, expectantes. - No me miren a mi -dijo Gwyneviere-. Quienes van a dirigir las tropas, serán claramente los elfos, porque están muy bien entrenados en el arte de la guerra. - De acuerdo -dijo Albus, tomando la palabra-. Gwyneviere, pon a todos al corriente de lo que sabes sobre Mordred y Nimh, más que nada sobre los acontecimientos recientes. Gwyneviere relató que los había rastreado hasta el desierto y que creyó que Mordred de alguna manera había ingresado en sus recuerdos, aunque ella había luchado para no dejarlo entrar. Luego les dijo lo poco que había podido ver en la Ciudadela y les contó el enfrentamiento con Nimh, obviando el detalle de la transformación. No quería confesar que ella también podía convertirse en loba. Mi
Mordred fue alertado de la irrupción del ejército e inmediatamente envió más homúnculos y luego envió a la tropa real. Nimh, a su lado, estaba ansiosa por salir a luchar y cruzó miradas con él. - Iré con Kali -le dijo. - De acuerdo, pero ten cuidado. Busca a Gwyneviere. Si la vences a ella los debilitarás. Ella asintió y salió. Mordred pudo oír cómo se acercaban al castillo y envió autómatas armados con arcos y flechas como distracción, mientras él tomaba sus gemas y comandaba a tres de sus autómatas a que lo acompañaran. Se estaba aburriendo de estar allí encerrado entre las paredes del castillo, y sintió un poquito de envidia de Nimh, llena de energías y ganas de enfrentarse a sus enemigos y libre de hacerlo a todo momento, así que lo hizo. Se transportó rápidamente, junto a sus autómatas, al centro de la batalla. Los guerreros que portaban los estandartes de Ewbory Taxus abrieron enormes los ojos de sorpresa y terror cuando lo contemplaron
Luego de tanto combate, lo primero que hizo Gwyneviere fue darse un baño e ir a buscar a Arabella, acompañada de Katya, que obviamente quería probar la Piedra de la Luna. - Fascinante amiga. Pensé que amaba los portales, pero esto es mucho más práctico -le dijo Katya, luego de usar la piedra. Gwyneviere soltó una risita ante el comentario de Katya, cuando Nimrodel apareció por la puerta de la cueva. Último capítulo