Ivette RussellLa decisión de René fue completamente un ultimátum hacia mi persona. Y decir que estaba entre la espada y la pared, era poco.—Mi hija no tiene que pagar por mis pecados. —Tragué grueso—. No puedo decir nada respecto a lo que estás haciendo conmigo, porque, a final de cuentas, yo me lo he ganado. Pero nuestra hija… —Hice una pusa antes de corregir—. Mi hija no tiene la culpa de nada de esto, René. Es una inocente, sin embargo, las estás condenando con la misma severidad que a mí.—Empezaremos con el acuerdo a partir de ahora. —Fue lo único que dijo, ignorando por completo mi reproche—. Y con respecto al contrato original, estará sometido a un reevalúo. Te informaré cuando sea el momento oportuno para hacerlo, el cual, seguramente será muy pronto.—Esto es una ridiculez —exploté—. Si tanto te importa el que dirán, entonces deja que me vaya lejos.—¿Irte a dónde?—¡Qué más da! —Alcé ambos brazos al aire, en señal de frustración—. Cualquier cosa te convendría más que tener
René ChapmanLa herida en mi brazo comenzaba a comer, y sé perfectamente que se debe a lo infectada que está—Maldición —blasfemé, encendiendo las luces intermitentes para estacionar el auto a un lado de la carretera.Llevé una mano al área afectada, ejerciendo un poco de presión. Aunque el dolor no era insoportable, comezón sí que me jodía.Entonces, para variar, recordé las palabras de Ivette:«Haz que el médico de la familia te vea»Debatí internamente por unos segundos lo que debía hacer, antes de tomar la mejor decisión.¿Sería capaz de poner en riesgo mi propia integridad solo por orgullo?No, que va. Nunca he sido así de estúpido, así que no veo porqué tenga que empezar a serlo ahora.Le envié un corto mensaje a un viejo comodín, que también es una de las enfermeras que siempre atiende a mi abuelo cuando se ve en sus crisis. Y aunque he de confesar que no es la mejor opción, es lo único que puedo hacer por ahora, sin lograr preocupar al abuelo.La mujer accedió a mirarme en las
Ivette RussellSuspiré con anhelo mientras veía las olas golpear contra el malecón.—Ivette, ¿Te sientes bien?La voz de Clariss me hizo salir de mi ensoñación.—Si... bueno, dentro me lo que cabe, estoy bien —sonreí.—La bebé se ha quedado dormida, ¿Por qué no intenta dormir un poco? —sugirió, con algo más de formalidad que hace un momento.—Aunque quiera hacerlo, dificulto que pueda dormir. Esperaré a mi esposo, puedes continuar con tus cosas.—La lasaña está en el horno, solo queda verificar el envío del vino.—Eres muy diligente, Clariss. Yo no sé si...La oración quedó inconclusa, pues recordé la amenaza de mi esposo.—¿Sí? —Arqueó ambas cejas.—Yo no sé si algún día llegaré a ser tan buena ama de llaves —dije en cambio.—Yo tampoco lo creía, y aquí me ve. —Me dedicó una sonrisa brillante.—Parece mentira, pero la necesidad nos mueve a hacer las cosas más impensables.—Realmente, así es —chasqueó la lengua—. Ahora, si me disculpa, continuaré con mis oficios.No le veía el chiste
René ChapmanEn mala hora vine a decidir hacer el almuerzo de inversores.¿Cómo se supone que piense en una cosa diferente a mi esposa siendo una infiel?No solo bastaba con que fuera una mentirosa, sino que también debía seguir añadiendo calificativos negativos a la lista.—Maldición, Ivette —dije con frustración, caminando de un lado a otro—. Tú si que has sabido como joderme la vida. No importa cuánto intente reponerme después de esto, creo que nunca lo lograré por completo.Hablaba desde lo más profundo de mi ser y de mi sufrimiento.—René… por favor —espetó entre lagrimas, acompañadas de un llanto desgarrador—. No tienes que ser tan cruel, por favor, no tienes que hacerme sentir de este modo.—¿Y a ti alguna vez te importó cómo me sentí yo? —Llevé un puño a mi pecho—. ¿Tú alguna vez te detuviste a pensar cómo sería todo esto para mí?—Lo siento, lo siento… —Sus piernas empezaban a ceder ante el peso de su cuerpo—. Por favor, para ya. Deja de ser tan cruel, por favor. Sé que no te
