Fui inteligente al esperar a la salida del trabajo para hablar con él, porque no sería capaz de dar clases con aquel malestar que me invadía.
Mientras bajaba las escaleras para dirigirme a mi salón para buscar mis cosas, vi de lejos a Carlos y maldecí a mis adentros el que me viera así, porque lo más seguro era que me seguiría para preguntarme.
—Rousse, Rousse —escuché que comenzó a llamarme.
Caminé con paso apresurado hasta mi salón y volví a maldecir cuando encontré al mismo grupo de siempre ya empotrado en la recepción: debía pedir que me cambiaran de salón, definitivamente.
Entré al salón y más atrás lo hizo Carlos.
—Rousse, ¿qué tienes? ¿Por qué lloras?
Limpié las lágrimas de mis mejillas mientras me quitaba la bata, pero, para mi de
—Rousse, ¿a ti te gusta Alejandro? —preguntó con naturalidad, seguía sosteniendo la sonrisa en su rostro. Mis mejillas se enrojecieron al instante.—¿Por qué preguntas eso?—Porque tú en todo este tiempo no te has abierto con nadie y sólo lo hiciste con Alejandro. Todos llegamos a pensar que eran novios, siempre estaban juntos y tienen una química natural.No alcancé a responderle porque la puerta se abrió y Sarita entró en silencio, se recostó al escritorio, al lado de Carlos y paseó su brazo hasta rodearlo mientras sonreía.—¿Por qué te demoras tanto? —preguntó.—Ya voy —respondió él con tono un tanto aburrido.Los observé con curiosidad, ¿estaban saliendo? Después me di cuenta por cómo la trataba Carlos que era ella qui
—Creo que me gusta —le confesé a la psicóloga mientras terminaba de dibujar en un papel una casa de dos pisos rodeada de un portón, alcé mis ojos hasta ver su rostro observarme con tranquilidad—, Alejandro, me refiero de Alejandro.—Nunca me comentaste el por qué dejaron de hablar —tomó la hoja de papel cuando se la ofrecí—, ¿pasó algo?Me eché hacia atrás y me acomodé en el espaldar de la silla mientras mis manos se retorcían entre sí sobre mis piernas. Suspiré y mi mirada rebotó hasta el escritorio, después bajé hasta mis manos —no me gustó el observar lo insegura que me mostraba—, así que mis ojos se pasearon por el ventanal.—Intenté quedarme a dormir en su apartamento: eso pasó —tragué saliva—. Fue un error, no lo volveré a com
—Pero es lo mejor para los dos —solté con ansiedad.—¿Es lo que quieres?—No, —volví a soltar el llanto— claro que no. Lo quiero y… mucho, muchísimo. Pero ya lo he destruido y no quiero volver a derribarlo, Alejandro no merece el que yo le haga tanto daño.—Entonces, cambia en ti eso que te hace daño si tanto quieres estar con él —comentó con un tono que me dio impotencia.—No es tan fácil y lo sabe —arguyé—. Alejandro es sinónimo de cambios, de retos, de estar fuera de mi rutina. Alejandro es sinónimo de todo lo que me asusta, ¡por Dios, si antes no era ni capaz de verlo a la cara, ¿cómo podría al menos pensar en la posibilidad de estar al lado de él?!—¿Y es que antes no estabas ya a su lado?—Pues sí, pero era diferente, porq
—No necesito de eso, tengo suficiente con asomarme por la ventana y verte bajándote de camionetas lujosas y motos —se cruzó de brazos—. Uff… mija, cuando tú ibas yo ya venía. ¿Crees que voy a creer que uno de los proferuchos esos de pacotilla que trabajan en el centro ese de rehabilitación tendrá para comprar un auto de esos?Siete.—Tienen para eso y hasta para pagarse un cerebro nuevo que no crea vacuencias como las que dices —me levanté de la cama.El rostro de mi madre se descompuso, quedó fuera de base.—¿Cómo dijiste? —trató de acercarse a mí.Me dirigí hacia el closet y lo abrí.—¿Vacuencias?, ¿m-me dijiste que yo hablo vacuencias? —algo me decía que no sabía lo que significaba.Mi madre siempre le llenaba de impotencia el que yo utiliza
Era como estar sola en un mundo desconocido, guindando de un precipicio a punto de morir, como si fuera el fin de mi existencia: eso era mi ataque de pánico.Llevaba tres horas tratando de calmarme en un rinconcito de la habitación hecha bolita y meciéndome mientras tenía las manos con las uñas incrustadas en mi cráneo. Mis ojos ardían por la hinchazón de tanto llorar.¿Era viernes o domingo? No podía ni siquiera procesar aquella pregunta.Lo único que estaba anclado en mi mente era que iba a morir, que había llegado el fin de mis días. Lily Rousse iba a morir: no había vuelta atrás.Sacudía la cabeza con miedo: no era cierto, yo estaba bien. Era un ataque de pánico. No iba a morir… ¿o sí?Sentí sangre caliente en mi paladar y me di cuenta de que estaba mordiendo tanto mi labio inferior que comenza
Mis piernas estaban temblando: era una tortura sentir aquella sensación de estar perdida en la ciudad, de que todo me pareciera extraño. Además, estaba sola, fácilmente podría enloquecerme y terminar en una situación aún más difícil.Mis manos apretaron con fuerza la cartera hasta que el cuero claro crujió. Crucé la carretera corriendo y, al ya estar en el andén, apreté el paso y después, al reaccionar, ya había vuelto a correr.Podía notar que algunas personas me quedaban viendo y eso me daba mucho más pánico porque debía tener algo raro por lo cual todas las personas me quedaban mirando. ¿O era mi imaginación?Llegué hasta otra avenida y me recosté a un poste de luz cuando sentía que mis pulmones ya no daban para más. Mis mejillas estaban humedecidas porque en el camino estuve llorando y
Otra persona salió del apartamento y ese sí era Alejandro, sostenía un pocillo blanco en una mano y llevaba sus típicas camisillas blancas. Su rostro pasó de la duda y la confusión al miedo. El pocillo tembló en su mano y después cayó al piso, haciendo un sonido estridente al romperse.—¡Ah! —exclamó Alejandro dando un respingo al ser salpicado por lo que, por el olor pude reconocer que era café.Los manchones marrones se adhirieron a una bermuda gris clara que llevaba puesta y se sacudía con las manos entre un gesto de dolor; seguramente había estado muy caliente el café.Yo aparté las manos de Carlos de mi rostro en un intento por levantarme del piso. Por mi culpa Alejandro se había quemado con el café, por mi culpa ya había personas preocupadas a esas horas de la mañana.—¡Suéltame! &m
Realmente no sé por qué dejé que Carlos comenzara a vivir conmigo. Yo podía pagar mis facturas; claro, no tendría la misma facilidad como antes por la deuda del auto: pero podía hacer el sacrificio.Sarita estaba casi toda la noche con él, a veces se encerraban en la habitación y la escuchaba gritar; debía soportar sus alaridos de gallina y era la cosa más horrorosa. ¿Desde cuándo ese par estaban juntos?Había pasado medio mes desde que Carlos estaba viviendo conmigo y no sabía si sería capaz de llegar al mes. Necesitaba mi privacidad, mi independencia: ¡mi silencio!—Está bien, no la voy a volver a traer —aceptó Carlos esa mañana cuando le hablé del problema.—No es tanto por eso, Carlos; bueno, eso sí es un problema, —traté de explicarle— pero a lo que me refiero es que&hel