En la hacienda de la familia Arrabal, Gage mira a Egil con preocupación. No ha dicho ni una sola palabra ante la noticia que acaba de recibir y dejó ir al mensajero de Bahram Valencia como si nada, lo que nunca hubiese hecho ante una noticia tan grave.
Tampoco dio una sola orden. Eso podría ser bueno, pero definitivamente cuando se trata de Egil, no. Él no es alguien que se queda con los brazos cruzados ante tal deshonor, solo alguien realmente temerario y sin miedo a morir podría traicionarlo de esa forma.
—Jefe, quizás pueda…
—¡Silencio! —La voz potente de Egil lo calla de inmediato. La frialdad en su tono es algo a lo que su mano derecha ya está acostumbrado, ya que se conocen desde que ambos eran niños, pero hay algo más pasando dentro de esa cabeza y él lo sabe bien.
Los dedos largos del castaño, no dejan de golpear la madera del escritorio, señal característico de qué está planeando algo en las que muchas vidas se perderán y eso lo ha vivido antes.
Egil no es un hombre que deja una cuenta sin cobrar y esos pobres infelices no tienen ni idea de lo que los depara.
Durante al menos una hora se mantiene impasible, con la vista fija en la nada y sin decir una sola palabra más. Afuera, en los pasillos de la hacienda, el silencio es profundo. Las noticias sobre la huida de Nadia dos días antes de la boda se ha esparcido como pólvora por toda la familia y nadie se atreve a estar cerca para cuando la catástrofe se desate.
—¿Adelaide ya está en camino? —Pregunta Egil y Gage se sorprende de su serenidad.
—Estarán en la hacienda de los Arrabal dentro de al menos cinco horas, jefe.
—Envía a cuatro hombres para que la escolten hasta aquí. Que llegue sin contratiempos. También prepara una bienvenida en el jardín y avisa a todos los miembros de la familia que asistan.
Gage asiente y sale a toda prisa a cumplir la orden de Egil. Por el tono de su voz, puede imaginar lo que le espera a esa joven una vez que llegue a este lugar.
Egil se queda mirando en un punto fijo del horizonte y su cabeza da vueltas de tanto pensar.
«¿Cómo se atreve Bahram a injuriar mi apellido de tal forma?», piensa molesto.
La ira que está reprimiendo en su interior no le hace nada bien, pero necesita estar sereno para llevar a cabo su objetivo. Bahram Valencia ya está condenado a la ruina y lo hará poco a poco, lentamente, y con tanta crueldad que a nadie le quedará duda a lo que se enfrenta por desafiar su autoridad, hasta acabar con toda esa asquerosa familia.
Han pasado algunas horas desde que la camioneta de Adelaide emprendió el viaje. Ella se siente mareada, cansada y triste. Jamás pensó que esto le pasaría y aunque muchas veces soñó con salir de la mansión, esto resulta ser poco agradable para ella.
«¿Qué nuevo infierno me tocará vivir a partir de ahora?», es la pregunta que más veces se ha hecho desde que salieron rumbo a su nuevo destino. Ni siquiera tiene ganas de mirar el paisaje que tantas veces se preguntó cómo sería. Todo a su alrededor le parece tan lúgubre como su estado de ánimo.
—¿Falta mucho para que lleguemos? —Pregunta con la voz ronca. La humedad del ambiente hace estragos en ella, en especial en ese vestido tan revelador.
—Ya estamos en tierras de los Arrabal, mi niña, pero aún nos falta un trayecto largo para llegar a la hacienda. Será mejor que procure descansar.
Luego de esa corta charla, todo vuelve a ser silencio entre ellas.
Ya casi al amanecer, la joven nota a varias camionetas negras acompañando a los de ellos a ambos lados. No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que son hombres de Egil y que él los envió para escoltarlos hasta la hacienda.
Luego de algunas horas más, por fin, logra divisar por encima de un bosque, el pico más alto de la hacienda Arrabal, su nuevo hogar, o su tumba, todavía no está segura.
—Todo estará bien, mi niña —La anciana le da unas palmaditas en la mano. Adelaide quiere creerle, pero en el fondo sabe que su destino es incierto.
Cuando más se acercan a la entrada, más nerviosa se siente. Su mano no deja de temblar y en su garganta se forma un nudo doloroso al punto de provocarle asfixia. Nunca había sentido tanto malestar, y no es solo por el largo viaje, sino por las circunstancias que la traen a este lugar.
En pocos minutos llegan hasta una muralla alta de piedras. Afuera muchos hombres vestidos de negro custodian una puerta doble de metal que es la entrada principal a la hacienda. Adelaide se siente impresionada por la vista que se proyecta ante ella. La mansión de los Valencia no es ni la décima parte de lo que es este sitio.
Apenas llegan hasta la entrada, muchas personas de todas las edades empiezan a rodear el paso de la camioneta y ella entra en verdadero pánico.
