56. Sala de espera

—Refuercen este lugar— ordené mientras veía como cargaban a mi hermano y lo metían en una de las camionetas— que nos sigan tres camionetas más, esto puede ser una trampa.

—El hospital más cercano está a cinco kilómetros al norte, señor Santori— me informó uno de mis hombres.

—Pues conduce como si el diablo te persiguiera. Filippo no puede morirse.

—Si señor— dijeron todos al unísono— andiamo.

Condujeron rápidos esos kilómetros mientras yo pensaba en que le puso pasar, su cabeza estaba en mi muslo, transpiraba mucho, se veía pálido, su semblante se agravó en sólo media hora y dos vómitos después. Algo tenía que estarle pasando.

—Creo que esta envenenado— me dijo el chofer viendo por el retrovisor, le hice una seña para que dijera más— a mi perrita le pasó, vomitaba tanto que se desmayaba, el señor estaba bien y luego comenzó a quejarse de dolor abdominal, después vomito y luego se quedó sin fuerzas.

No se dijo nada más en el auto en el trayecto que nos faltaba. En cuanto llegamos si má
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