Capitulo 3

En su cuerpo tampoco había vello, también se había caído de a poco, en la vena del brazo dónde circulaba el tratamiento lucía amoratada, y todo esto junto la hacía sentir fea, no podía creer lo mucho que su aspecto físico había cambiado, sus labios permanecían resecos la mayor parte del tiempo y por ese motivo siempre llevaba una barra de labios especial para su condición.

Rebeca a solas en su habitación se miraba en el espejo y comenzaba a compararase con una fotografía en dónde ella era toda vitalidad, dándose cuenta de que no se parecía nada a la de antes, quizá sólo se sintiera más cómoda con su peso actual, pero no más, le era tan extraño mirarse así misma delante del espejo, comenzó a llorar, se sintió infeliz y llena de miedo, miedo a morir, se sentía apagada y sin vida, sintiéndose culpable por tener a su familia en una situación difícil tanto económica como emocional.

-¡Rebeca! ¡arréglate! Vamos a la fiesta de tu tío – le dijo su madre con entusiasmo – te hará bien distraerte un poco.

- No, mamá. No quiero ir – respondió secamente.

- ¡Anda vamos! – le insistió – es de un familiar, no sales a ningún lado. Distraerte un rato te hará bien.

-¡No quiero mamá! – dijo molesta – no tengo ganas. Vayan ustedes.

- ¡No te dejaremos sóla! Si no vas tú, no irá nadie.

Y con estas palabras a Rebeca no le quedo más remedio que vestirse e ir a la fiesta, no podía ser tan egoísta y hacer que todos siguieran sufriendo y padeciendo de muchas cosas solo por ella, ellos tenían el derecho de divertirse y de relajarse. 

A penas estar lista salió de su habitación, no tenía las más mínimas ganas de salir y convivir con más personas a parte de su familia, pues sentía que todas las miradas recaían sobre ella y en su aspecto físico sobre todo, además de que no podía beber refrescos, bebidas dulces o todo aquello que contuviera demasiada azucar, su comida era un tanto diferente, ahora comía más verduras, más carne de pescado y pollo, cocida a la plancha, demasiado dietético para que su estómago lo procesará mejor, esto la tenía en parte aburrida, ya tampoco podía comer picante, ni cosas que contuvieran ácido o irritantes.

Rebeca la pasó sentada mirando como la tarde y la fiesta transcurría entre música y largas pláticas, se sintió contenta de que su familia se divirtiera esa tarde y de que sus padres bailarán una canción, sin duda ellos más que nadie merecían relajarse un poco, pero Rebeca tras algunas horas ya se sentía cansada y aburrida, lo único que quería era irse a casa, así que sus padres le concedieron su deseo. 

Sin embargo cuando salían a la calle les tocó presenciar un terrible accidente, un motociclista imprudente se estampaba de lleno contra un automóvil, el conductor de la motocicleta salio volando cayendo inerte sobre el pavimento y de él comenzaba a emanar sangre inmediatamente de la cabeza por no llevar casco, el automovilista se daba a la fuga asustado por lo que había ocurrido y la muerte llegaba en ese instante para llevarse al acaecido y para su sorpresa se encontraba con la chica de los ojos grises, que caía al suelo tras presenciar la terrible escena delante de ella, la muerte angustiada reviso su lista mientras se acercaba a Rebeca y sentía un gran alivio al ver que no se encontraba aún en ella.

Alrededor de Rebeca y del ahora fallecido se armó un alboroto, los curiosos llamaban a una ambulancia, mientras que los padres de Rebeca la sostenían para llevarla hacia la camioneta y llevarla al hospital cuánto antes, la muerte recogió la vida del desafortunado motociclista y lo llevo a toda velocidad a dónde debía ir tras su muerte, para de inmediato regresar al lugar y colarse dentro del auto de la familia de Rebeca que estaban anciosos por qué la viera su oncólogo y les dijera que le pasaba.

La muerte se olvidó de su deber y se situo delante de Rebeca para contemplarla, sentía cierta fascinación por aquella mujer que lo demás dejaba de importarle, por un breve momento Rebeca abrio los ojos con debilidad y de nuevo sus ojos se encontraron de frente con los de la muerte, ambas se sostuvieron la mirada en ese breve instante.