Ivette RussellEsto es una completa mierda y decirlo ya está demás.Aventé un poco de agua fría en mi rostro con la esperanza de que la hinchazón disminuyera al menos un poquito.Bendita suerte mía.Ahora está mucho más inflamada y enrojecida que antes.Escuché un ligero golpeteo en la puerta y supe que debía tratarse de Clariss, así que simplemente concedí el paso sin preguntar quién era el anunciante.Haciendo gala de mi mala suerte, para variar, se trababa nada más y nada menos que de Julius.—Auch. —Hizo una mueca al mirar mi cara.—¿Qué haces aquí? —Lo miré de mala gana, cruzándome de brazos.—El invitado estrella llegó, esperamos por ti.—¿Y por qué has tenido que venir tú a decírmelo?, ¿Dónde está Clariss?—Yo también me pregunto lo mismo —suspiró.—¿Qué quieres decir?—No lo sé, la chica parece haberse ocultado en algún lugar de la casa.Oh, mierda.—¿René…?—No. No lo creo. Tal vez se siente un poco incomoda con la situación.—Da igual, ella no es ese tipo de chica.—¿Por qué
René Chapman—Creo que lo mejor es que me vaya — dijo Julius, aclarando su garganta, después de varios segundos de incomodo silencio.—Te llamaré luego —espeté, a modo de despedida.—No digas nada —pronunció mi esposa, una vez estuvimos solos—. Solo… no digas nada.Se veía totalmente devastada y yo me sentía como un malnacido por no consolarla.—Las sorpresas contigo nunca van a parar, ¿Verdad? —espeté en cambio.—No tuvimos el tiempo suficiente para conocernos. ¿Cómo puedes pretender que sea diferente?—Tienes razón. —Asentí—. Y, sinceramente, creo que a estas alturas es demasiado tarde para ambos.—¿Lo crees? —Sus ojos se veían llenos de ilusión.Traté de disolver el nudo que tenía en mi garganta, antes de añadir:—Estoy seguro de ello.Vi como algo se fracturaba dentro de ella.—En ese caso, permíteme ser egoísta una vez más.—¿A qué te refieres? —pregunté con confusión.—Firmaré los papeles del divorcio. Pero en cambio, tendrás que subirnos a mi hija y a mí a un avión y enviarnos
Ivette RussellNunca había experimentado un temor tan apabullante como el de este momento.Sentía como las paredes de mi interior ardían mientras se caían a pedazos. Era un dolor tan profundo que perfectamente se confundía en un sentido físico.Mientras René hacía sus llamadas telefónicas, yo me consumía en el desespero.—No, no ha sido una petición, Michael. Es una orden, debes cerrar todas las carreteras ahora mismo —espetó, mientras la vena de su cuello saltaba un poco—. No me importan tus malditas campañas, es mi hija de quien estamos hablando.Igual de frustrado que yo, cortó la llamada, guardando su teléfono en el interior de su traje antes de salir por la puerta.—René. —Corrí detrás de él, tomando su brazo.—No tenemos tiempo para esto, Ivette —Me hizo a un lado—. Iré a entrevistar a seguridad, tú espera aquí.Estaba completamente loco si pretendía que yo iba a quedarme de brazos cruzados, sin saber el paradero de mi hija.Haciendo caso omiso a sus palabras, lo seguí muy de ce
Julius ZanattaSonreí abiertamente.Nunca estuvo en mis planes. Pero, tal parece que la guerra entre Ivette y yo había iniciado.—Jactarte de algo provisorio, es la cosa más estúpida que puedas hacer.—Como sea —chasqueó la lengua—. No tengo tiempo para perder, mucho menos contigo.La seguí de cerca, monitoreando cada uno de sus movimientos.Al entrar a su habitación, la vi agachada frente a la mesilla de noche.—¿Qué es eso que tienes ahí? —pregunté con genuina curiosidad, observando el paquete que ahora tenía en las manos.—No lo sé —dijo—. Mi padre me lo ha dado, dijo que sería una especie de seguro.—¿Un seguro?Mi mente empezó a viajar a tres mil por segundo.»—Será posible que él…—¡No! —espetó, a la inmediatez, llena de indignación—. No creo que mi padre pueda…La miré con obviedad.—Por favor, Ivette. Te obligó a casarte con un hombre que no conocías. ¿Por qué no sería capaz de entregarle tu hija a ese mismo sujeto?—Te equivocas, Jul. Papá… él se veía realmente muy abatido. Y