A la mañana siguiente, en el jardín de rosas, Petra y otras jóvenes se hallan hablando entre ellas y riendo mientras señalan hacia donde se encuentra la habitación de Adelaide.
Por su tranquilidad, ella decide ignorarlas, abre el libro en sus manos y se concentra en la trama de romance que está leyendo. Mercedes se había encargado de su educación de manera diligente en todos estos años, es por eso que sabe leer y escribir de manera fluida, además de tener conocimiento en varias áreas. Su padre, Bahram Valencia, siempre fue un hombre despiadado con su hija, y a Adelaide no le cabe duda que la odia con todas sus fuerzas, pero aun así dio órdenes para que ella recibiera las clases que necesita una joven de su edad.
Si hay algo que le gusta a Adelaide es estudiar y siempre se ha destacado por eso. Lee, escribe y se dedica incluso más que su hermana Nadia y eso se lo había dicho uno de los maestros.
Las mujeres en el jardín al final optan por retirarse. Petra, quien había sugerido a las demás ir hasta allá para molestar a Adelaide, está furiosa porque no pudo lograr su cometido, pero al menos le queda la satisfacción de haberla humillado en la celebración de la boda. Con eso tiene más que suficiente por el momento.
La mujer, en su habitual porte de preferida del jefe, de camino a su recámara, se desvía hacia la habitación de Egil y pide reunirse con él, pero Gage, le niega la entrada alegando que el señor está en una reunión importante.
Petra insiste, pero no encuentra una respuesta positiva por parte de la mano derecha de Egil. Esto nunca antes había pasado. Él siempre accedió a recibirla cada vez que ella acudió a su puerta. ¿Qué está pasando?
Con una rabia que la carcome por dentro, regresa a su habitación. Tira al suelo todas decoraciones que encuentra a su paso, pero no consigue calmarse.
—Esto debe ser culpa de esa escuálida —Grita. Petrona, su sirviente fiel, entra e intenta calmarla, pero termina huyendo despavorida cuando Petra le lanza un objeto con toda la intención de lastimarla.
—No va a conseguir lo que quiere, ni la ramera de Nadia. No me van a quitar la atención de Egil. Algún día seré su única mujer, la gran señora, y mataré a todos los que se opongan a mis planes.
La sirvienta corre hasta el área de los sirvientes y le comenta a las demás lo que acababa de pasar con Petra. Mercedes, quien está a una cierta distancia realizando algunas labores, escucha todo y se preocupa por Adelaide y decide notificar al señor Egil.
Con un cuenco de sopa de verduras caliente en sus manos y un trozo de pan, Mercedes se dirige a pasos presurosos hasta la habitación de Adelaide. Toca dos veces y se alegra de verla más animada.
—Mi niña —Camina hasta ella y la nota triste, pero no tanto como ayer. —Es mejor que entre. El viento ya está fresco y puede resfriarse con ese vestido. Le traje una sopa caliente.
Adelaide asiente. Su estómago gruñe debido al hambre que tiene.
—Es lo que pude traer, espero que no le moleste —dice la anciana, avergonzada por el menú, pero en realidad el señor Egil puso algunas restricciones en su comida.
—Gracias, Mercedes —La joven se levanta del sillón donde lleva sentada varias horas y camina paso a paso hasta la pequeña mesa y empieza a comer de inmediato. Para Adelaide no está mal, porque ama comer de todo, pero un buen pedazo de carne de res o pescado no lo hubiera rechazado jamás con el hambre que tiene.
Así transcurre una semana entera. El señor Egil no permitió que Adelaide saliera una sola vez de su habitación en ese tiempo, ni siquiera para tomar el sol, aunque ella prefirió no objetar para no llevarle la contraria y esperar paciente.
Sin embargo, hoy su esposo dio permiso para que ella pudiera estar una hora en el jardín y con eso ya está más que feliz.
La joven pelirroja está sentada en la banca disfrutando de su libro y no se percata que Petra, junto a otras jóvenes, las mismas que la otra vez, se acercan hasta donde se encuentra ella.
—Señora —Las mujeres hacen un leve asentimiento. Adelaide se pone en alerta, pero para no parecer maleducada corresponde a sus saludos—. Hasta que al fin la vemos fuera de su habitación —dice Petra señalando el lugar con el dedo—. Creímos que el jefe nunca la dejaría salir a tomar el sol. Aunque, ¿quién puede culparlo? Él está en todo su derecho, ¿no es así? Nosotros solo podemos acatar sus decisiones.
Las jóvenes me miran entre ellas y ríen de manera cómplice ante lo dicho por Petra.
—Es una vida muy triste la suya —Agrega otra joven fingiendo cara de disconformidad—. Ser una joven millonaria, la esposa de Egil Arrabal y no tener libertad siquiera para disfrutar siquiera del aire fresco de la hacienda. El mismo destino que tenía en la mansión Valencia. Allí también era prisionera.
