En los límites de la hacienda de Zhufun, Nadia Valencia resopla por su suerte mientras Gabriel intenta reconfortarla.Son dos las semanas que llevan viviendo en esta pequeña finca en medio del bosque y ella se siente molesta y aburrida, pero sobre todo iracunda debido a su precario pasar. Para ella este lugar es horrendo, sucio, sin comodidades y el frío le cala hasta los huesos. Los mosquitos no la dejan dormir en las noches y sin mencionar que no ha comido nada decente desde que vinieron a instalarse aquí.—Dijiste que estaríamos aquí solo por unos días —ella lo enfrenta—. Ya no soporto este sitio, Gabriel. No es lo que me prometiste. No merezco esto, solo mira mi cabello, mis uñas, mis piernas están llenas de picaduras de mosquitos, no hemos comido más que carne de pollo durante todos estos días, el agua no es potable y deja un malestar en mi estómago y todo esto aunado a que ni siquiera puedo darme un buen baño para relajarme. —Conoces nuestra situación, Nadia. Sabes que los homb
—¡Tenga cuidado, mujer! —gruñe Gage cuando Nadia choca contra su auto en su prisa por cruzar la calle—. Está muy distraída.El hombre la mira de manera despectiva y amenazante. La joven baja la mirada y con su capucha oculta su rostro para no ser reconocida por él, aunque es casi imposible debido a su atuendo, pero es mejor asegurarse.Gage mira a la mujer en frente y le parece conocida. Está seguro que la vio antes en otro lugar, pero es imposible. Ella está desarrapada y sucia. Su pelo está desordenado y también sucio. No hay forma de que la haya visto por estos lugares.—Disculpe, señor —Murmura, ella, con la voz fingidamente ronca. Gage gruñe en respuesta y da marcha al auto y se aleja. Unos metros después se para y voltea nuevamente, pero ella ya desapareció entre el gentío que se encuentra en la calle principal a esta hora.—¿Qué sucede? —Un hombre con un sombrero ancho y vestido de campesino pregunta acercándose de manera discreta a su ventanilla—. Actúas como si hubieses vist
En el hospedaje, Egil Arrabal espera impaciente la llegada de Gage.Con una botella de whisky en la mano intenta aplacar el terrible dolor de su hombro, su herida aún está sangrando a pesar de todos los medicamentos que le recetó el doctor. Se despoja de su abrigo y una gran mancha de sangre lo hace resoplar. Se quita la camisa lentamente, también las vendas que cubren esa parte y deja a la vista la herida de bala que aún se encuentra en carne viva. Toda la sangre que perdió por el disparo lo debilitó de sobre manera.Vuelve a tomar unos tragos de su bebida para darse valor. Toma su daga, el que heredó de su bisabuelo y coloca la punta en el fuego, dejando que el metal se caliente lo suficiente hasta volverse de un color rojo vivo antes de ubicarlo por unos segundos encima de su herida. Un grito desgarrador se oye por todo el lugar poniendo en alerta a Gage quien va llegando en ese momento.El intenso dolor deja a Egil semi consciente, tirado en el suelo. Él prefiere creer en los viej
El camino a la capital es muy turbulento debido a la lluvia y en varias ocasiones, Gage, se ve obligado a parar y verificar el estado de su jefe, quien está acostado en la parte trasera de la camioneta. Quizás el doctor tenía razón y la bala estaba envenenada realmente. Eso explicaría el estado de salud tan deplorable de Egil en tan poco tiempo. Lo bueno es que al menos ya no está sangrando y eso es un gran avance.—Llévame a la hacienda —pide Egil en una de esas paradas—. Ya me siento mejor. No quiero ir a la clínica. —Pero necesita atención especializada, señor —Gage trata de hacerlo entrar en razón—. En la clínica van a poder atender su herida de manera más adecuada. Si necesita otro antídoto, allí le van a poder aplicar.—¡Haz lo que te digo, Gage! —Pese a su estado, Egil lo mira de manera autoritaria. Su asistente no tiene de otra que asentir—. Quiero ir a la hacienda, ahora. Mientras tanto, luego de pasar por el bosque más espeso de entre los límites de Zhufun y Vinoxy, Nadia
