En la habitación principal de la hacienda Arrabal, Egil acomoda su dura virilidad bajo su pantalón de chándal y resopla. Esa jovencita no hizo más que dejarlo con ganas y ahora le cuesta conciliar el sueño debido a eso.
Se levanta y empieza a caminar dando vueltas por toda la habitación hasta llegar al balcón. Trata de tranquilizar su cuerpo con el aire fresco que golpea su cara, pero el recuerdo del cuerpo de Adelaide retorciéndose bajo su mano aún está latente en su mente. Necesita aliviarse o esto lo va a volver loco.
—¡Gage! —Grita y el hombre entra rápidamente.
—¿Necesita algo, señor? —pregunta el susodicho mirando los alrededores, asegurándose que todo esté en orden.
—Trae a Petra ahora mismo —Ordena con voz ronca, Egil. Gage entiende lo que significa y va de inmediato hacia las habitaciones de las sirvientas de su jefe.
Petra es una de sus amantes favoritas y todos en la hacienda lo saben, hasta el mismo Egil le da demasiadas atribuciones para su condición, lo que hace que las demás mujeres de la familia se sientan molestas y el ambiente entre ellas sea muy tenso, la mayor parte del tiempo.
Sin embargo, Gage sabe que no es nadie para meterse en esos asuntos de su jefe, por eso se mantiene alejado de esos pleitos y deja el tema en manos de Lilith, la prima de Egil, la encargada de toda la servidumbre y los asuntos de la casa.
Gage llega hasta la puerta y Petra se sorprende cuando le informa que su jefe la manda llamar a su habitación. Oyó decir a las sirvientes que la joven Valencia estaba en su habitación y por ese motivo pensó que no la necesitaría esta noche.
Una sonrisa lobuna se dibuja en su cara de inmediato ante la orden. Era obvio que alguien tan insignificante como esa pelirroja no saciaría la lujuria ni la potencia de Egil. El destino de Adelaide ya está predicho y ella pretende hacerle la vida de cuadritos cada que le sea posible.
El señor Egil es un hombre grande en todos los sentidos y casi ninguna de las que lo han servido sexualmente soportan sus formas tan bruscas de poseerlas. Solo Petra lo conoce y satisface en las formas que a él le gustan. Eso le ha dado su lugar como la favorita desde hace mucho tiempo.
—Deme unos minutos, ya salgo —dice ella con una alegría que no logra ocultar.
Ella tiene puesto su camisón de seda, así que se coloca unas gotas de perfume, un poco de pintalabios y con un chal sobre sus hombros sale con aire triunfante por los pasillos para dirigirse a la habitación de Egil.
En la habitación principal, Egil está impaciente, sentado en uno de sus sillones. Apenas escucha los toques en su puerta, ordena que pase.
—Señor —Petra saluda al entrar—, ¿me mandó llamar?
—¡Desvístete y ven aquí! —Ordena Egil dejando a la vista su miembro adolorido.
Petra lo hace quedando totalmente desnuda, camina hasta él y se sienta a horcajadas, dejando que él se coloque en su entrada. Egil no es un hombre cariñoso y mucho menos paciente. Sin embargo, ella aprendió a aceptarlo y a disfrutar de sus encuentros íntimos con él.
Sin preámbulos, él la penetra tan profundo que la concubina se queda sin aire por unos segundos. Egil no espera a que ella se recupere, la toma de ambos lados de la cadera y comienza con su vaivén de embestidas fuertes y profundas que llevan a la joven en un éxtasis profundo de un momento a otro.
Egil toma uno de sus pechos con su boca, lo mordisquea y succiona. Petra es una mujer de cuerpo exuberante, sus caderas son anchas y su cintura pequeña, pero sus pechos son la envidia de muchas mujeres por la hacienda, son grandes, muy grandes y a Egil le encanta jugar con ellos. Su cabellera es castaña y ondulada, ojos cafés y dos hoyuelos que se notan desde lejos cuando sonríe.
Con cada embestida, él se acerca más a su clímax. Apenas en la mañana había estado con ella, pero ahora mismo se encuentra abrumado por la excitación que Adelaide dejó en él y necesita desahogarse o de lo contrario irá junto a ella a completar lo que había iniciado.
Cuando Egil llega a su apogeo, Petra se aferra a su pecho. Allí permanece por unos minutos esperanzada de que él le pida quedarse, pero se decepciona cuando Egil le pide que se retire.
Se levanta de su regazo con las piernas temblorosas y se viste como puede antes de marcharse.
Mientras tanto, Adelaide no puede evitar sollozar al recordar los dedos largos de Egil invadiendo su intimidad. Eso fue lo peor que le pasó en su corta vida, sintió como si se hubiese desgarrado cuando él introdujo dos dedos dentro de ella y permaneció allí por un largo rato sin hacer nada más, multiplicando su agonía y regocijándose de su incomodidad.
