—No necesito de eso, tengo suficiente con asomarme por la ventana y verte bajándote de camionetas lujosas y motos —se cruzó de brazos—. Uff… mija, cuando tú ibas yo ya venía. ¿Crees que voy a creer que uno de los proferuchos esos de pacotilla que trabajan en el centro ese de rehabilitación tendrá para comprar un auto de esos?
Siete.
—Tienen para eso y hasta para pagarse un cerebro nuevo que no crea vacuencias como las que dices —me levanté de la cama.
El rostro de mi madre se descompuso, quedó fuera de base.
—¿Cómo dijiste? —trató de acercarse a mí.
Me dirigí hacia el closet y lo abrí.
—¿Vacuencias?, ¿m-me dijiste que yo hablo vacuencias? —algo me decía que no sabía lo que significaba.
Mi madre siempre le llenaba de impotencia el que yo utiliza
Era como estar sola en un mundo desconocido, guindando de un precipicio a punto de morir, como si fuera el fin de mi existencia: eso era mi ataque de pánico.Llevaba tres horas tratando de calmarme en un rinconcito de la habitación hecha bolita y meciéndome mientras tenía las manos con las uñas incrustadas en mi cráneo. Mis ojos ardían por la hinchazón de tanto llorar.¿Era viernes o domingo? No podía ni siquiera procesar aquella pregunta.Lo único que estaba anclado en mi mente era que iba a morir, que había llegado el fin de mis días. Lily Rousse iba a morir: no había vuelta atrás.Sacudía la cabeza con miedo: no era cierto, yo estaba bien. Era un ataque de pánico. No iba a morir… ¿o sí?Sentí sangre caliente en mi paladar y me di cuenta de que estaba mordiendo tanto mi labio inferior que comenza
Mis piernas estaban temblando: era una tortura sentir aquella sensación de estar perdida en la ciudad, de que todo me pareciera extraño. Además, estaba sola, fácilmente podría enloquecerme y terminar en una situación aún más difícil.Mis manos apretaron con fuerza la cartera hasta que el cuero claro crujió. Crucé la carretera corriendo y, al ya estar en el andén, apreté el paso y después, al reaccionar, ya había vuelto a correr.Podía notar que algunas personas me quedaban viendo y eso me daba mucho más pánico porque debía tener algo raro por lo cual todas las personas me quedaban mirando. ¿O era mi imaginación?Llegué hasta otra avenida y me recosté a un poste de luz cuando sentía que mis pulmones ya no daban para más. Mis mejillas estaban humedecidas porque en el camino estuve llorando y
Otra persona salió del apartamento y ese sí era Alejandro, sostenía un pocillo blanco en una mano y llevaba sus típicas camisillas blancas. Su rostro pasó de la duda y la confusión al miedo. El pocillo tembló en su mano y después cayó al piso, haciendo un sonido estridente al romperse.—¡Ah! —exclamó Alejandro dando un respingo al ser salpicado por lo que, por el olor pude reconocer que era café.Los manchones marrones se adhirieron a una bermuda gris clara que llevaba puesta y se sacudía con las manos entre un gesto de dolor; seguramente había estado muy caliente el café.Yo aparté las manos de Carlos de mi rostro en un intento por levantarme del piso. Por mi culpa Alejandro se había quemado con el café, por mi culpa ya había personas preocupadas a esas horas de la mañana.—¡Suéltame! &m
Realmente no sé por qué dejé que Carlos comenzara a vivir conmigo. Yo podía pagar mis facturas; claro, no tendría la misma facilidad como antes por la deuda del auto: pero podía hacer el sacrificio.Sarita estaba casi toda la noche con él, a veces se encerraban en la habitación y la escuchaba gritar; debía soportar sus alaridos de gallina y era la cosa más horrorosa. ¿Desde cuándo ese par estaban juntos?Había pasado medio mes desde que Carlos estaba viviendo conmigo y no sabía si sería capaz de llegar al mes. Necesitaba mi privacidad, mi independencia: ¡mi silencio!—Está bien, no la voy a volver a traer —aceptó Carlos esa mañana cuando le hablé del problema.—No es tanto por eso, Carlos; bueno, eso sí es un problema, —traté de explicarle— pero a lo que me refiero es que&hel
Me levanté del mueble y comencé a caminar hacia la entrada. Era la voz de Rousse, ¡era ella!Salí hasta la entrada y… fue lamentable verla en aquel estado. Su cuerpo estaba arañado, con sangre, llevaba en el rostro un aruño desde su barbilla hasta su oreja lleno de sangre, estaba con el cabello enmarañado y totalmente sudada, llevando aún el uniforme de la universidad.Pero eran sus ojos: se veían perdidos, asustados. No había ningún rastro de la Rousse que conocía, esa que trataba siempre de verse impecable, tranquila y sonriente. ¿Qué debió pasar para encontrarse en aquel estado?Se creó un hueco en mi pecho y las ganas de llorar junto con el impacto de verla acorralada en la pared hicieron que por un momento se me fueran las fuerzas.El pocillo de café se cayó a mis pies, rompiéndose la porcelana y quemá
La doctora Alicia se había encerrado en la habitación principal donde Rousse estuvo durmiendo hasta que ella llegó. Le pedí cuando se despertó que se diera un baño y después, le entregué una pijama que dejó antes, cuando acostumbraba a quedarse largas horas en mi departamento. Una vez se bañó y cambió, le curé algunas heridas en su piel.Afortunadamente muchos eran nada más que irritación por el maltrato y otros pequeños arañazos que en uno o dos días no dejarían rastros de maltrato. Pero encontré otros en sus piernas y en el cuello que eran mucho más profundos, tendrían que pasar como una o dos semanas para que se cicatrizaran del todo.—Es la primera vez —me dijo con miedo y vergüenza mientras me veía poner una bandita en el muslo de su pierna—. No hago este tipo de cosas, lo sabes.
Volteó a verme horrorizado. Tamborilee el pocillo blanco en mis manos mientras apretaba con fuerza los labios.—Lo más seguro es que no haya sido por tu culpa —repuse—, pero, aun así, es mejor que aprendas a pensar mejor lo que dices.—Lo sé —volvió su mirada al frente—. Soy un imprudente de primera.Escuchamos abrirse la puerta de la habitación principal y yo me levanté de un salto, haciendo que el pocillo de café derramara un poco de líquido, aunque no me importó. Caminé a paso ligero hasta ellas.—Llama enseguida —le dijo la doctora Alicia a Rousse.—¿A quién? —pregunté con ansiedad.Rousse sonrió y esta vez noté que estaba bastante relajada.—Me iré a vivir con Marcela un tiempo —explicó—. Acabo de hablar con ella, va a venir a bu
—Buenos días —saludaron. Aunque para esa hora ya debían ser las doce del medio día.—Buenos días —saludamos.Rousse se levantó del mueble y corrió a abrazar a Marcela y se fundieron en un largo arrunche.—¡Ay… amiga! —soltó Marcela—, ¡qué rabia que seas así conmigo!—¡Lo siento, lo siento! —chilló Rousse con tono lastimero.—Sí, debiste sin pensar dos veces en ir a nuestra casa —regañó la señora acercándose a ellas.Rousse se apartó de Marcela y observó a la mujer con pena mientras hacía un pequeño puchero, después se abrazaron. Y… ahí me di cuenta que Rousse no me tenía como una opción porque ya no estaba sola, ahora tenía personas que le expresaban tan abiertamente que la consid