Ava y Ethan entraron a la corte familiar con Diana, la niña iba en medio de los dos tomada de la mano de cada uno de sus padres, porque para ella, no existía otro papá que no fuera Ethan. Después del secuestro, Ava había obtenido la custodia total y absoluta de su hija. Diana y Ethan se profesaban un amor genuino y se consideraban padre e hija por lo que una noche él le pidió a Ava su autorización para adoptar a la niña. —Nada me hace más feliz que ames tanto a mi hija que quieras que sea tu hija también —respondió Ava con los ojos llenos de lágrimas de ternura y alegría —. Por supuesto que puedes adoptarla, mi amor. —Somos la familia, Anderson Miller, y creo que algún día para Diana será importante que todos llevemos el mismo apellido. No quiero que algún día ella piense que la amo menos que a Albert o a alguno de sus hermanos —dijo Ethan con una sonrisa orgullosa. —¿Hermanos? —preguntó Ava en broma, aunque su expresión era de sorpresa. —¿No quieres tener más hijos? —preguntó Eth
El juicio contra Samuel fue un torbellino de emociones y tensiones. Cuatro meses que parecieron una eternidad para todos los implicados. Las acusaciones pesaban sobre él como una losa, y cada día su semblante se volvía más sombrío. Ivette Mendoza, la valiente niñera de Diana, fue una pieza clave en el proceso. Su testimonio desmontó los intentos de Samuel por culparla y demostró su compromiso con la pequeña. Nadie creyó la farsa inventada por él de que ella había sido la instigadora del secuestro y la que había solicitado el dinero para entregar a la niña. La sala respiró con alivio al ver a la fiel niñera relatar los hechos con entereza. Ava, por su parte, afrontó su turno con nerviosismo contenido. Tantas adversidades habían marcado su camino hasta ese momento. Desde el oscuro entramado de fraude urdido por Samuel para enviarla a prisión y adueñarse de su compañía hasta el tormento del parto, la separación de su bebé y, sobre todo, el intento de asesinato que casi le cuesta la vida
Bárbara despertó esa mañana pensando que le gustaba su nueva vida. Se había mudado a un bonito apartamento, había comenzado a trabajar como arquitecto, la carrera que terminó con mucho esfuerzo después de que su vida se viniera abajo, y había comenzado a salir con Henry White, uno de los socios del prestigioso bufete Simmons & White y abogado de su hermano Ethan.Esa mañana tenía una reunión de trabajo con la empresa de paisajismo que participaría en el proyecto de un conjunto residencial de lujo que el consorcio Anderson Miller, del cual poseía el veinticinco por ciento de las acciones, desarrollaría en New Jersey. Bárbara llegó a la obra y se dirigió al lugar donde se reuniría con los representantes de la empresa de paisajismo. Estaba ansiosa por conocer sus propuestas y ver cómo podían integrarlas con el diseño arquitectónico del conjunto residencial. Quería que el proyecto fuera un éxito, tanto por su prestigio profesional como por su orgullo personal. Era su primera obra grande
La visión de Bárbara tomó a Nathan completamente desprevenido. A lo largo de los años, trabajó con los Miller, primero con el señor Albert, luego con Ava y, por último, con el impresentable de Samuel. Cuando la compañía se fusionó con el consorcio Anderson, tras la muerte de Tamara, se puso un poco nervioso, pero pensó que era improbable que se encontrara con Bárbara porque ella nunca trabajó en la compañía, había dedicado su vida a ser una mariposa social, por lo que nunca se imaginó que la fusión lo enfrentaría a la mujer a quien más despreciaba en el mundo. Bárbara fue su primer amor, una historia que marcó su corazón de por vida. En el pasado la amó como nunca quiso a nadie más, y en ese momento la odiaba como jamás había odiado a nadie. No podía perdonarla, no después de lo que le hizo a Gabriel. Durante un breve instante, pensó en dar media vuelta y mandar todo al diablo. Sin embargo, no podía. Había invertido una gran parte de su capital en ese proyecto, contratado a más traba