Él pudo haber sido más amable con ella sabiendo que era pura, pero para la joven es obvio que su intención desde un principio era lastimarla y nuevamente lo había logrado.
—Mi niña, ¿necesita que la ayude? —Se oye la voz de Mercedes desde el otro lado de la puerta—. Puedo preparar un té que va a ayudarla con su malestar.
Mercedes se sintió muy triste cuando la vio salir llorando de la habitación de Egil y enseguida vino tras ella, pero encontró la puerta cerrada.
La joven por fin abre la puerta. Mercedes la despoja del vestido que le habían puesto antes de irse y le coloca un camisón para que pueda sentirse más cómoda.
Con un cuenco de agua tibia, empieza a limpiar su cuerpo. Por su experiencia enseguida se dio cuenta de que Egil no la había poseído y eso la tranquiliza un poco. De todos modos, no cree que tenga la misma suerte por mucho tiempo.
Poco tiempo después de que termina de limpiarla, la joven Adelaide ya está profundamente dormida. La arropa y sale para dejarla descansar. Mañana es el día más importante de su vida y muchas más cosas le esperan.
—Ya es hora, señorita —dice una de las sirvientas entrando al cuarto de Adelaide. La joven asiente con un gran nudo en el estómago. Ella todavía está incrédula. La mujer en el espejo parece ser otra persona, menos ella. Está hermosa y radiante esta mañana.Mercedes abre el cajón y saca un frasco de perfume para aplicar en su cuello y muñeca. La fragancia era de su difunta madre Amaranta y nadie posee un perfume con el mismo aroma, porque lo fabricó un nativo de su pueblo solamente para ella. Mercedes guardó los frascos de perfume como un tesoro cuando ella falleció y se los dio a Adelaide cuando cumplió sus quince años.La joven cierra los ojos y aspira ese aroma que tanto le recuerda a su madre, a la que nunca conoció porque murió el día que nació. Es como si estuviera ahora con ella y eso le da valor para lo que viene a continuación.Se mira por última vez en el espejo mientras da media vuelta para admirar su vestido. Es tan precioso, esponjoso y brillante, como si hubiera sido saca
Adelaide pasa todo el día en la habitación lamentándose. Sus ojos están tan hinchados que hasta le dificulta abrirlos por completo.Mercedes vino muchas veces a preguntar desde la puerta si necesitaba algo; sin embargo, ella solo le dijo que se fuera y la dejara sola. No comió ni bebió nada durante el día.Se levanta perezosa y mira alrededor. La noche ya cayó y la fría ventisca que entra por su ventana la hace estremecer.A pesar de lo cansada que se encuentra, consigue deshacerse del pomposo vestido de novia que ya le está empezando a dar comezón y va directo al baño a limpiarse la cara con agua fría.En el espejo consigue ver las enormes ojeras que cuelgan bajo sus ojos y su peinado ya maltrecho. Suspira, se ve terrible.Se baña y busca ella misma una muda de ropa para estar más cómoda y con un chal sobre hombros sale hasta el balcón a admirar el paisaje nocturno de la hacienda Arrabal.Hoy es un día despejado y muchas estrellas titilan en el oscuro cielo. ¿Qué más se supone que pu
A la mañana siguiente, en el jardín de rosas, Petra y otras jóvenes se hallan hablando entre ellas y riendo mientras señalan hacia donde se encuentra la habitación de Adelaide.Por su tranquilidad, ella decide ignorarlas, abre el libro en sus manos y se concentra en la trama de romance que está leyendo. Mercedes se había encargado de su educación de manera diligente en todos estos años, es por eso que sabe leer y escribir de manera fluida, además de tener conocimiento en varias áreas. Su padre, Bahram Valencia, siempre fue un hombre despiadado con su hija, y a Adelaide no le cabe duda que la odia con todas sus fuerzas, pero aun así dio órdenes para que ella recibiera las clases que necesita una joven de su edad. Si hay algo que le gusta a Adelaide es estudiar y siempre se ha destacado por eso. Lee, escribe y se dedica incluso más que su hermana Nadia y eso se lo había dicho uno de los maestros.Las mujeres en el jardín al final optan por retirarse. Petra, quien había sugerido a las d