 Rebeca miró a una hermosa mujer de unos pocos años más que ella, de rostro inexpresivo y de ojos que parecían ser negros como la noche y a la vez parecían ser de un azul intenso, de un un azul profundo como el mar, así como cuando el mar tiene sobre él una tormenta, Rebeca cerró los ojos de nuevo quedando está vez completamente inconsciente.

 Rebeca fue internada unas horas, su cuerpo se colapsó por el susto pero estaría mejor en unas horas y su cuerpo estaba respondiendo al tratamiento, así que no había nada que temer por el momento.

La muerte se quedó con Rebeca todo el tiempo en que sus padres la dejaron sola mientras su oncólogo y una enfermera la revisaban, la muerte no podía dejar de mirarla, tanto que sin pensar llevo uno de sus delgados y fríos  dedos al rostro de Rebeca, quería saber que se sentía tocar a un ser humano, una persona que respiraba, una persona a las cuales ella les quitaba la vida y que nunca se había atrevido a tocar, pero que nadie le causó semejante curiosidad como Rebeca se lo causaba, al acariciarle la mejilla con el más fino y delicado rose de sus dedos largos y fríos la despertó, y la muerte se sorprendió. De nuevo sufría de una emoción. La muerte la miró a los ojos una vez más, pero en esta ocasión Rebeca no tenía idea de la presencia de la muerte junto a ella, Rebeca se encontraba confundida por no reconocer el lugar en dónde estaba y la muerte desapareció rápidamente justo antes de que los padres de Rebeca entrarán a dónde estaba ella.

-¿Cómo te sientes? – le preguntaron sus padres a penas llegar a su lado.

- Cansada ¿ya me puedo ir? No quiero seguir aquí con el trasero desnudo – sus padres sonrieron ante su ocurrencia.

- Si, si nos podemos ir – respondió su madre acariciándole la mejilla.

-Estoy bien ¿verdad?

-Claro que si hija – respondió su padre – dice el médico que está funcionando el tratamiento.

-¡Enserio!

-Si, de verdad que está funcionando.

La muerte regreso al hospital media hora después, quería verla de nuevo, en su mente sólo tenia volver a ver aquél rostro cada día, cada instante todos los días, pero cuándo llegó a la habitación en la que había estado Rebeca no la encontró, aquello la saco de su imperturbable tranquilidad, ansiosa por saber de ella comenzó a recorrer el hospital hasta que pasados unos segundos la miró saliendo del lugar en compañía de sus padres y hermanos.

Su madre le llevaba tomada de un brazo y del otro la llevaba Fernando su hermano mayor, la muerte sintiendo un alivio de inmediato por verla se pegó a ellos y sin importarle los siguió hasta el auto, de nuevo subió para saber en donde vivía la chica de ojos grises que reflejaban lo transparente de su alma, está vez la muerte dejó que los minutos transcurrieran sin importarle su deber, su único deber ahora era saber el paradero de Rebeca para así poder verla cada que quisiera, el trayecto se le hizo corto, realmente no prestaba atención al camino, ella sólo tenía ojos para Rebeca pero aún así memorizo como llegar a casa de la persona que se había instalado dentro de sus precarios pensamientos, miró el hogar y entró sin despegarse de Rebeca que sentía un ligero frío por su presencia, la muerte se percató de esto y se alejó de ella para marcharse por fin a hacer su labor, prometiéndose así misma volver más tarde. 

La muerte volvió más tarde a casa de Rebeca pero se sintió confundida al encontrar la casa a oscuras, sin dudar recorrió toda la casa en busca de la única persona que le importaba y la encontró durmiendo tranquilamente en su cama, la muerte se sintió relajada y se acercó a Rebeca con sigilo, como si en verdad la fuese a despertar al hacerlo, la muerte era lo más parecido a una pluma arrastrada por el aire al andar, al llegar junto a Rebeca, se puso a su altura para contemplarle mejor.

