Detención

Después de un largo sueño desperté en una cama de cemento, mi cuerpo estaba abatido de tantos golpes, no recordaba qué había sucedido, sin embargo, estaba desnudo y moría de frío en una celda putrefacta. Vi las manchas moradas en mi abdomen supuse que eran de la paliza que me habían dado, apenas podía mover el cuello, y mi espalda estaba tan adolorida que cada vez que respiraba mis pulmones se contraían. Pensé que estaba en alguna celda de máxima seguridad, pero no comprendía las razones de mi detención. Pasaron las horas, podía escuchar que los guardias del otro lado de la celda pronunciaban nombres desconocidos: «Bismarck, Claudio y Luis». Después de anunciarles que salieran de las celdas cerraban de nuevo la puerta. Luego, escuché mi nombre, pero se trataba de un tocayo, tenía esperanzas de salir lo más pronto posible. La peste del excusado era insoportable, parecía que un animal muerto yacía en aquel cimiento.

            Cuando por fin me incorporé a pesar del dolor en todo mi cuerpo, logré sentarme y estirar los brazos, observé una pared que tenía escrito un versículo de la biblia, ahora no lo recuerdo, pero en ese momento me dio esperanzas, presentía que alguien tendría compasión de mí y me liberaría. Pensé en mi madre, luego en mis hermanas y en mi padre, de seguro estaban buscándome. Traté de recordar cómo había llegado a esa celda que me tenía al borde de la locura. Pasé varios minutos con los ojos cerrados viendo el momento en que una manada de policías me daba una paliza con sus botas.

            Había estado detenido dos veces en mi vida, pero fueron por conducir en estado de ebriedad, sin embargo, nunca me habían dado una paliza como la que recibí esta vez. Creí tener varias costillas fracturadas, el dolor se volvía cada vez más agudo e insoportable. Sin embargo, debía sobrevivir a todo costa.

            El claustro en el que estaba metido me hacía ver alucinaciones, a cada rato me dormía y volvía a despertarme para estar alerta. Me di algunas palmadas en la cara para seguir despierto. Mi cabeza daba vueltas, vi el techo de cemento, las paredes de cemento y la puerta también del mismo material en un cuarto tan pequeño que solo alcanzaba el excusado y la cama. 

            Poco a poco mi mente se destruía, además del claustro, cada vez la peste del excusado era peor, y los mosquitos me rodeaban como haciendo una danza. Volví a cerrar los ojos y me vi en una calle de la ciudad, salí de mi auto y me bajé a observar la protesta de los atrincherados en contra del gobierno, segundos después varios policías me derribaron con los bastones y escopetas para darme una cobarde paliza en el suelo.

            Sabía que estaba detenido por un mal entendido, los policías debieron pensar que estaba ahí apoyando la protesta, pero lo único que hacía era observar. Supuse que eran como las ocho de la noche, no lo recuerdo, pero sentía que era esa hora cuando volvieron a pronunciar mi nombre. Esta vez se trataba de mí, los guardias abrieron la celda y me dijeron que me vistiera. Con todo el dolor en mi cuerpo me levanté y vi mi ropa en el suelo fuera de la celda. Me vestí lo más rápido que pude y seguí a los oficiales. Después entré a una oficina a firmar unos papeles de liberación, y afuera me esperaba mi madre con mis hermanas. Me ayudaron a caminar y subir al auto, después me contaron que estuve desaparecido durante una semana, me buscaron por todos los distritos policiales sin resultado alguno, entendí en ese momento que había pasado dormido durante varios días.

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