«¿Qué significa esto? ¿Acaso están aquí para reclamarle lo de su hermana?», se pregunta mirando la muchedumbre que murmuran algo entre ellos mismos.
Hay personas por donde se mire, todas mirando con curiosidad a la que a partir de mañana será la esposa del jefe de la familia.
La camioneta se detiene justo frente a la larga pasarela que lleva hasta las puertas principales de la casa. Adelaide mira el camino que conduce hasta ahí y sabe lo que le espera.
La puerta se abre y la mirada estoica de su hermano le indica que es hora de bajar.
—Es hora, mi niña —Mercedes es la primera en bajar antes de ofrecerle la mano para que haga lo mismo. La mirada grisácea de Adelaide se cristaliza, pero se obliga a recomponerse. No puede derrumbarse justo ahora.
Afuera hay mucho silencio, uno muy aciago que siente miedo de lo que pueda ocurrir; sin embargo, no tiene otra opción, ¿o sí?
Asoma su cabeza por la puerta y el silencio es aún mayor que antes. Un suspiro sale de su pecho antes de tomar el valor de bajar y enfrentarse a lo que la espera.
Este primer paso es lo más parecido al camino hacia la muerte. Adelaide nota en la mirada de aquellas personas un sentimiento de lástima, mientras que en otras, profundo desprecio y odio.
—¡Maldita, perra! ¡Hija de la traición! ¡Maldita tú y todos los Valencia! ¡Les deseo una muerte dolorosa! ¡Traidores! —Son solo algunos de los murmullos que se oyen a su paso.
Adelaide se siente humillada y su único deseo es salir corriendo en ese mismo instante, pero nada más lejos que su deseo se cumpla.
Está claro que en las intenciones del Egil Arrabal al hacer este recibimiento estaba el humillarla y claramente lo había logrado.
Un pequeño cordero caminando hacia el sacrificio es lo que parece Adelaide ante los ojos de Egil desde lejos. Él es conocedor de la belleza de su difunta madre, la señora Amaranta, a quien había visto un par de veces en su niñez, sin embargo, jamás pensó que la joven pareciera la copia exacta de aquella mujer que robaba suspiros de todos en el pasado. Su cabello, ondulado, largo y rojizo, brilla bajo los rayos del sol y su piel se ve extremadamente blanca en ese vestido verde, aunque ese color no combina para nada con ella.Adelaide es una joven bella, eso puede verlo desde su posición, pero todo eso es opacado por su repugnante procedencia.Egil mantiene la cabeza erguida ante el murmullo a su alrededor y finge no inmutarse. Esto es exactamente lo que buscaba al hacer este recibimiento, volverla vulnerable ante los ojos de todos en la hacienda.La joven camina con su nana por la pasarela, donde él la espera al final, sin ninguna pizca de emoción en el rostro. Su porte erguido y desd
Mientras más se acercan a la habitación de Egil, Adelaide se siente más mareada y con ganas de vomitar. Su estómago se revuelve y no encuentra la manera de tranquilizarse.—Mantenga la calma, mi niña —Insta la sirvienta como si eso fuese posible para ella. Puede pedirle todo, menos calma. Eso es imposible en estos momentos—. Recuerde todo lo que le enseñé, si se resiste puede ser peor. Es mejor que se acostumbre a estas órdenes, el señor Egil será su esposo desde mañana y hoy es legalmente su prometida, por lo que es normal que desee pasar tiempo a solas con usted.Para Adelaide escuchar esas palabras de la única persona que la ha comprendido y cuidado desde que nació es el claro ejemplo de que le esperan días muy difíciles en esta hacienda.Adelaide no se siente preparada para este encuentro a solas entre ellos, es más, está aterrorizada solo de imaginar que ese hombre pueda disponer de su cuerpo como se le antoje.—Ya llegamos, mi niña —Se detienen frente a una puerta doble custodia
En la habitación principal de la hacienda Arrabal, Egil acomoda su dura virilidad bajo su pantalón de chándal y resopla. Esa jovencita no hizo más que dejarlo con ganas y ahora le cuesta conciliar el sueño debido a eso. Se levanta y empieza a caminar dando vueltas por toda la habitación hasta llegar al balcón. Trata de tranquilizar su cuerpo con el aire fresco que golpea su cara, pero el recuerdo del cuerpo de Adelaide retorciéndose bajo su mano aún está latente en su mente. Necesita aliviarse o esto lo va a volver loco. —¡Gage! —Grita y el hombre entra rápidamente. —¿Necesita algo, señor? —pregunta el susodicho mirando los alrededores, asegurándose que todo esté en orden. —Trae a Petra ahora mismo —Ordena con voz ronca, Egil. Gage entiende lo que significa y va de inmediato hacia las habitaciones de las sirvientas de su jefe. Petra es una de sus amantes favoritas y todos en la hacienda lo saben, hasta el mismo Egil le da demasiadas atribuciones para su condición, lo que hace que