-Me gustaría saber tu nombre – dijo la muerte para Rebeca que dormía como el querubín que era, se sorprendió de escucharse  a si misma hablar, pero quería que sólo fuera Rebeca quién la escuchara – ¿cuántos años tienes? En realidad yo no tengo ningún nombre, sólo el que me han dado tus semejantes, pero ese es muy feo y seguramente te asustaría y no quiero que suceda, por ti me pondría uno…. ¡Que tal Úrsula! aún que no se si soy un hombre o una mujer, ante ti tomó la forma de una mujer por que me identifico más contigo así de esta forma, pero si te gustan los hombres podría llamarme Daniel.

La muerte se sorprendió imaginando cosas a lado de Rebeca en su mente, pero su alegría se desvaneció sin saber que lo estaba cuándo recordó que debía recorrer el mundo llevando vidas al creador, que daba y quitaba cuando él creía conveniente. Se marcho pero regreso esa noche cada diez minutos para mirarla dormir, le era tan bella, pero no solo físicamente había algoma más en Rebeca que atraía a la muerte y era algo que no sabía explicarse así misma por ser quien era, solo sabía que había algo que la hacía ser atraída como los planetas al sol y girar alrededor de él sin importar qué, la muerte intento acariciarle de nuevo pero tuvo miedo de hacerlo, temía despertarla, pero de pronto le llegó un momento de cruel lucidez, ella no debía, no podía hacerlo, ni permitírselo, era la muerte, algo que todo mundo aborrecía y que esa joven haría lo mismo, nunca podría verla de otra forma, más que el de la mala de la historia.

De repente Rebeca se despertó en presencia de la muerte que está vez no se sorprendió al verla abrir los ojos y correr al baño, la muerte se había absorto en sus propias cavilaciones que se enajenó de Rebeca y de que sobre todo ella no podía verla, la muerte se acercó un poco a dónde Rebeca estaba y la miró devolver el estómago, enseguida la puerta de la habitación se abrió y dio pasó a una despeinada y preocupada madre.

-¿Rebeca, estas en el baño? – preguntó acercándose rápidamente.

-Si – respondió Rebeca con voz rasposa.

La muerte se hizo a un lado dejando pasar a la mujer que se acercaba a Rebeca, por fin sabía el nombre de la mujer que le distraía, la muerte la miró con demasiada atención descubriendo que en aquél rostro y mirada sucedía algo desagradable, quizás dolor, pensó la muerte quién no sabía cómo se sentía el dolor y quería descubrirlo algún día.

Después de ver a Rebeca unos minutos más dentro del baño, la muerte partió a su labor, pero está vez feliz (sin saber que lo estaba) de saber por fin el nombre de la joven de los ojos grises, está vez podría decir su nombre, rumiar el nombre de Rebeca dentro de sus pensamientos y lo mejor de todo ir a su casa, entrar a su habitación cada que quisiera, verla dormir y cuando reuniera el valor necesario se presentaría ante ella con un cuerpo físico y ya no como algo invisible. 

Una noche la muerte encontró a Rebeca llorando mientras todos dormían, la muerte se sintió impotente de no poder hablarle, de no poder consolarle, era la primera vez que se sentía así y que deseaba tener contacto con alguien, la muerte anduvo inquieta alrededor de la cama de Rebeca, quería tocarla pero no debía, no podía, si lo hiciera se vería siendo reprendida por el señor de los reinos, pero es que aquella mujer le estaba provocando demasiadas cosas dentro de su oscuro y frío ser.

- Me gustaría que me contarás por que lloras – le dijo la muerte a Rebeca que ni siquiera sabía que estaba presente mirándola llorar envuelta en sabanas con la cara hundida en la almohada – aunque creo saber por que lo haces – continuó – te sientes triste y desesperada por tu enfermedad, hasta ahora comprendo lo que te pasa y el por que estas así. Nunca he hablado con nadie, mucho menos con una persona, no entiendo muy bien de sentimientos, ni de enfermedades, pero hasta hace poco escuché la enfermedad que padeces, pero quiero que sepas que ¡Eres un querubín! – soltó con una emoción nunca en ella – debes saberlo, aunque tú vida haya cambiado y temas morir, eso no va a suceder, créeme que tú no vas a morir, no por ahora y no eres la única que tiene miedo de mí, pero no soy mala, no es tan malo morir, te lo aseguró, tendrás tiempo para enamorarte y de vivir muchas cosas y yo quisiera descubrir contigo que es amar.

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