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La esposa fugitiva
La esposa fugitiva
Por: Paola Yu
Capítulo 1: Noche de lágrimas

Me miro al espejo con el pecho oprimido y los ojos brillantes de emoción. Los ajustes de última hora de mi vestido de novia, ese del cual están cerrando su corset, quedaron perfectos. Tan perfectos como me siento esta noche, la noche más feliz de mi vida, la noche en la que me casaría con Leonel.

En pocos minutos uniría mi vida al hombre de mis sueños, al mismo que vi crecer desde la distancia y que parecía un imposible para mí. Hasta que dejó de serlo por proponerme matrimonio al cumplir la mayoría de edad. Si me preguntasen por qué amaba a Leo con una intensidad avasallante, estaría respondiendo por cientos y cientos de horas.

Para mí no había nadie más atractivo, inteligente y considerado que él. Formaríamos la familia que soñaba tener desde que quedé huérfana siendo una niña, y seriamos felices por siempre.

—Magnífica. Luces como una obra de arte — elogia vivazmente Amanda, una de las estilistas que me estaba preparando para la ceremonia.

No era la única, en esta habitación de la mansión Brown había más revuelo que nunca. Las empleadas de la casa, más el personal contratado para la boda, entraban y salían para chequear cómo lucía o me sentía. Apartando lo emocionada, feliz y enamorada que estoy, nada más podía decir. No tenía grandes exigencias con mi celebración. Pero la abuela de Leo, la matriarca de la familia, la señora Leonor, sí tenía mucho que decir. Su palabra era ley, y gracias a esta ley es que allá afuera están armando la celebración del año.

El patio parece un set de película con tantos adornos extravagantes por lo que puedo ver por la ventana que comunica con este. Es bonito, no lo negaré. Sin embargo, hay algo que me importa más. Mucho más, todo.

—¡¿A dónde vas Clara?! — reclama Amanda.

—Tengo que hablar con Leo antes de salir a la catedral — respondo y luego me voy apresurada del sitio.

Ignoro sus reclamos distorsionados, me dedico a buscar rápidamente a Leo. Sabía cómo tantos preparativos podrían incomodarle. Era un hombre sencillo y humilde. Por eso fue que se fijó en mí, una chica sin nada material que ofrecer, sin familia propia y con esas terribles pesadillas que parecía nunca se irían.

Mi búsqueda no es eterna como temí, oigo su voz al subir al tercer piso y asomarme a la primera puerta con la que me topo. Es la de su habitación como supuse estaría ahí. Ordeno mis ideas para no sonar tan eufórica y nerviosa como estoy con la boda. Debía recordarle lo mucho que le quería, y que esto acabaría pronto.

Tomo la manija de la puerta para entrar, pero no la muevo. Se me hace imposible al escuchar las risas de una mujer.

—¿Cuántos años serán Leonel? — dice la mujer.

—Los suficientes para que parezca real — contesta Leo.

—¿¡A quién le parecerá real que te estés casando por amor con la obra de caridad de tu abuela?!

Están hablando de mí. Están hablando de nosotros. Mis manos sudan, mis labios se secan. No podía ser real, debía ser un malentendido.

—¡Baja la voz Victoria! ¿Quieres que nos escuchen? — habla él.

Victoria era la ex novia de Leonel. Me había dicho que terminaron el año pasado, que habían continuado como amigos. Yo le creía porque… porque Leo me ama como yo a él. ¿No?

—¡Sí quiero que todos me escuchen! ¡Quiero que pares este circo y rompas este mal chiste! — exige ella.

—No puedo hacerlo y lo sabes mejor que nadie. Estaré llevando a Clara al altar frente a cientos de invitados y no quiero dramas innecesarios — exige.

—No es justo. Amor mío, sabes que no es justo que nos separen — gime lastimosamente — ¿por qué con ella? ¿Por qué no conmigo?

—Mi abuela está obsesionada con cuidar de Clara desde que sus padres murieron. Quiere que sea parte de la familia legalmente al precio que sea. Quien se case con ella tendrá su preferencia, no puedo dejar que Leandro o Luciano la tengan, me destruirían — explica Leonel — Dame dos o tres años, nos divorciaremos para ese entonces y formaremos nuestra propia familia.

Las lágrimas que no había derramado por el shock causado con la conversación, por fin son liberadas. Lo hacen de una manera atroz, agonizante y amarga. Me alejo de la puerta y a continuación mis pies me llevan lejos de allí. Bajo las escaleras sin pensamientos o palabras, solo dolor. Me dolía la cabeza, me dolía el corazón, me dolía el alma.