—Ya es hora, señorita —dice una de las sirvientas entrando al cuarto de Adelaide. La joven asiente con un gran nudo en el estómago. Ella todavía está incrédula. La mujer en el espejo parece ser otra persona, menos ella. Está hermosa y radiante esta mañana.Mercedes abre el cajón y saca un frasco de perfume para aplicar en su cuello y muñeca. La fragancia era de su difunta madre Amaranta y nadie posee un perfume con el mismo aroma, porque lo fabricó un nativo de su pueblo solamente para ella. Mercedes guardó los frascos de perfume como un tesoro cuando ella falleció y se los dio a Adelaide cuando cumplió sus quince años.La joven cierra los ojos y aspira ese aroma que tanto le recuerda a su madre, a la que nunca conoció porque murió el día que nació. Es como si estuviera ahora con ella y eso le da valor para lo que viene a continuación.Se mira por última vez en el espejo mientras da media vuelta para admirar su vestido. Es tan precioso, esponjoso y brillante, como si hubiera sido saca
Adelaide pasa todo el día en la habitación lamentándose. Sus ojos están tan hinchados que hasta le dificulta abrirlos por completo.Mercedes vino muchas veces a preguntar desde la puerta si necesitaba algo; sin embargo, ella solo le dijo que se fuera y la dejara sola. No comió ni bebió nada durante el día.Se levanta perezosa y mira alrededor. La noche ya cayó y la fría ventisca que entra por su ventana la hace estremecer.A pesar de lo cansada que se encuentra, consigue deshacerse del pomposo vestido de novia que ya le está empezando a dar comezón y va directo al baño a limpiarse la cara con agua fría.En el espejo consigue ver las enormes ojeras que cuelgan bajo sus ojos y su peinado ya maltrecho. Suspira, se ve terrible.Se baña y busca ella misma una muda de ropa para estar más cómoda y con un chal sobre hombros sale hasta el balcón a admirar el paisaje nocturno de la hacienda Arrabal.Hoy es un día despejado y muchas estrellas titilan en el oscuro cielo. ¿Qué más se supone que pu
A la mañana siguiente, en el jardín de rosas, Petra y otras jóvenes se hallan hablando entre ellas y riendo mientras señalan hacia donde se encuentra la habitación de Adelaide.Por su tranquilidad, ella decide ignorarlas, abre el libro en sus manos y se concentra en la trama de romance que está leyendo. Mercedes se había encargado de su educación de manera diligente en todos estos años, es por eso que sabe leer y escribir de manera fluida, además de tener conocimiento en varias áreas. Su padre, Bahram Valencia, siempre fue un hombre despiadado con su hija, y a Adelaide no le cabe duda que la odia con todas sus fuerzas, pero aun así dio órdenes para que ella recibiera las clases que necesita una joven de su edad. Si hay algo que le gusta a Adelaide es estudiar y siempre se ha destacado por eso. Lee, escribe y se dedica incluso más que su hermana Nadia y eso se lo había dicho uno de los maestros.Las mujeres en el jardín al final optan por retirarse. Petra, quien había sugerido a las d
La sangre empieza a manchar la ropa de la mujer, mientras algunos guardias vienen a ver lo que sucede. Adelaide se siente aturdida al escuchar los gritos de las otras jóvenes, no entiende lo que pasa, ni por qué Petra la acusó si ella ni siquiera vio lo que había pasado. —¿Quería matarme porque me odia? —Los gritos de Petra alertan a Lilith, quien se encuentra vigilando algunas actividades de los sirvientes en el jardín adyacente. Adelaide permanece callada, aturdida, sin saber qué decir. La prima de Egil acude rápidamente al lugar para ver lo que sucede. Por la sangre en el vestido de Petra, quien llora amargamente, y los gritos de las otras acusando Adelaide, ella puede deducir lo que ha pasado. Lilith se acerca a pasos firmes hasta el tumulto y al momento un silencio profundo inunda el lugar. Adelaide niega con la cabeza mientras su esperanza se desmorona como un castillo de arena cuando Petra dice que ella fue quien la empujó.El rostro de Adelaide se voltea al recibir una bofe
Egil está ocupado haciendo las verificaciones de las otras haciendas. La noticia sobre una inminente huelga de algunos campesinos ocupó toda su atención en este tiempo. Ordenó a Gage acompañarlo y dejó encargado a Vítor sobre los asuntos importantes de la casa con la orden explícita de avisar en caso de que algo urgente requiera su atención. Muy llegada la noche, con un cansancio que pesa sobre su espalda, va hasta su habitación, se quita su saco y las botas llenas de lodo de sus pies por estar recorriendo las siembras y verificando la producción. Lleva una semana entera aquí, el frío cala hasta sus huesos en estas tierras mientras intenta entrar en razón con sus trabajadores. Le está costando más de lo que había creído. Necesita al menos un mes para ordenar todo aquí antes de volver a la hacienda Arrabal. Una huelga de trabajadores es lo que menos necesita justo ahora. Su viaje había sido en total sigilo, nadie se enteró el día que salió de la hacienda para poder resguardar su seg