Aventurita

La mujer recibió una bofetada por parte de su propia madre y cerró los ojos para contener el llanto. No le dolía el golpe, le dolía la humillación a la que Lucca y su nueva esposa le habían hecho llegar y sin siquiera tocarla.

—No es mi culpa —se atrevió a decir y su padre giró alterado para mirarla.

—¡Cállate la boca, Lidia! —gritó su madre y se interpuso antes de que su esposo la sacudiera con violencia y la cosa se pusiera más grave—. Sabes bien que fue tu culpa.

Lidia apretó los puños para contener la rabia y de reojo miró los informes de venta que reposaban sobre el escritorio de su padre.

El hombre dio giros alrededor del mueble un par de veces y miró por la ventana el alargado viñedo que alegraba sus mañanas. Pero ese lunes era amargo, apenas podía apreciar el aroma de sus uvas y no les veía color a las hojas de las parras.

Intentó pensar con calma en lo que estaba sucediendo, pero solo podía recordar la nueva producción en la que estaban trabajando.

—Tendremos que detener la p
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