52 No me atrevo

Cuando Amelia se calmó, alistó algunas de sus cosas para llevar y pasar la noche; Fabiola llegó a la habitación.

—¿Estás bien? 

—Sí, no te preocupes. —Fabiola se quedó en silencio, entrecruzó los dedos de las manos y los movía con inquietud, Amelia se hizo de la vista gorda por un momento, pero los movimientos eran insistentes. Cuando ya no aguantó más le dijo:

—¿Qué?

—¿Me llevarás?

—¿A dónde?

—Ya sabes.

—¿A esa casa? no, qué voy a decirles.

—No seas tan injusta conmigo, puedes decir que soy tu prima, que vivía en el extranjero.

—Esa no es mi casa.

—Aún eres la señora Alcázar, puedes llevarme.

—No seas tan insistente.

—Así no estarás tan sola enfrentándote
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