Mientras más se acercan a la habitación de Egil, Adelaide se siente más mareada y con ganas de vomitar. Su estómago se revuelve y no encuentra la manera de tranquilizarse.
—Mantenga la calma, mi niña —Insta la sirvienta como si eso fuese posible para ella. Puede pedirle todo, menos calma. Eso es imposible en estos momentos—. Recuerde todo lo que le enseñé, si se resiste puede ser peor. Es mejor que se acostumbre a estas órdenes, el señor Egil será su esposo desde mañana y hoy es legalmente su prometida, por lo que es normal que desee pasar tiempo a solas con usted.
Para Adelaide escuchar esas palabras de la única persona que la ha comprendido y cuidado desde que nació es el claro ejemplo de que le esperan días muy difíciles en esta hacienda.
Adelaide no se siente preparada para este encuentro a solas entre ellos, es más, está aterrorizada solo de imaginar que ese hombre pueda disponer de su cuerpo como se le antoje.
—Ya llegamos, mi niña —Se detienen frente a una puerta doble custodiada por dos hombres armados y cara de malos—. Debe dar dos toques y esperar que el señor le autorice para entrar.
Adelaide asiente con un gran nudo en la garganta. Mercedes aprovecha ese corto tiempo para acomodar su larga cabellera a un lado de su hombro para que se vea más sensual.
Cuando termina, hace un asentimiento y se marcha.
La joven duda en tocar la puerta, pero antes de que pueda reaccionar, uno de los guardias lo hace, anunciando su presencia en la puerta.
—¡Adelante! —La voz profunda y ronca de Egil se oye desde el otro lado unos segundos después. Adelaide se estremece como si una ola de frío la tomara por sorpresa. Las puertas dobles se abren y la joven entra a ubicarse a unos pasos con la vista fija a sus zapatos y el corazón atorado en la garganta.
Dentro de la habitación no se oye nada, excepto su propia respiración agitada. Tampoco osa levantar la vista para ver dónde se encuentra Egil o si la está observando desde algún punto.
Adelaide permanece parada en la misma posición durante unos minutos hasta que finalmente oye los pasos de su futuro esposo acercarse hasta ella.
La joven levanta la vista y por unos segundos ambos se miran fijamente a los ojos. Adelaide se siente intimidada por el corpulento hombre frente a ella. Él es demasiado grande y alto, mientras que ella es muy pequeña y escuálida. No es de extrañar que Egil la vea como a un insecto al cual puede aplastar sin compasión.
Egil ya no lleva su traje azul como a la hora que llegaron. Ahora lleva solo su camisa celeste, con las mangas dobladas hasta sus codos. Adelaide no puede evitar detallar su cuerpo bien formado que resalta a la perfección bajo esa casi transparente tela. El atractivo de este hombre no es algo oculto para nadie y ahora ella lo está confirmando con sus propios ojos.
Su cabellera castaña combinada con sus ojos azules le dan un aspecto sobrio y austero. Y su aroma embriagante y masculino no pasa desapercibido para Adelaide cuando él la rodea lentamente al punto de dejarla levemente mareada.
—¿Cómo estuvo su viaje, Adelaide? —Pregunta él a su espalda. La joven se sobresalta y Egil sonríe al notar su reacción tan tonta.
—Largo y bastante cansador, señor —Responde ella en un hilo de voz grave. Un gruñido es la respuesta que recibe.
—Espero que no se encuentre tan cansada como para compartir un momento conmigo —Replica él colocándose delante de ella. Adelaide niega con un nudo en la garganta—. Me gustaría conocer más detalladamente a mi futura esposa. Quítese el vestido y voltee hacia la pared.
Adelaide empieza a bajar su cremallera de su vestido con los dedos temblorosos, mientras Egil sigue sus movimientos con una sonrisa arrogante estampada en el rostro.
