Con todo

Margarita se quedó pasmada cuando él le dio la noticia. Se aguantó las lágrimas porque, sin querer, él le había entregado uno de los puestos que ella más había deseado, pero al que había renunciado cuando la habían discriminado por no tener una carrera universitaria que respaldara sus conocimientos.

—Pero, yo no estudié para eso —gimió ella y se puso pálida.

—No necesitas estudios —dijo él con total seguridad; ella quiso refutar, pero él se interpuso—, eres perfecta para ese puesto, pero si no quieres…

—¡Sí! —gritó ella, interrumpiéndole—. Sí quiero —confirmó con mayor timidez y se ruborizó cuando él se acercó para tomarl

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