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Capítulo 4: Su prometida

Los disparos poco a poco cesan porque nos movemos lejos del caos entre ellos, porque en mi mente hay un caos más grande del que hubo cuando Noé se marchó en su arca dejando a los incrédulos sufrir por el diluvio.

‘Esto no puede estar pasándome, Dios. ¿Por qué tuve que cruzarme con un lunático?’ me quejo mentalmente.

— Señor Krick, entienda algo: usted no me interesa como hombre.

— Ohh…— dicen los escoltas que nos acompañan en el auto y eso hace él que suspire profundo.

— No sabía que tenías tan terrible gusto para no interesarte.

Lo reconozco, este hombre es atractivo, mide más de dos metros, tiene muchos músculos, su cabello es negro como la noche y aunque sus ojos son de un azul hermoso, parecen los de un lobo con ojos rojos feroces.

Su rostro tan simétrico y perfecto podría hacerlo pasar por modelo… uno de los más hermosos y no como el mafioso que es, además, notando su ropa diría que es adinerado, así que, si me dejo llevar solo por el físico, es totalmente mi tipo, de ese que solo es satisfecho cuando veo las novelas y películas.

Pero, sé en que trabaja y lo que menos quiero es ser parte de un mundo tan salvaje y hostil, yo no quiero algo así. Por eso, debo dejar las cosas claras con él antes que todo se retuerza más de lo que ya está.

— Yo no tengo un terrible gusto, solo no me interesa estar con un hombre.

— ¿Te gustan las mujeres?

— No, no me gustan las mujeres, Arnold. Solo quiero concentrarme en trabajar para ser una ciudadana útil en este país donde no tener respaldo nos vuelve blanco de maltratos y humillaciones.

— Oh, ahora comprendo porque eres tan salvaje, eres una inmigrante.

— Sí, lo soy.

— Perfecto, puedo darte la nacionalidad que necesites, ya que, soy estadounidense.

— ¡¿En serio?! — digo de inmediato con mucho interés.

Para estar en Estados Unidos tuve que pasar por muchos peligros, incluso tuve que caminar por la selva Darién donde muchas personas murieron o fueron abusadas por grupos armados, por lo que, obtener la nacionalidad después de trabajar tanto para poder tener medianamente algo así, sería maravilloso.

Pero, esa sonrisa complacida de Arnold me dice que el precio por ello será alto, ¿acaso va a darme la nacionalidad para después sacarme los órganos y llenarme de armas o algo peor?

— ¿En qué piensas que te ves horrorizada, pequeña?

— ¿Vas a matarme?

— No, si quisiera eso no te tendría aquí, Eva. No seas paranoica.

— Eres un mafioso.

— Pero también soy un hombre, así que, si quieres tener la nacionalidad, puedes obtenerla de una forma.

— ¿Cómo? — pregunto y él me agarra con tanta fuerza y rapidez que comienzo a sospechar que esas heridas de bala son mentira.

Aunque quiero golpearlo, termino siendo yo quien me golpeo porque al subir sobre su cuerpo quedo muy alta al punto que mi cabeza golpea con el techo del auto. Por eso, él acaricia mi cabeza lamentando lo que sucedió como si no fuera su culpa.

— Debes tener calma, mi pequeña cabra. Si saltas tanto podrás golpearte otra vez.

— ¡Que no soy una cabra! — grito enojada.

— Está bien, no eres una cabra. Debo respetarte, mi querida prometida. — dice él y yo me quedo inmóvil.

‘Quizás correr de un lado al otro es lo que está haciendo que no sea lo suficientemente inteligente para entender las cosas que pasan o escucho mal, porque es imposible que de ser su mujer según sus propias palabras ahora sea su prometida.’ Me digo mentalmente.

Pero, la sonrisa del hombre que me observa con interés me da a entender que no es que mi inteligencia haya disminuido, es que él está diciendo cosas absurdas.

— ¿Qué pasa? ¿Mi pequeña cabra se ha quedado sin energía para golpearme?

— Arnold Krick, ¿tú quieres morir ahora mismo?

— No podría, me acabo de comprometer y dudo que a mi prometida le agrade quedar viuda antes de tiempo.

— ¿Soy un chiste para ti?

— No, no eres un chiste, sobre todo, porque no tengo tiempo para las bromas.

— ¿Qué te pasa? No me digas que te has enamorado de mí a primera vista.

Arnold niega y yo suspiro aliviada, porque no hay cosa peor que un hombre enamorado de uno cuando es uno quien no tiene sentimientos por esa persona y sabiendo que no es alguien amable, sería capaz de secuestrarme solo para tenerme completamente para él.

‘En estos momentos estoy siendo secuestrada y no está enamorado de mí, así que, seguramente todo sería peor si le interesara.’ Me digo mentalmente.

— Me enamoré de tus acciones, me cuidaste cuando siempre quien me encontraba lo que hacía era golpearme y tratarme terriblemente para que muriera pronto. Actuaste diferente, hay bondad en tu corazón y yo necesito eso.

— ¡Eso no es suficiente!

— Necesito una mujer que me cuide, quiero que no dude en ayudarme si se lo pido y si estoy gravemente herido, vigile mi sueño. Siempre he querido eso y tú me lo has dado, ahora que sé lo cálido que se sienten esos gestos no voy a dejar que algún bastardo lo tenga de ti.

— ¿Qué has dicho?

— Te llevaré a casa conmigo, querida. Serás mi mujer, mi cabra rabiosa.

Debería hacer lo contrario para que no me llame así, pero, con lo que me ha dicho me ha confirmado que aunque no está enamorado de mí, piensa aferrarse al punto de hacerme su prisionera y yo no voy a permitir eso.

Así que, no me convierto en cabra rabiosa si no, en un toro salvaje, uno que golpea todo lo que tengo cerca sin importarme a quien lastime. Pero, rápidamente soy inmovilizada por el hombre que se coloca sobre mí al punto de que casi me corta la respiración.

— Vas a calmarte, pequeña cabra. Te quiero conmigo pero, no aceptaré tus faltas de respeto.

— Deja de apuntarme con tu arma, déjame respirar bien.

— Esa no es mi arma, es mi polla, Eva. Porque incluso portándote mal el movimiento que has hecho mientras me golpeabas hizo fricción en mi polla y ahora quiero follarte.

— Arnold…

— Soy hombre, pequeña cabra, así que, si no quieres caminar extraño, quédate quieta.

— ¿Vas a abusar sexualmente de mí?

— No, pero tengo un poder de convencimiento que podría causar que incluso ahora me abras las piernas para recibirme complacida, ¿quieres comprobarlo?

‘Di que sí, vamos a divertirnos.’ Dice mi mente ignorando que podría morir al intentarlo.

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