El mayor deseo del él es hacerla pagar, descargar en ella la rabia que siente por lo que sucedió con su hermana Nadia y lo hará esta misma noche. Poco le importa que ella sea hija de Bahram Valencia; va a tratarla tal como a una mujerzuela o peor, después de todo, ella es de su propiedad ahora, su propio padre la entregó como compensación por el acto indigno de Nadia y él no perderá la oportunidad de demostrarle cada segundo de su estadía en esta hacienda, en manos de quien cayó.
Adelaide abre su vestido y lo deja caer al piso, dejando ver su cuerpo casi totalmente desnudo a Egil. Por un momento siente ganas de taparse, pero él emite un corto gruñido de advertencia que la hace recapacitar.
Egil la mira sin pudor alguno desde la punta de sus pies hasta detenerse deliberadamente más de la cuenta en sus pechos que son firmes y bastante generosos. Por lo demás, es tan delgada que podría hacerla pedazos si se deja llevar por su instinto más primitivo. Tampoco cree que ella alguna vez aguante su pasión.
La observa detenidamente y ni siquiera le apetece poseerla, las mujeres con las que suele estar son mucho más hermosas que ella y saben cómo complacerlo; sin embargo, no perderá la oportunidad de hacerla sufrir cada vez que tenga la oportunidad.
—De la vuelta, Adelaide —Ordena una vez más con voz firme. Ella lo hace lentamente, tomándose el tiempo para poder asimilar su situación.
Una mano grande y firme se posa en su espalda baja y la empuja contra la pared, donde la acorrala con su enorme cuerpo.
Un jadeo corto sale de la garganta de Adelaide por la impresión. ¿Acaso este hombre va a poseerla parada?
Egil aspira su aroma mientras pasea sus dedos largos por su cabello, disfrutando de su suavidad. Nunca conoció a nadie, excepto a la señora Amaranta, con esos rasgos que le parecen hermosos y exóticos. Las mujeres de aquí son en su mayoría morenas y algunas raras excepciones, rubias, pero ninguna tiene el cabello tan largo y bien cuidado como Adelaide.
Con una lentitud que quema, él enreda su cabellera rojiza entre sus dedos y la jala hacia atrás, arqueando la espalda de Adelaide hasta apoyar su cabeza en su pecho.
La joven se muerde el labio inferior para evitar emitir algún quejido de dolor, mientras Egil la observa desde atrás, complacido.
El hombre lleva su mano libre hasta uno de sus pechos y lo amasa, lento primero, luego con más agresividad, lento nuevamente y agresivo de nuevo, como si siguiera algún tipo de patrón para torturar el cuerpo de Adelaide.
La joven no comprende como algo tan brusco y desagradable puede causar satisfacción. A ella no le gusta lo que está sintiendo.
—Quítese también su ropa interior —Pide él sin dejar su labor en su pecho.
La joven lo hace lentamente para darse un poco más de tiempo, pero él pilla su intención y se lo quita de un tirón. Abre sus piernas con sus rodillas y lleva su mano a su intimidad y empieza a palpar.
Adelaide comienza a llorar por la sensación incómoda en esa parte de su cuerpo que nunca antes había sido invadido. Es un sollozo silencioso que a Egil no le pasa desapercibido, pero sabe que esas lágrimas no son de dolor porque en realidad él no la está lastimando, es simplemente un llanto de resignación y eso lo complace. Lo que menos desea es luchar por algo que ya es suyo y Adelaide ahora es suya, completa y totalmente suya y no hay nadie que pueda remediarlo.