La sangre empieza a manchar la ropa de la mujer, mientras algunos guardias vienen a ver lo que sucede. Adelaide se siente aturdida al escuchar los gritos de las otras jóvenes, no entiende lo que pasa, ni por qué Petra la acusó si ella ni siquiera vio lo que había pasado. —¿Quería matarme porque me odia? —Los gritos de Petra alertan a Lilith, quien se encuentra vigilando algunas actividades de los sirvientes en el jardín adyacente. Adelaide permanece callada, aturdida, sin saber qué decir. La prima de Egil acude rápidamente al lugar para ver lo que sucede. Por la sangre en el vestido de Petra, quien llora amargamente, y los gritos de las otras acusando Adelaide, ella puede deducir lo que ha pasado. Lilith se acerca a pasos firmes hasta el tumulto y al momento un silencio profundo inunda el lugar. Adelaide niega con la cabeza mientras su esperanza se desmorona como un castillo de arena cuando Petra dice que ella fue quien la empujó.El rostro de Adelaide se voltea al recibir una bofe
Egil está ocupado haciendo las verificaciones de las otras haciendas. La noticia sobre una inminente huelga de algunos campesinos ocupó toda su atención en este tiempo. Ordenó a Gage acompañarlo y dejó encargado a Vítor sobre los asuntos importantes de la casa con la orden explícita de avisar en caso de que algo urgente requiera su atención. Muy llegada la noche, con un cansancio que pesa sobre su espalda, va hasta su habitación, se quita su saco y las botas llenas de lodo de sus pies por estar recorriendo las siembras y verificando la producción. Lleva una semana entera aquí, el frío cala hasta sus huesos en estas tierras mientras intenta entrar en razón con sus trabajadores. Le está costando más de lo que había creído. Necesita al menos un mes para ordenar todo aquí antes de volver a la hacienda Arrabal. Una huelga de trabajadores es lo que menos necesita justo ahora. Su viaje había sido en total sigilo, nadie se enteró el día que salió de la hacienda para poder resguardar su seg
Muy temprano a la mañana, Mercedes vuelve a pedir reunirse con Lilith, pero los guardias le informan que tuvo que salir de la hacienda para hacer unos pendientes en la capital. Luego de mucho pensarlo y sin poder soportar la incertidumbre, con unas manzanas metidas en sus medias, la nana camina a pasos presurosos por los pasillos que conducen a la parte baja de la casa, donde se encuentran las celdas. Esta casa es muy grande, nada comparado con la de los Valencia, pero gracias a que algunos sirvientes le dieron las coordenadas, al fin puede llegar hasta la parte más baja, en los sótanos. El frío en esta zona es incómodo y el olor de las paredes es atroz. A Mercedes no le cabe en la mente por qué trajeron a Adelaide en este sitio. Si su esposo no estuviera de viaje, esto no hubiese pasado, de eso está segura. Él no sería tan cruel con ella por algo tan insignificante. Cuando llega hasta la entrada, se topa con cuatro hombres armados custodiando el lugar y seis más patrullando la zon
Egil Arrabal y al menos una media docena de sus hombres, salen al encuentro con el informante. Aún es de madrugada, pero la neblina hace que la poca visibilidad en estas carreteras se acentúe.—¿Qué haremos después con ese hombre, jefe? —pregunta Gage, ordenando a los hombres en posiciones estratégicas. Desde ayer que hizo reconocimiento de estos terrenos, una sospecha nació en él. Sabe que no se puede confiar en todo en alguien que traiciona primero a su patrón, y luego a los ideales que decidió seguir. Eso es de gente sin escrúpulos y con ambiciones desmedidas, capaces de vender hasta su alma al mismísimo diablo con tal de llegar a sus objetivos.—Lo necesitamos por ahora —La voz profunda y grave de Egil, quien se encuentra en la parte trasera de la camioneta, lo hace asentir—. Debemos movernos con cautela para aparentar tener confianza. Necesito la información que tiene para darme y así poner fin a estas amenazas de huelga. No pondré en riesgo los productos a causa de un montón de
Petra permanece en la cama con un vendaje en la mano todo el día. Se siente aburrida y malhumorada sin poder hacer nada, pero no puede dar pie a que se sospeche de ella, por lo que no le queda de otra que fingir malestar y obtener así todos sus objetivos.Había mandado un recado a Vítor con Petrona en la mañana y este vino hasta su habitación para cerciorarse de su estado, apenas pudo desocuparse en la oficina.Como secretario de la hacienda es su deber atender todas las necesidades cuando Egil se encuentra ausente. Aunque Lilith es la encargada de la servidumbre y todo lo relacionado con la casa, no puede hacer caso omiso al pedido de Petra. Eso es también parte de su trabajo.—Espero que consiga recuperarse pronto, señorita —dice el hombre mirando a la mujer en la cama—. Y que no quede una cicatriz en su mano. Eso enfurecería mucho al señor Egil.Las palabras de Vítor iluminan la mente de la mujer. Claro, eso es lo que necesita para que termine definitivamente con esa pelirroja. Egi