Era un objeto para el hombre que amaba. Un trofeo que pelearse con sus primos, con Leandro y Luciano, que estúpidamente creía me veían como una hermana más. Todo era sobre dinero, ninguno me quería. Era la obra de caridad de su abuela.

—¡Por los clavos de Cristo! ¡Niña imprudente! ¡Tu maquillaje! — me grita Hugo, el maquillista que está en compañía de Amanda.

Entre los dos me llevan a la habitación donde me había arreglado, y entre regaños que no escucho muy bien, Hugo me pide que deje las lágrimas para después de la boda. Todavía seguía sin decir algo o expresar algo. Me sentía como una muñeca a la que llenaban de polvo en las ojeras, de rímel en sus pestañas y de rubor en las mejillas.

Después me guían al auto que me llevará a la iglesia, me piden que baje la cabeza para no golpearla al entrar, que siga evitando soltar lágrimas, y que nos veremos de nuevo para más retoques antes, durante y después de la fiesta.

El vehículo arranca conmigo en el asiento trasero y ningún otro pasajero. Solo somos el chofer y yo. Los demás debían estarme esperando en la catedral, toda la familia Brown y sus cientos de invitados. Leonel y la mujer que ama en realidad con locura, su amante, Victoria.

Sentada alrededor de todo este tul de mi vestido, me siento más ridícula que nunca. Era irónico. Hace apenas unas horas me sentía la mujer más bonita y enamorada del mundo. Ahora me sentía ridiculizada, humillada y destrozada por dentro. Yo que pensé que no podía pasar nada más terrible que perder a mis padres en ese incendio que devoró nuestra casa, estaba sintiendo de nuevo el calor de esa noche.

Las cicatrices de mi espalda y piernas comienzan a quemar, mis ojos vuelven a llorar y mi boca esta vez no se contiene de gemir de dolor.

—¿Qué le sucede señorita Clara? — pregunta con un gesto asustado el chofer, ese que me mira desde su retrovisor.

—Para el auto — imploro abrazando mi estómago.

—¿Cómo dijo? — vuelve preguntar en un mar de confusión.

—¡PARA EL AUTO! — grito sonando como nunca antes había sonado.

Nos paramos de mover. Aun así, él no para de hablar.

—Respire despacio y cálmese. Un ataque de ansiedad antes de la boda, le pasa a cualquier novia y…

Yo no era cualquier novia, era un chiste de novia, era una muñeca, era un pedazo de carne, era una obra de caridad. De todas las formas en las que me había sentido en las últimas horas, tomo el valor que siempre me falto y salgo del auto. Después comienzo a correr en medio de los arbustos que estaban al lado de la vía.

Oigo en un principio los gritos desconcertados del chófer, pero después dejan de importarme como todo en mi vida. Mis pies avanzan frenéticos en la oscuridad y mis manos se aferran con compulsión a la estrambótica tela de la falda del vestido. Mi respiración agitada y mis pensamientos punzantes de traición son interrumpidos por el tropiezo que doy.

Mi pie derecho se ha enredado con una raíz sobresaliente y en consecuencia caigo al suelo. Será la adrenalina, será el horror de percatarme de la verdad, no obstante, me levanto como si nada. Sigo mi camino, hasta que logro dar con el otro lado de la carretera, ese donde alzo mi brazo para detener al bus que pasará frente a mí.

Para mi sorpresa, el conductor se detiene, abre las puertas y no me pide el costo del pasaje. Únicamente se queda atónito observando a esta mujer con un vestido de novia sucio y el rostro supongo que hecho un desastre de maquillaje corrido. Lo mismo hacen los pocos pasajeros que están en el bus. Tomo asiento en un puesto del fondo y recuesto mi cabeza del cristal de la ventana.

Sé que a partir de ahora derramaré muchas más lágrimas de dolor, pero era momento de olvidarse de ellas por un rato. Era momento de dejar fluir las de rabia y resentimiento. Y de jurarme a mí misma que más nunca volvería a ser la ingenua que creía en el amor, en promesas y sueños.

A partir de ahora estaba por mí misma en el mundo, como siempre debí estarlo.

¿Lo podría lograr? ¿Vivir sin nada a lo que aferrarme? Mis manos tiemblan ante la certeza de lo que acababa de hacer y planeaba hacer. No nada más retrasar la boda del millón de dólares de los Brown, y arruinar este vestido exclusivo bordado a mano en Paris, sino que me había decidido por jamás regresar a los brazos y mentiras de Leonel.

Tiemblo más cuando el diamante en mi anillo anular resplandece. Tanto o más que aquel día en la playa donde se arrodilló para pedirme que fuese su esposa y confesarme su amor. La verdad era que él nunca me había amado y que sin quererlo me había obsequiado mi pasaje lejos de él. Para siempre.

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