En la habitación principal de la hacienda Arrabal, Egil acomoda su dura virilidad bajo su pantalón de chándal y resopla. Esa jovencita no hizo más que dejarlo con ganas y ahora le cuesta conciliar el sueño debido a eso. Se levanta y empieza a caminar dando vueltas por toda la habitación hasta llegar al balcón. Trata de tranquilizar su cuerpo con el aire fresco que golpea su cara, pero el recuerdo del cuerpo de Adelaide retorciéndose bajo su mano aún está latente en su mente. Necesita aliviarse o esto lo va a volver loco. —¡Gage! —Grita y el hombre entra rápidamente. —¿Necesita algo, señor? —pregunta el susodicho mirando los alrededores, asegurándose que todo esté en orden. —Trae a Petra ahora mismo —Ordena con voz ronca, Egil. Gage entiende lo que significa y va de inmediato hacia las habitaciones de las sirvientas de su jefe. Petra es una de sus amantes favoritas y todos en la hacienda lo saben, hasta el mismo Egil le da demasiadas atribuciones para su condición, lo que hace que
—Ya es hora, señorita —dice una de las sirvientas entrando al cuarto de Adelaide. La joven asiente con un gran nudo en el estómago. Ella todavía está incrédula. La mujer en el espejo parece ser otra persona, menos ella. Está hermosa y radiante esta mañana.Mercedes abre el cajón y saca un frasco de perfume para aplicar en su cuello y muñeca. La fragancia era de su difunta madre Amaranta y nadie posee un perfume con el mismo aroma, porque lo fabricó un nativo de su pueblo solamente para ella. Mercedes guardó los frascos de perfume como un tesoro cuando ella falleció y se los dio a Adelaide cuando cumplió sus quince años.La joven cierra los ojos y aspira ese aroma que tanto le recuerda a su madre, a la que nunca conoció porque murió el día que nació. Es como si estuviera ahora con ella y eso le da valor para lo que viene a continuación.Se mira por última vez en el espejo mientras da media vuelta para admirar su vestido. Es tan precioso, esponjoso y brillante, como si hubiera sido saca
Adelaide pasa todo el día en la habitación lamentándose. Sus ojos están tan hinchados que hasta le dificulta abrirlos por completo.Mercedes vino muchas veces a preguntar desde la puerta si necesitaba algo; sin embargo, ella solo le dijo que se fuera y la dejara sola. No comió ni bebió nada durante el día.Se levanta perezosa y mira alrededor. La noche ya cayó y la fría ventisca que entra por su ventana la hace estremecer.A pesar de lo cansada que se encuentra, consigue deshacerse del pomposo vestido de novia que ya le está empezando a dar comezón y va directo al baño a limpiarse la cara con agua fría.En el espejo consigue ver las enormes ojeras que cuelgan bajo sus ojos y su peinado ya maltrecho. Suspira, se ve terrible.Se baña y busca ella misma una muda de ropa para estar más cómoda y con un chal sobre hombros sale hasta el balcón a admirar el paisaje nocturno de la hacienda Arrabal.Hoy es un día despejado y muchas estrellas titilan en el oscuro cielo. ¿Qué más se supone que pu
A la mañana siguiente, en el jardín de rosas, Petra y otras jóvenes se hallan hablando entre ellas y riendo mientras señalan hacia donde se encuentra la habitación de Adelaide.Por su tranquilidad, ella decide ignorarlas, abre el libro en sus manos y se concentra en la trama de romance que está leyendo. Mercedes se había encargado de su educación de manera diligente en todos estos años, es por eso que sabe leer y escribir de manera fluida, además de tener conocimiento en varias áreas. Su padre, Bahram Valencia, siempre fue un hombre despiadado con su hija, y a Adelaide no le cabe duda que la odia con todas sus fuerzas, pero aun así dio órdenes para que ella recibiera las clases que necesita una joven de su edad. Si hay algo que le gusta a Adelaide es estudiar y siempre se ha destacado por eso. Lee, escribe y se dedica incluso más que su hermana Nadia y eso se lo había dicho uno de los maestros.Las mujeres en el jardín al final optan por retirarse. Petra, quien había sugerido a las d
