Emma mira con ojos de fuego a su esposo mientras él se esmera en salivar de manera correcta aquel objeto. Luego ella se coloca de espaldas a él, se agacha lo suficiente para ofrecerle una vista única, deliciosa y totalmente sexy de su trasero. La respiración de su esposo se triplica cuando su boca entra en contacto con su cuerpo. Vuelve a aspirar profundamente, sin el menor pudor, ese aroma tan característico de mujer que lo vuelve loco, luego sin más preámbulo y al borde del colapso toma por asalto su parte íntima. La lengua de Adriano está de fiesta esta noche. Recorre con afán cada pequeño espacio entre pliegues, saboreando, como si se tratase, de un néctar de los dioses. —Amor, así —gime desesperada, Emma—. Por favor, continúa. Adriano sigue con su labor, ahora con más ahínco, subiendo un poco más arriba y metiendo más presión en el lugar correcto para lubricar suficientemente ese orificio del cual se deleitará más tarde hasta cansarse. Dirige el tapón lentamente allí, donde
Dos semanas después, en Roma… —¡¿Qué significa esto, Benedict?! ¿Es por esto que querías venir a Italia? ¿Por ella? ¿Para buscarla? Pamela tira la carpeta en la mesa mientras llora amargamente. Ya no soporta esta situación, está cansada de luchar con el fantasma de Adelaide y de Gaspar. Benedict toma una servilleta y limpia las salpicaduras del café en su saco producidas por el choque de la carpeta con su taza, sin el humor suficiente para contestar absolutamente nada al reclamo de su esposa. —Ya no puedo soportarlo, nunca vas a olvidarla. Esta obsesión tuya con ella ya ha llegado demasiado lejos, quiero irme a casa. Pamela camina hasta el sofá donde se sienta para aminorar el dolor de su espalda. Cuando encontró la carpeta esta mañana entre las cosas de su esposo, no podía dar crédito de lo que allí decía. —Puedes irte cuando quieras —le dice él, seco, pero en tono bajo—. Nadie te obligó a venir conmigo, tampoco a meterte en cosas que no son de tu incumbencia. —¿Ella te i
El aire pesado y nauseabundo hace que a Adelaide se le dificulte respirar. Permanece inmóvil contra la pared, sosteniendo con fuerza el ruedo de su vestido, incapaz de dar un paso para ningún lado. La poca luz que entra por la abertura deja entrever lo sombrío del sitio, oscuro, sucio y mohoso, acrecentando su temor de que alguna alimaña se precipite contra ella de un momento a otro.Maldita su suerte ¿Por qué le suceden todas estas cosas?Sus ojos están hinchados de tanto llorar. Este lugar es muy húmedo y hace mucho frío. Solo ruega que Egil le absuelva, que la escuche y ordene que la saquen de aquí antes de que la noche caiga, aunque luego la mantenga encerrada de nuevo en su habitación. Incluso eso será mejor que este lugar tan horripilante.Escucha los murmullos de unos hombres que custodian la puerta y una leve esperanza nace en ella. Ya perdió la cuenta de las horas que lleva en este lugar y desde ese momento el silencio fue su única compañía, hasta ahora.—Señores, por favor,
Una semana antes, en la mansión de la familia Valencia…—Da la orden para que preparen a Adelaide —dice Bahram sin ningún atisbo de emoción en su rostro. Su odio por su hija le impide sentir compasión por ella y buscar otra solución para este gran dilema—. No quiero que nada salga mal esta vez. Asegúrate de que llegue a su destino para mañana mismo. Quiero que la acompañes y la entregues personalmente a su futuro esposo. Calixto asiente y se aleja del lugar dispuesto a cumplir el mandato de su padre, de todas formas, él no puede contradecirlo y su hermana puede tener un futuro mejor al lado de Egil que la que tiene en la mansión Valencia. En esa casa será la esposa del heredero, del CEO más temido y cruel de todos los tiempos, además de que eso representará la salvación de su propia familia.Mercedes, la anciana encargada del cuidado de Adelaide desde su nacimiento, recibe la orden explícita de Calixto y solicita unas horas para prepararla para el viaje y acompañarla.La anciana se s