Hoy es el segundo día que Adelaide se encuentra en esa horrible y oscura habitación, atada de pies y manos, con la muñeca ya herida a causa de la fricción de la cuerda y con un frío que apenas puede soportar. Todo su cuerpo tiene magulladuras y su tobillo, donde ese hombre le pegó, está hinchado y morado, con un dolor punzante que recorre hasta su hueso. —Por favor —dice tan bajito que aquel hombre que la observa desde cierta distancia no consigue escucharla. Está cansada, hambrienta y sedienta. Sus fuerzas amainaron hace mucho debido a los golpes y el ayuno forzado. Su mente es un lío absurdo. Su mirada borrosa ya no le permite comprender con claridad lo que sucede a su alrededor, su único anhelo es poder librarse de este duro castigo al que está siendo sometida, aun siendo inocente. —Hoy es el segundo día —murmura una mujer que se encuentra al lado de ese hombre asqueroso—. El secretario del señor Egil ordenó que ella estuviese en este lugar solo por tres días. Necesitas ser más
—Eso no sucederá. He servido fielmente a la familia Arrabal desde que tengo trece años, lo contrario a usted, que es solo la sustituta de su hermana, la traidora, la que huyó con su amante.—Le diré a Egil de la cicatriz que tiene en la espalda baja, así me creerá.Fabio abre los ojos, impresionado. Adelaide lo vio cuando estaba en la intimidad con la sirvienta. Ambos pensaron que ella estaba desmayada debido al hambre, pero no. Ahora él no tiene forma de refutar eso en caso de que el señor Egil decida comprobar si lo que dice ella es verdad.—Cuando él pida que se lo muestre, se dará cuenta de que tengo razón y lo condenará. Voy a detallar cada una de las atrocidades que me hizo, también le hablaré de esa mujer con quien estaba recientemente. No me callaré, haré que todos caigan conmigo.Fabio se aleja a pesar de su negativa. Esta perra es de armas tomar y no tiene más opciones que ceder, a menos que ella lo haga perder la paciencia, pero si piensa que tiene la última palabra, está m
—Me enviaron junto usted, señora, por ayuda. Vengo de la hacienda, mi niña, Adelaide Valencia, tercera hija del señor Bahram Valencia y la fallecida señora Amaranta, casada recientemente del señor Egil, está siendo torturada en secreto. El señor, quien se encuentra de viaje, no lo sabe. Temo por su vida, señora Irene.—¿Quién te dijo que yo podía ayudar a la joven Valencia?Por supuesto que Irene ya sabía de la boda de su sobrino y de la huida de la novia original y que Adelaide había sustituido a su hermana en el compromiso. Los cotilleos habían llegado a sus oídos por parte de la servidumbre.—El prisionero innombrable me mandó en su búsqueda —Irene lleva su mano a la boca cuando la escucha nombrarlo. Entonces él aún sigue vivo—. Ella de verdad necesita su ayuda, estamos solas en estas tierras, sin nadie que abogue por nosotras.Irene se queda callada, un buen rato, recorriendo la sala a pasos lentos, como si estuviera sopesando todas las posibilidades. Hace muchos años que no pisa
Adelaide está inconsciente cuando es llevada a su cuarto por tres sirvientes. Mercedes es notificada que debe ir a ayudar en su aseo y una tristeza profunda le acapara cuando nota su estado.Su espalda está toda mascullada, sus muñecas tienen heridas profundas y sangrantes y sus tobillos están muy hinchados y también con heridas. Su pierna izquierda es la más lastimada.No soporta la forma en que alguna de las sirvientas se burlan de la desgracia de Adelaide y murmuran cosas entre ellas, riéndose. Les pide que la dejen sola con ella y ayudada de una tijera va cortando su vestido para no moverla demasiado y lastimarla aún más. El rostro de Adelaide está muy pálido y sus pupilas muy dilatadas. Llama inmediatamente a Mónica, la doctora de la señora Irene, sospechando que ella haya ingerido algún tipo de veneno o alguna droga alucinógena.Mónica lo confirma en cuanto la inspecciona. Mientras ella se encarga de curar las heridas de la joven, Mercedes sale en búsqueda de las medicinas que