A pesar de todo lo dicho, Adelaide se mantiene serena para no caer en la provocación que evidentemente tienen planeado en contra suya.
—He estado pensando que este lugar necesita muchos arreglos, especialmente tirar todas estas estúpidas rosas —dice Petra. Para este momento ella ya sabe que Adelaide ama este jardín porque algunas de las sirvientes que se encargan de su servicio le han dicho que se queda por horas mirándolo desde su balcón—. Las rosas me dan asco, así que pediré a Egil que me permita arrancarlas todas y dejar solo el césped, tal vez construir un techo, y así poder estar por aquí sin preocuparme por nada.
A Adelaide se le anuda el estómago al oírla. Por la forma en que se expresa y por lo que ella misma vio de su relación con Egil, sabe que él terminará accediendo y eso produce una amargura en ella que no puede soportar.
Se levanta del banco con toda la intención de retirarse, pero Petra la detiene.
—No sabemos cuando su esposo la dejará salir nuevamente, así que es mejor que demos un paseo. Es probable que cuando vuelva, esto ya no sea lo mismo.
—Disculpa, tengo un dolor de cabeza y deseo acostarme —Responde Adelaide de inmediato.
—No creo que sea bueno hacernos ese desaire, señora —Petra aprieta su agarre hasta que se torna bastante doloroso para Adelaide.
Dos de las mujeres la toman de ambos brazos y la conducen hacia un camino que ella no conoce y que no se atreve a ir para no faltar a las órdenes explícitas de Egil.
Adelaide intenta zafarse, pero de un momento a otro, Petra, tropieza y cae en medio de unas rocas y se hace un corte en una de sus manos. Un hilo de sangre corre por su herida, dejando sorprendidas a todas.
Adelaide intenta ayudarla a levantarse, pero Petra empieza a gritar y acusarla.
La sangre empieza a manchar la ropa de la mujer, mientras algunos guardias vienen a ver lo que sucede. Adelaide se siente aturdida al escuchar los gritos de las otras jóvenes, no entiende lo que pasa, ni por qué Petra la acusó si ella ni siquiera vio lo que había pasado. —¿Quería matarme porque me odia? —Los gritos de Petra alertan a Lilith, quien se encuentra vigilando algunas actividades de los sirvientes en el jardín adyacente. Adelaide permanece callada, aturdida, sin saber qué decir. La prima de Egil acude rápidamente al lugar para ver lo que sucede. Por la sangre en el vestido de Petra, quien llora amargamente, y los gritos de las otras acusando Adelaide, ella puede deducir lo que ha pasado. Lilith se acerca a pasos firmes hasta el tumulto y al momento un silencio profundo inunda el lugar. Adelaide niega con la cabeza mientras su esperanza se desmorona como un castillo de arena cuando Petra dice que ella fue quien la empujó.El rostro de Adelaide se voltea al recibir una bofe
Egil está ocupado haciendo las verificaciones de las otras haciendas. La noticia sobre una inminente huelga de algunos campesinos ocupó toda su atención en este tiempo. Ordenó a Gage acompañarlo y dejó encargado a Vítor sobre los asuntos importantes de la casa con la orden explícita de avisar en caso de que algo urgente requiera su atención. Muy llegada la noche, con un cansancio que pesa sobre su espalda, va hasta su habitación, se quita su saco y las botas llenas de lodo de sus pies por estar recorriendo las siembras y verificando la producción. Lleva una semana entera aquí, el frío cala hasta sus huesos en estas tierras mientras intenta entrar en razón con sus trabajadores. Le está costando más de lo que había creído. Necesita al menos un mes para ordenar todo aquí antes de volver a la hacienda Arrabal. Una huelga de trabajadores es lo que menos necesita justo ahora. Su viaje había sido en total sigilo, nadie se enteró el día que salió de la hacienda para poder resguardar su seg
Muy temprano a la mañana, Mercedes vuelve a pedir reunirse con Lilith, pero los guardias le informan que tuvo que salir de la hacienda para hacer unos pendientes en la capital. Luego de mucho pensarlo y sin poder soportar la incertidumbre, con unas manzanas metidas en sus medias, la nana camina a pasos presurosos por los pasillos que conducen a la parte baja de la casa, donde se encuentran las celdas. Esta casa es muy grande, nada comparado con la de los Valencia, pero gracias a que algunos sirvientes le dieron las coordenadas, al fin puede llegar hasta la parte más baja, en los sótanos. El frío en esta zona es incómodo y el olor de las paredes es atroz. A Mercedes no le cabe en la mente por qué trajeron a Adelaide en este sitio. Si su esposo no estuviera de viaje, esto no hubiese pasado, de eso está segura. Él no sería tan cruel con ella por algo tan insignificante. Cuando llega hasta la entrada, se topa con cuatro hombres armados custodiando el lugar y seis más patrullando la zon