En la hacienda de la familia Arrabal, Gage mira a Egil con preocupación. No ha dicho ni una sola palabra ante la noticia que acaba de recibir y dejó ir al mensajero de Bahram Valencia como si nada, lo que nunca hubiese hecho ante una noticia tan grave.Tampoco dio una sola orden. Eso podría ser bueno, pero definitivamente cuando se trata de Egil, no. Él no es alguien que se queda con los brazos cruzados ante tal deshonor, solo alguien realmente temerario y sin miedo a morir podría traicionarlo de esa forma.—Jefe, quizás pueda…—¡Silencio! —La voz potente de Egil lo calla de inmediato. La frialdad en su tono es algo a lo que su mano derecha ya está acostumbrado, ya que se conocen desde que ambos eran niños, pero hay algo más pasando dentro de esa cabeza y él lo sabe bien.Los dedos largos del castaño, no dejan de golpear la madera del escritorio, señal característico de qué está planeando algo en las que muchas vidas se perderán y eso lo ha vivido antes.Egil no es un hombre que deja
Un pequeño cordero caminando hacia el sacrificio es lo que parece Adelaide ante los ojos de Egil desde lejos. Él es conocedor de la belleza de su difunta madre, la señora Amaranta, a quien había visto un par de veces en su niñez, sin embargo, jamás pensó que la joven pareciera la copia exacta de aquella mujer que robaba suspiros de todos en el pasado. Su cabello, ondulado, largo y rojizo, brilla bajo los rayos del sol y su piel se ve extremadamente blanca en ese vestido verde, aunque ese color no combina para nada con ella.Adelaide es una joven bella, eso puede verlo desde su posición, pero todo eso es opacado por su repugnante procedencia.Egil mantiene la cabeza erguida ante el murmullo a su alrededor y finge no inmutarse. Esto es exactamente lo que buscaba al hacer este recibimiento, volverla vulnerable ante los ojos de todos en la hacienda.La joven camina con su nana por la pasarela, donde él la espera al final, sin ninguna pizca de emoción en el rostro. Su porte erguido y desd
Mientras más se acercan a la habitación de Egil, Adelaide se siente más mareada y con ganas de vomitar. Su estómago se revuelve y no encuentra la manera de tranquilizarse.—Mantenga la calma, mi niña —Insta la sirvienta como si eso fuese posible para ella. Puede pedirle todo, menos calma. Eso es imposible en estos momentos—. Recuerde todo lo que le enseñé, si se resiste puede ser peor. Es mejor que se acostumbre a estas órdenes, el señor Egil será su esposo desde mañana y hoy es legalmente su prometida, por lo que es normal que desee pasar tiempo a solas con usted.Para Adelaide escuchar esas palabras de la única persona que la ha comprendido y cuidado desde que nació es el claro ejemplo de que le esperan días muy difíciles en esta hacienda.Adelaide no se siente preparada para este encuentro a solas entre ellos, es más, está aterrorizada solo de imaginar que ese hombre pueda disponer de su cuerpo como se le antoje.—Ya llegamos, mi niña —Se detienen frente a una puerta doble custodia
En la habitación principal de la hacienda Arrabal, Egil acomoda su dura virilidad bajo su pantalón de chándal y resopla. Esa jovencita no hizo más que dejarlo con ganas y ahora le cuesta conciliar el sueño debido a eso. Se levanta y empieza a caminar dando vueltas por toda la habitación hasta llegar al balcón. Trata de tranquilizar su cuerpo con el aire fresco que golpea su cara, pero el recuerdo del cuerpo de Adelaide retorciéndose bajo su mano aún está latente en su mente. Necesita aliviarse o esto lo va a volver loco. —¡Gage! —Grita y el hombre entra rápidamente. —¿Necesita algo, señor? —pregunta el susodicho mirando los alrededores, asegurándose que todo esté en orden. —Trae a Petra ahora mismo —Ordena con voz ronca, Egil. Gage entiende lo que significa y va de inmediato hacia las habitaciones de las sirvientas de su jefe. Petra es una de sus amantes favoritas y todos en la hacienda lo saben, hasta el mismo Egil le da demasiadas atribuciones para su condición, lo que hace que