René Chapman —Vamos, toma mas despacio. ¿Es que acaso quieres dar un espectáculo como el de la última vez que te emborrachaste? —Mi amigo de miró de mala gana.—Todavía lo recuerdo. Y si lo pienso, creo que ese fue el punto inicial de toda mi desgracia —bufé.—No. Tu momento de miseria comenzó en el instante que le propusiste matrimonio a esa mujer.—¿Por qué sigues echándole leña al fuego? —espeté, depositando el vaso sobre la mesa, con mucha más fuerza de la necesaria—. ¿Es que acaso quieres que la odie más? —escupí.—¿Puedes hacerlo? —Arqueó las cejas.—Imbécil. —Me puse en pie, tambaleándome de un lado a otro.—Oye, ¿A dónde vas?—Llévame a casa —pedí, saliendo de la carpa improvisada.¿Cómo es que no se me había ocurrido nunca venir a beber a un lugar así?Ah, sí. Claro. Es que nunca antes había estado bajo el foco de toda la ciudad y mi propia familia.—Hey, hombre. —Mi mejor amigo me tomó por la solapa del traje, impidiendo que cayera al piso—. ¿Qué harías tu sin mí?—No lo sé
Ivette RussellMi vida se había reducido a una absoluta mierda y no tenía el derecho de lamentarme por ello.Tomé los jirones de mi ropa, apretándolas en un fuerte puño, mientras sollozaba por mi desgracia.—Ivette.—Déjame en paz —espeté, rehuyendo a su tacto.—¿Estás bien? —preguntó, pese a mi mala actitud.—¿Eso a ti qué te importa? —escupí—. ¿O es que acaso no te cansas de ser un hipócrita?—Te equivocas. —Suspiró—. Si piensas que me alegra ver cómo él se convierte en alguien que no es… no puedes estar más equivocada.—Tiene una herida en el brazo —sorbí mi nariz—. ¿Cómo pudiste acompañarlo en esta tontería, si ni siquiera se ha hecho cargo de sus propias heridas?—Nada de lo que le diga justo ahora le hará bien.—Entonces, no digas nada y dedícate a hacerlo. ¿Dónde está todo ese afecto que profesas? —acometí—. ¿Sólo sirve para atacarme?Se produjo un corto silencio que interpreté como el final de la conversación.—Espera —llamó.—¿Qué? —Me giré sobre mis talones.—Lo lamento.—¿Q
René ChapmanUn penetrante dolor de cabeza me hizo abrir los ojos de repente, sintiendo un mareo inminente.—Mierda —mascullé, llevando una mano a mi cabeza, divisando mi pálida piel.—Buenos días.Saludó mi amigo, quien estaba tumbado en el suelo a sólo un par de metros de mí.—¿Qué me pasó? —pregunté, refiriéndome a la gaza en mi brazo.—Tuviste un enfrentamiento en el hotel, ¿O ya no lo recuerdas?Ah, eso.—Claro que lo recuerdo —me defendí, terminando de incorporarme—. Lo que quiero saber es quién se ha hecho cargo de esto —apunté.Él me miró con detenimiento.—¿Para qué lo preguntas, si sabes la respuesta? —bufó.Chasqueé la lengua, sintiéndome de mal humor.—¿Dónde está ella? —inquirí, con algo de tacto y prudencia.—Prohibiste que alguien saliera de esta casa. ¿Dónde más pretendes que esté?Mierda.—Oh, vamos amigo. —Cerré los ojos, rememorando parte de lo que vagamente recordaba de anoche.Yo, comportándome como un energúmeno y la imagen de ella mirándome con un inminente pavo
Ivette Russell—Ya estás lo suficientemente enojado conmigo, no te daré más razones para que sigas peleando.—Ay, por favor. —Blanqueó los ojos—. ¿Pelear yo? —Apuntó con un dedo directo a su pecho—. Defiendo mi punto, ¿A eso es a lo que le llamas pelear?—Como sea —dije más bajito, disponiéndome a marcharme.—¿A dónde vas? —Se interpuso en mi camino.—Tan lejos de ti como me sea posible, ¿No es obvio?—Comprendo —chasqueó la lengua —. Eso es lo que las alimañas hacen.Mi boca se abrió en una perfecta O y al instante mis orejas se encendieron.—¡René! —exclamé, llena de furia—. ¿Por qué me hablas de ese modo?—¿Qué pasa?, ¿Te molesta? —Una sonrisa de satisfacción se dibujaba en mi rostro.Entonces, por fin comprendí lo que estaba sucediendo.—No. —Formé una línea con mis labios—. No caeré en tu juego.—¿Te parece que estoy jugando? —Enarcó una ceja—. Porque estoy siendo muy serio, sólo para aclarar.Blanqueé los ojos.—Sigue comportándote como un niño. Yo iré a atender a mi hija.—¿Par