Egil Arrabal y al menos una media docena de sus hombres, salen al encuentro con el informante. Aún es de madrugada, pero la neblina hace que la poca visibilidad en estas carreteras se acentúe.—¿Qué haremos después con ese hombre, jefe? —pregunta Gage, ordenando a los hombres en posiciones estratégicas. Desde ayer que hizo reconocimiento de estos terrenos, una sospecha nació en él. Sabe que no se puede confiar en todo en alguien que traiciona primero a su patrón, y luego a los ideales que decidió seguir. Eso es de gente sin escrúpulos y con ambiciones desmedidas, capaces de vender hasta su alma al mismísimo diablo con tal de llegar a sus objetivos.—Lo necesitamos por ahora —La voz profunda y grave de Egil, quien se encuentra en la parte trasera de la camioneta, lo hace asentir—. Debemos movernos con cautela para aparentar tener confianza. Necesito la información que tiene para darme y así poner fin a estas amenazas de huelga. No pondré en riesgo los productos a causa de un montón de
Petra permanece en la cama con un vendaje en la mano todo el día. Se siente aburrida y malhumorada sin poder hacer nada, pero no puede dar pie a que se sospeche de ella, por lo que no le queda de otra que fingir malestar y obtener así todos sus objetivos.Había mandado un recado a Vítor con Petrona en la mañana y este vino hasta su habitación para cerciorarse de su estado, apenas pudo desocuparse en la oficina.Como secretario de la hacienda es su deber atender todas las necesidades cuando Egil se encuentra ausente. Aunque Lilith es la encargada de la servidumbre y todo lo relacionado con la casa, no puede hacer caso omiso al pedido de Petra. Eso es también parte de su trabajo.—Espero que consiga recuperarse pronto, señorita —dice el hombre mirando a la mujer en la cama—. Y que no quede una cicatriz en su mano. Eso enfurecería mucho al señor Egil.Las palabras de Vítor iluminan la mente de la mujer. Claro, eso es lo que necesita para que termine definitivamente con esa pelirroja. Egi
—No sabía sobre esas órdenes de Egil, señor Vítor —dice Petra apenada, pero inmensamente feliz en su interior—. Yo misma la llamé señora algunas veces. Egil no me dijo nada, si lo hubiese sabido antes, no hubiese pecado ante mi ignorancia.—Lamento mucho que no se le haya informado, señorita. Pero el señor dejó en suspenso su certificado de matrimonio.—¿Y eso es bueno o malo?—Para un título tan importante como la esposa del heredero más conocido y próspero de todos los tiempos, es algo malo, definitivamente. El señor se está negando a reconocerla y darle su apellido, por lo mismo, ningún miembro de la familia la reconocerá como uno de ellos. Aunque, a pesar de eso, sigue siendo alguien importante y digna de respeto por llevar el apellido Valencia.—Sí, comprendo —Sonríe la mujer, pretendiendo ser apacible.Vítor se retira y Petra se queda pensando en su posición. Debe detener a toda costa ese certificado, aunque para eso deba matarla. No puede haber otra mujer más importante que ell
Los gritos de dolor de la mujer llegan hasta los oídos de los guardias que corren a auxiliarla. La llevan de inmediato a su habitación y llaman a la doctora, mientras Adelaide se queda allí, llorando con gran pena, por lo que acaba de pasar.—¿Qué sucedió? —Lilith, quien ese momento regresa de la capital, pregunta al ver la conmoción en la entrada. Baja de la camioneta de inmediato y corre hasta las habitaciones.—¿Pueden decirme qué sucedió aquí? —Entra gritando, empujando a su paso a los mirones que rodean la cama de Petra.—La señorita Petra fue herida nuevamente, mi señora —Informa una de las sirvientas encargadas de la limpieza. Lilith llega hasta ella y la mira sobresaltada. Toda su ropa está empapada de sangre y tiene una herida expuesta en el antebrazo que requiere sutura.—La señorita Petra se encuentra grave, señora Lilith. Necesita atención especializada en el hospital para una sutura correcta. Su herida es profunda y puede dejar cicatrices grandes si no es tratada como se
En los límites de la hacienda de Zhufun, Nadia Valencia resopla por su suerte mientras Gabriel intenta reconfortarla.Son dos las semanas que llevan viviendo en esta pequeña finca en medio del bosque y ella se siente molesta y aburrida, pero sobre todo iracunda debido a su precario pasar. Para ella este lugar es horrendo, sucio, sin comodidades y el frío le cala hasta los huesos. Los mosquitos no la dejan dormir en las noches y sin mencionar que no ha comido nada decente desde que vinieron a instalarse aquí.—Dijiste que estaríamos aquí solo por unos días —ella lo enfrenta—. Ya no soporto este sitio, Gabriel. No es lo que me prometiste. No merezco esto, solo mira mi cabello, mis uñas, mis piernas están llenas de picaduras de mosquitos, no hemos comido más que carne de pollo durante todos estos días, el agua no es potable y deja un malestar en mi estómago y todo esto aunado a que ni siquiera puedo darme un buen baño para relajarme. —Conoces nuestra situación, Nadia. Sabes que los homb