Quería ser como esos hombres que sólo les gusta acostarse con las mujeres, después, ponerse los pantalones y hacer como si nunca llegaron a conocerlas.
Desde pequeño mi madre me dijo que yo era muy sensible, porque, aunque era el hermano mayor, siempre corría a ella para abrazarla y llorar en su regazo. Cuando crecí, era el más alto de mi grupo de amigos, pero siempre era el que salía lastimado por las palabras que otros me decían. En cambio, mi hermano Luis, por más menor que fuera, trataba de defenderme de los que intentaban burlarse, recuerdo verlo irse a golpes con más de uno por mi culpa y terminar con el rostro lleno de sangre.
Mis amigos me decían “debes ser más hombre, los niños no lloran”, pero eran palabras mal gastadas en mí. Era de los que lloraba cuando se me moría una mascota o me rechazaba una niña. Intenté ser no tan
Aunque a mí me quedaba bastante pesado en ese momento por mis estudios superiores y mis demás gastos, hice el sacrificio de poder costearle el curso que tanto quería hacer junto con todos los materiales que iba a necesitar.Yo me gradué de mi maestría, ella de su curso de estilista y parecía que todo iba más que bien. Llevábamos dos años de relación y yo estaba más que enamorado de ella, sentía que éramos un equipo, era muy cómodo estar a su lado.Quise concentrarme en ella, darle más atención al ya sentirme con mucho tiempo libre e hicimos varios viajes alrededor del país, si Susana me pedía algo, se lo daba. Ella me decía que me amaba y hasta una vez tuvimos una conversación sobre irnos a vivir juntos, ya que para ese momento yo había logrado comprar mi apartamento después de tanto tiempo ahorrando.Susana se
En vista de que Rousse me evitaba en el trabajo y hasta había cambiado su horario de entrenamiento, comencé a seguirla e insistirle para que hablara conmigo.—Rousse, Rousse —la seguí a la salida del trabajo—. Déjame llevarte, espera —caminé detrás de ella hasta el portón—. ¡Espera!Se fue casi corriendo.—Pero… —solté confundido.Estaba actuando demasiado infantil. Me llevé una mano hasta mi barba y la sobé pensativo mientras la veía caminar por la calle con aquel paso afanoso.—¿Qué pasa entre ustedes dos? —preguntó Carlos detrás de mí.—No lo sé… No sé por qué se comporta así —respondí. Pero sí, sí sabía y a la vez no.En las noches, el recuerdo de lo que había sucedido en aq
La primera vez que lloré por alguien, lo agarré de la camisa y le supliqué que me perdonara, que, por favor, no se alejara de mí. No me importó que hubiera personas viéndonos, tampoco el que la gente creyera que era de esas novias desesperadas.Muchos me dijeron “ya, cálmate, Rousse, deja que se vaya”, pero nadie entendía el contexto de lo que estaba pasando. Que él se iba a marchar y no podría volver a recuperarlo: si yo no le rogaba, no le suplicaba, no dejaba caer toda esa capa de orgullo, lo iba a perder para siempre, y de paso mi corazón.Lo agarré con tanta fuerza por la cintura que Alejandro no pudo moverse, se le hacía imposible caminar.—Perdóname, por favor, perdóname —sollozaba.Pero para que entiendan cómo es que una persona tan orgullosa, tímida y miedosa como yo no le importó el rogarle a un ho
Fui inteligente al esperar a la salida del trabajo para hablar con él, porque no sería capaz de dar clases con aquel malestar que me invadía.Mientras bajaba las escaleras para dirigirme a mi salón para buscar mis cosas, vi de lejos a Carlos y maldecí a mis adentros el que me viera así, porque lo más seguro era que me seguiría para preguntarme.—Rousse, Rousse —escuché que comenzó a llamarme.Caminé con paso apresurado hasta mi salón y volví a maldecir cuando encontré al mismo grupo de siempre ya empotrado en la recepción: debía pedir que me cambiaran de salón, definitivamente.Entré al salón y más atrás lo hizo Carlos.—Rousse, ¿qué tienes? ¿Por qué lloras?Limpié las lágrimas de mis mejillas mientras me quitaba la bata, pero, para mi de
—Rousse, ¿a ti te gusta Alejandro? —preguntó con naturalidad, seguía sosteniendo la sonrisa en su rostro. Mis mejillas se enrojecieron al instante.—¿Por qué preguntas eso?—Porque tú en todo este tiempo no te has abierto con nadie y sólo lo hiciste con Alejandro. Todos llegamos a pensar que eran novios, siempre estaban juntos y tienen una química natural.No alcancé a responderle porque la puerta se abrió y Sarita entró en silencio, se recostó al escritorio, al lado de Carlos y paseó su brazo hasta rodearlo mientras sonreía.—¿Por qué te demoras tanto? —preguntó.—Ya voy —respondió él con tono un tanto aburrido.Los observé con curiosidad, ¿estaban saliendo? Después me di cuenta por cómo la trataba Carlos que era ella qui
—Creo que me gusta —le confesé a la psicóloga mientras terminaba de dibujar en un papel una casa de dos pisos rodeada de un portón, alcé mis ojos hasta ver su rostro observarme con tranquilidad—, Alejandro, me refiero de Alejandro.—Nunca me comentaste el por qué dejaron de hablar —tomó la hoja de papel cuando se la ofrecí—, ¿pasó algo?Me eché hacia atrás y me acomodé en el espaldar de la silla mientras mis manos se retorcían entre sí sobre mis piernas. Suspiré y mi mirada rebotó hasta el escritorio, después bajé hasta mis manos —no me gustó el observar lo insegura que me mostraba—, así que mis ojos se pasearon por el ventanal.—Intenté quedarme a dormir en su apartamento: eso pasó —tragué saliva—. Fue un error, no lo volveré a com
—Pero es lo mejor para los dos —solté con ansiedad.—¿Es lo que quieres?—No, —volví a soltar el llanto— claro que no. Lo quiero y… mucho, muchísimo. Pero ya lo he destruido y no quiero volver a derribarlo, Alejandro no merece el que yo le haga tanto daño.—Entonces, cambia en ti eso que te hace daño si tanto quieres estar con él —comentó con un tono que me dio impotencia.—No es tan fácil y lo sabe —arguyé—. Alejandro es sinónimo de cambios, de retos, de estar fuera de mi rutina. Alejandro es sinónimo de todo lo que me asusta, ¡por Dios, si antes no era ni capaz de verlo a la cara, ¿cómo podría al menos pensar en la posibilidad de estar al lado de él?!—¿Y es que antes no estabas ya a su lado?—Pues sí, pero era diferente, porq
—No necesito de eso, tengo suficiente con asomarme por la ventana y verte bajándote de camionetas lujosas y motos —se cruzó de brazos—. Uff… mija, cuando tú ibas yo ya venía. ¿Crees que voy a creer que uno de los proferuchos esos de pacotilla que trabajan en el centro ese de rehabilitación tendrá para comprar un auto de esos?Siete.—Tienen para eso y hasta para pagarse un cerebro nuevo que no crea vacuencias como las que dices —me levanté de la cama.El rostro de mi madre se descompuso, quedó fuera de base.—¿Cómo dijiste? —trató de acercarse a mí.Me dirigí hacia el closet y lo abrí.—¿Vacuencias?, ¿m-me dijiste que yo hablo vacuencias? —algo me decía que no sabía lo que significaba.Mi madre siempre le llenaba de impotencia el que yo utiliza