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Capítulo 23: Un pequeño acto de venganza
Ser espectador de un torneo de polo es una experiencia épica, un deporte de elegancia y belleza clásica al que pocos pueden acceder. Nada más excitante y colmado de adrenalina que observar a estos jugadores coordinarse para golpear una pelota en esos uniformes dignos de la época colonial.

Eso lo diría una Clara dopada y después de 10 horas de tortura ante este deporte soporífero, aburrido, y sin razón de ser. Uno en el que he sido prisionera durante siete ckukkers. Y para mi terror, uno en el que estoy siendo testigo de cómo el cerebro de una niña es más dócil ante el lavado mental.

Mi pobre hijita anda más emocionada que nunca viendo el partido, y haciendo como cinco preguntas por segundo a Leonor o a Leonel. Que los dos le hayan contestado en tono didáctico, lo hace peor, Sara lo comprende todo y le gusta todo. El infierno.

A mí no me gusta nada cómo he repetido mil veces. Le entendía la vuelta más o menos, sabía que la meta era llevar la pelota de madera a la portería del equipo
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