La sangre empieza a manchar la ropa de la mujer, mientras algunos guardias vienen a ver lo que sucede. Adelaide se siente aturdida al escuchar los gritos de las otras jóvenes, no entiende lo que pasa, ni por qué Petra la acusó si ella ni siquiera vio lo que había pasado. —¿Quería matarme porque me odia? —Los gritos de Petra alertan a Lilith, quien se encuentra vigilando algunas actividades de los sirvientes en el jardín adyacente. Adelaide permanece callada, aturdida, sin saber qué decir. La prima de Egil acude rápidamente al lugar para ver lo que sucede. Por la sangre en el vestido de Petra, quien llora amargamente, y los gritos de las otras acusando Adelaide, ella puede deducir lo que ha pasado. Lilith se acerca a pasos firmes hasta el tumulto y al momento un silencio profundo inunda el lugar. Adelaide niega con la cabeza mientras su esperanza se desmorona como un castillo de arena cuando Petra dice que ella fue quien la empujó.El rostro de Adelaide se voltea al recibir una bofe
Egil está ocupado haciendo las verificaciones de las otras haciendas. La noticia sobre una inminente huelga de algunos campesinos ocupó toda su atención en este tiempo. Ordenó a Gage acompañarlo y dejó encargado a Vítor sobre los asuntos importantes de la casa con la orden explícita de avisar en caso de que algo urgente requiera su atención. Muy llegada la noche, con un cansancio que pesa sobre su espalda, va hasta su habitación, se quita su saco y las botas llenas de lodo de sus pies por estar recorriendo las siembras y verificando la producción. Lleva una semana entera aquí, el frío cala hasta sus huesos en estas tierras mientras intenta entrar en razón con sus trabajadores. Le está costando más de lo que había creído. Necesita al menos un mes para ordenar todo aquí antes de volver a la hacienda Arrabal. Una huelga de trabajadores es lo que menos necesita justo ahora. Su viaje había sido en total sigilo, nadie se enteró el día que salió de la hacienda para poder resguardar su seg
Muy temprano a la mañana, Mercedes vuelve a pedir reunirse con Lilith, pero los guardias le informan que tuvo que salir de la hacienda para hacer unos pendientes en la capital. Luego de mucho pensarlo y sin poder soportar la incertidumbre, con unas manzanas metidas en sus medias, la nana camina a pasos presurosos por los pasillos que conducen a la parte baja de la casa, donde se encuentran las celdas. Esta casa es muy grande, nada comparado con la de los Valencia, pero gracias a que algunos sirvientes le dieron las coordenadas, al fin puede llegar hasta la parte más baja, en los sótanos. El frío en esta zona es incómodo y el olor de las paredes es atroz. A Mercedes no le cabe en la mente por qué trajeron a Adelaide en este sitio. Si su esposo no estuviera de viaje, esto no hubiese pasado, de eso está segura. Él no sería tan cruel con ella por algo tan insignificante. Cuando llega hasta la entrada, se topa con cuatro hombres armados custodiando el lugar y seis más patrullando la zon
Egil Arrabal y al menos una media docena de sus hombres, salen al encuentro con el informante. Aún es de madrugada, pero la neblina hace que la poca visibilidad en estas carreteras se acentúe.—¿Qué haremos después con ese hombre, jefe? —pregunta Gage, ordenando a los hombres en posiciones estratégicas. Desde ayer que hizo reconocimiento de estos terrenos, una sospecha nació en él. Sabe que no se puede confiar en todo en alguien que traiciona primero a su patrón, y luego a los ideales que decidió seguir. Eso es de gente sin escrúpulos y con ambiciones desmedidas, capaces de vender hasta su alma al mismísimo diablo con tal de llegar a sus objetivos.—Lo necesitamos por ahora —La voz profunda y grave de Egil, quien se encuentra en la parte trasera de la camioneta, lo hace asentir—. Debemos movernos con cautela para aparentar tener confianza. Necesito la información que tiene para darme y así poner fin a estas amenazas de huelga. No pondré en riesgo los productos a causa de un montón de