René ChapmanUn penetrante dolor de cabeza me hizo abrir los ojos de repente, sintiendo un mareo inminente.—Mierda —mascullé, llevando una mano a mi cabeza, divisando mi pálida piel.—Buenos días.Saludó mi amigo, quien estaba tumbado en el suelo a sólo un par de metros de mí.—¿Qué me pasó? —pregunté, refiriéndome a la gaza en mi brazo.—Tuviste un enfrentamiento en el hotel, ¿O ya no lo recuerdas?Ah, eso.—Claro que lo recuerdo —me defendí, terminando de incorporarme—. Lo que quiero saber es quién se ha hecho cargo de esto —apunté.Él me miró con detenimiento.—¿Para qué lo preguntas, si sabes la respuesta? —bufó.Chasqueé la lengua, sintiéndome de mal humor.—¿Dónde está ella? —inquirí, con algo de tacto y prudencia.—Prohibiste que alguien saliera de esta casa. ¿Dónde más pretendes que esté?Mierda.—Oh, vamos amigo. —Cerré los ojos, rememorando parte de lo que vagamente recordaba de anoche.Yo, comportándome como un energúmeno y la imagen de ella mirándome con un inminente pavo
Ivette Russell—Ya estás lo suficientemente enojado conmigo, no te daré más razones para que sigas peleando.—Ay, por favor. —Blanqueó los ojos—. ¿Pelear yo? —Apuntó con un dedo directo a su pecho—. Defiendo mi punto, ¿A eso es a lo que le llamas pelear?—Como sea —dije más bajito, disponiéndome a marcharme.—¿A dónde vas? —Se interpuso en mi camino.—Tan lejos de ti como me sea posible, ¿No es obvio?—Comprendo —chasqueó la lengua —. Eso es lo que las alimañas hacen.Mi boca se abrió en una perfecta O y al instante mis orejas se encendieron.—¡René! —exclamé, llena de furia—. ¿Por qué me hablas de ese modo?—¿Qué pasa?, ¿Te molesta? —Una sonrisa de satisfacción se dibujaba en mi rostro.Entonces, por fin comprendí lo que estaba sucediendo.—No. —Formé una línea con mis labios—. No caeré en tu juego.—¿Te parece que estoy jugando? —Enarcó una ceja—. Porque estoy siendo muy serio, sólo para aclarar.Blanqueé los ojos.—Sigue comportándote como un niño. Yo iré a atender a mi hija.—¿Par
René ChapmanA pesar de haberla dejado completamente desencajada, esto no se sentía para nada como una victoria.—Maldición —bufé, mientras el agua fría bajaba por mi espalda.¿Cómo se me ocurrió hacer una cosa así?Ingenuamente pensé que eso que ese acto me serviría como venganza, pero terminó siendo más que un castigo para mí.Aún temblando por la impotencia, me envolví en una toalla, antes de salir de la ducha.Mis ojos se se abrieron un poco, por la impresión de encontrarla allí.»—¿Qué? —dije de mala gana.—No tienes buena pinta —espetó, con la sombra de una burlona sonrisa dibujandose en su boca.—No busques excusas absurdas para hablarme —bufé, con fingido desinterés.—Pero si no es una excusa.Se plantó frente a mi, obstaculizando mi paso.—Hazte a un lado. —Apoyé el dorso de mi mano en su brazo, apartándola sin mucho esfuerzo.—¡Oye! —abrió los ojos como platos, tratando de no perder el equilibrio.—Fuera de mi camino, Ivette. —La miré con cara de pocos amigos.—No, no quier
Ivette RussellLa decisión de René fue completamente un ultimátum hacia mi persona. Y decir que estaba entre la espada y la pared, era poco.—Mi hija no tiene que pagar por mis pecados. —Tragué grueso—. No puedo decir nada respecto a lo que estás haciendo conmigo, porque, a final de cuentas, yo me lo he ganado. Pero nuestra hija… —Hice una pusa antes de corregir—. Mi hija no tiene la culpa de nada de esto, René. Es una inocente, sin embargo, las estás condenando con la misma severidad que a mí.—Empezaremos con el acuerdo a partir de ahora. —Fue lo único que dijo, ignorando por completo mi reproche—. Y con respecto al contrato original, estará sometido a un reevalúo. Te informaré cuando sea el momento oportuno para hacerlo, el cual, seguramente será muy pronto.—Esto es una ridiculez —exploté—. Si tanto te importa el que dirán, entonces deja que me vaya lejos.—¿Irte a dónde?—¡Qué más da! —Alcé ambos brazos al aire, en señal de frustración—. Cualquier cosa te convendría más que tener