René ChapmanA pesar de haberla dejado completamente desencajada, esto no se sentía para nada como una victoria.—Maldición —bufé, mientras el agua fría bajaba por mi espalda.¿Cómo se me ocurrió hacer una cosa así?Ingenuamente pensé que eso que ese acto me serviría como venganza, pero terminó siendo más que un castigo para mí.Aún temblando por la impotencia, me envolví en una toalla, antes de salir de la ducha.Mis ojos se se abrieron un poco, por la impresión de encontrarla allí.»—¿Qué? —dije de mala gana.—No tienes buena pinta —espetó, con la sombra de una burlona sonrisa dibujandose en su boca.—No busques excusas absurdas para hablarme —bufé, con fingido desinterés.—Pero si no es una excusa.Se plantó frente a mi, obstaculizando mi paso.—Hazte a un lado. —Apoyé el dorso de mi mano en su brazo, apartándola sin mucho esfuerzo.—¡Oye! —abrió los ojos como platos, tratando de no perder el equilibrio.—Fuera de mi camino, Ivette. —La miré con cara de pocos amigos.—No, no quier
Ivette RussellLa decisión de René fue completamente un ultimátum hacia mi persona. Y decir que estaba entre la espada y la pared, era poco.—Mi hija no tiene que pagar por mis pecados. —Tragué grueso—. No puedo decir nada respecto a lo que estás haciendo conmigo, porque, a final de cuentas, yo me lo he ganado. Pero nuestra hija… —Hice una pusa antes de corregir—. Mi hija no tiene la culpa de nada de esto, René. Es una inocente, sin embargo, las estás condenando con la misma severidad que a mí.—Empezaremos con el acuerdo a partir de ahora. —Fue lo único que dijo, ignorando por completo mi reproche—. Y con respecto al contrato original, estará sometido a un reevalúo. Te informaré cuando sea el momento oportuno para hacerlo, el cual, seguramente será muy pronto.—Esto es una ridiculez —exploté—. Si tanto te importa el que dirán, entonces deja que me vaya lejos.—¿Irte a dónde?—¡Qué más da! —Alcé ambos brazos al aire, en señal de frustración—. Cualquier cosa te convendría más que tener
René ChapmanLa herida en mi brazo comenzaba a comer, y sé perfectamente que se debe a lo infectada que está—Maldición —blasfemé, encendiendo las luces intermitentes para estacionar el auto a un lado de la carretera.Llevé una mano al área afectada, ejerciendo un poco de presión. Aunque el dolor no era insoportable, comezón sí que me jodía.Entonces, para variar, recordé las palabras de Ivette:«Haz que el médico de la familia te vea»Debatí internamente por unos segundos lo que debía hacer, antes de tomar la mejor decisión.¿Sería capaz de poner en riesgo mi propia integridad solo por orgullo?No, que va. Nunca he sido así de estúpido, así que no veo porqué tenga que empezar a serlo ahora.Le envié un corto mensaje a un viejo comodín, que también es una de las enfermeras que siempre atiende a mi abuelo cuando se ve en sus crisis. Y aunque he de confesar que no es la mejor opción, es lo único que puedo hacer por ahora, sin lograr preocupar al abuelo.La mujer accedió a mirarme en las
Ivette RussellSuspiré con anhelo mientras veía las olas golpear contra el malecón.—Ivette, ¿Te sientes bien?La voz de Clariss me hizo salir de mi ensoñación.—Si... bueno, dentro me lo que cabe, estoy bien —sonreí.—La bebé se ha quedado dormida, ¿Por qué no intenta dormir un poco? —sugirió, con algo más de formalidad que hace un momento.—Aunque quiera hacerlo, dificulto que pueda dormir. Esperaré a mi esposo, puedes continuar con tus cosas.—La lasaña está en el horno, solo queda verificar el envío del vino.—Eres muy diligente, Clariss. Yo no sé si...La oración quedó inconclusa, pues recordé la amenaza de mi esposo.—¿Sí? —Arqueó ambas cejas.—Yo no sé si algún día llegaré a ser tan buena ama de llaves —dije en cambio.—Yo tampoco lo creía, y aquí me ve. —Me dedicó una sonrisa brillante.—Parece mentira, pero la necesidad nos mueve a hacer las cosas más impensables.—Realmente, así es —chasqueó la lengua—. Ahora, si me disculpa, continuaré con mis oficios.No le veía el chiste