Barbara se sintió aliviada cuando la reunión terminó. Había sido una tortura estar frente a Nathan, el hombre que le había roto el corazón ocho años atrás. Las manos le temblaban y tenía ganas de llorar porque con unas palabras él la hizo dudar de lo ocurrido en el pasado. Nathan negó haber recibido dinero de Tamara para abandonarla, y no tenía modo de saber si eso era cierto porque su madre había muerto y no podría confrontarla para saber la verdad. Aunque en ese momento, sabiendo lo que sabía sobre el comportamiento de su madre, sabía que era posible que Nathan dijera la verdad. Lo peor de todo es nunca sabría con certeza lo ocurrido. Por otra parte, según la versión de su exnovio ella tenía la culpa de su ruptura y la acusaba de haberlo abandonado. « No tenía caso de que me pagara después de que tú decidieras, al final del verano, que no era lo suficientemente bueno para ti.» le había dicho Nathan con rencor. No entendía que quiso decir con eso, pero en ese momento él estaba tan
Bárbara abrió los ojos con una lentitud que reflejaba el peso de la incertidumbre. La oficina le pareció ajena y desconcertante, pero lo que más le impactó fue la mirada de Nathan. En sus ojos, vio un torbellino de emociones: miedo, preocupación y un atisbo de rabia. Se incorporó con cuidado, pero una ola de mareo la zarandeó. Para evitar caer, posó la cabeza sobre las rodillas, mientras un grito silencioso resonaba en su mente. ¡Es mi hijo! ¡Es mi hijo! Una y otra vez.La última imagen que tenía era la de un niño con ojos idénticos a los suyos. Un niño que se llamaba Gabriel y que tenía la misma edad que su hijo fallecido. Un niño que debía ser su hijo.Las palabras se deslizaron de sus labios en un torrente de dolor y confusión. —Mi madre me mintió, Nathan. Me dijo que mi hijo había muerto, que no podía verlo ni abrazarlo. Me dijo que tenía que seguir adelante y olvidarme de todo. Y yo... yo solo quería morirme para estar con mi hijo —explicó Bárbara con voz entrecortada, dejando a
Ava estaba inquieta, su preocupación por Bárbara se reflejaba en cada llamada sin respuesta y en cada mensaje sin contestar. Había intentado comunicarse durante todo el día, pero el silencio del otro lado del teléfono la llenaba de ansiedad. Incluso en la oficina de Bárbara, el eco de su ausencia resonaba con inquietante claridad. Su asistente había confirmado que no había aparecido, a pesar de haber prometido llegar más tarde. Cuando Ethan entró en la casa, la encontró dando vueltas en el salón, el teléfono en su mano como si pudiera conjurar una respuesta de él. —¡Ethan! Qué bueno que llegaste —exclamó Ava con un atisbo de alivio, aunque su rostro seguía ensombrecido por la preocupación. —¿Qué ocurre? ¿Les pasó algo a los niños? —No, los niños están bien, están con Ivette y la instructora de natación en la piscina. La clase está por terminar, pero no he logrado comunicarme con Bárbara en todo el día. No contesta el teléfono y no fue a trabajar. También llamé a Henry y no sabe nad
Nathaniel estaba cómodamente instalado en el sofá del salón familiar, disfrutando de una película junto a Gabriel. Había sido un día agotador, además de su encuentro con Bárbara, al regresar al trabajo se encontró con Sam en un estado de furia incontrolable. La razón tras ese enojo descomunal resultó ser otra de las travesuras de Gabriel: una inocente rana colocada estratégicamente en el cajón del escritorio de Sam.Si eso hubiese sido el final del asunto, todo habría quedado en una anécdota graciosa. Sin embargo, su prometida tenía un miedo irracional a las ranas.La pobre rana, al ser liberada de su confinamiento, terminó saltando y aterrizando en el voluminoso pecho de Sam. La reacción de esta fue épica: se tornó histérica y salió disparada de la oficina, vociferando a todo pulmón. En su afán por librarse del pequeño anfibio, corrió hasta el estacionamiento saltando para hacerlo caer. Llegó a un extremo tan cómico que incluso atrajo la atención de un transeúnte que no pudo evitar