René ChapmanLa herida en mi brazo comenzaba a comer, y sé perfectamente que se debe a lo infectada que está—Maldición —blasfemé, encendiendo las luces intermitentes para estacionar el auto a un lado de la carretera.Llevé una mano al área afectada, ejerciendo un poco de presión. Aunque el dolor no era insoportable, comezón sí que me jodía.Entonces, para variar, recordé las palabras de Ivette:«Haz que el médico de la familia te vea»Debatí internamente por unos segundos lo que debía hacer, antes de tomar la mejor decisión.¿Sería capaz de poner en riesgo mi propia integridad solo por orgullo?No, que va. Nunca he sido así de estúpido, así que no veo porqué tenga que empezar a serlo ahora.Le envié un corto mensaje a un viejo comodín, que también es una de las enfermeras que siempre atiende a mi abuelo cuando se ve en sus crisis. Y aunque he de confesar que no es la mejor opción, es lo único que puedo hacer por ahora, sin lograr preocupar al abuelo.La mujer accedió a mirarme en las
Ivette RussellSuspiré con anhelo mientras veía las olas golpear contra el malecón.—Ivette, ¿Te sientes bien?La voz de Clariss me hizo salir de mi ensoñación.—Si... bueno, dentro me lo que cabe, estoy bien —sonreí.—La bebé se ha quedado dormida, ¿Por qué no intenta dormir un poco? —sugirió, con algo más de formalidad que hace un momento.—Aunque quiera hacerlo, dificulto que pueda dormir. Esperaré a mi esposo, puedes continuar con tus cosas.—La lasaña está en el horno, solo queda verificar el envío del vino.—Eres muy diligente, Clariss. Yo no sé si...La oración quedó inconclusa, pues recordé la amenaza de mi esposo.—¿Sí? —Arqueó ambas cejas.—Yo no sé si algún día llegaré a ser tan buena ama de llaves —dije en cambio.—Yo tampoco lo creía, y aquí me ve. —Me dedicó una sonrisa brillante.—Parece mentira, pero la necesidad nos mueve a hacer las cosas más impensables.—Realmente, así es —chasqueó la lengua—. Ahora, si me disculpa, continuaré con mis oficios.No le veía el chiste
René ChapmanEn mala hora vine a decidir hacer el almuerzo de inversores.¿Cómo se supone que piense en una cosa diferente a mi esposa siendo una infiel?No solo bastaba con que fuera una mentirosa, sino que también debía seguir añadiendo calificativos negativos a la lista.—Maldición, Ivette —dije con frustración, caminando de un lado a otro—. Tú si que has sabido como joderme la vida. No importa cuánto intente reponerme después de esto, creo que nunca lo lograré por completo.Hablaba desde lo más profundo de mi ser y de mi sufrimiento.—René… por favor —espetó entre lagrimas, acompañadas de un llanto desgarrador—. No tienes que ser tan cruel, por favor, no tienes que hacerme sentir de este modo.—¿Y a ti alguna vez te importó cómo me sentí yo? —Llevé un puño a mi pecho—. ¿Tú alguna vez te detuviste a pensar cómo sería todo esto para mí?—Lo siento, lo siento… —Sus piernas empezaban a ceder ante el peso de su cuerpo—. Por favor, para ya. Deja de ser tan cruel, por favor. Sé que no te
Ivette RussellEsto es una completa mierda y decirlo ya está demás.Aventé un poco de agua fría en mi rostro con la esperanza de que la hinchazón disminuyera al menos un poquito.Bendita suerte mía.Ahora está mucho más inflamada y enrojecida que antes.Escuché un ligero golpeteo en la puerta y supe que debía tratarse de Clariss, así que simplemente concedí el paso sin preguntar quién era el anunciante.Haciendo gala de mi mala suerte, para variar, se trababa nada más y nada menos que de Julius.—Auch. —Hizo una mueca al mirar mi cara.—¿Qué haces aquí? —Lo miré de mala gana, cruzándome de brazos.—El invitado estrella llegó, esperamos por ti.—¿Y por qué has tenido que venir tú a decírmelo?, ¿Dónde está Clariss?—Yo también me pregunto lo mismo —suspiró.—¿Qué quieres decir?—No lo sé, la chica parece haberse ocultado en algún lugar de la casa.Oh, mierda.—¿René…?—No. No lo creo. Tal vez se siente un poco incomoda con la situación.—Da igual, ella no es ese tipo de chica.—¿Por qué