Mis piernas estaban temblando: era una tortura sentir aquella sensación de estar perdida en la ciudad, de que todo me pareciera extraño. Además, estaba sola, fácilmente podría enloquecerme y terminar en una situación aún más difícil.
Mis manos apretaron con fuerza la cartera hasta que el cuero claro crujió. Crucé la carretera corriendo y, al ya estar en el andén, apreté el paso y después, al reaccionar, ya había vuelto a correr.
Podía notar que algunas personas me quedaban viendo y eso me daba mucho más pánico porque debía tener algo raro por lo cual todas las personas me quedaban mirando. ¿O era mi imaginación?
Llegué hasta otra avenida y me recosté a un poste de luz cuando sentía que mis pulmones ya no daban para más. Mis mejillas estaban humedecidas porque en el camino estuve llorando y
Otra persona salió del apartamento y ese sí era Alejandro, sostenía un pocillo blanco en una mano y llevaba sus típicas camisillas blancas. Su rostro pasó de la duda y la confusión al miedo. El pocillo tembló en su mano y después cayó al piso, haciendo un sonido estridente al romperse.—¡Ah! —exclamó Alejandro dando un respingo al ser salpicado por lo que, por el olor pude reconocer que era café.Los manchones marrones se adhirieron a una bermuda gris clara que llevaba puesta y se sacudía con las manos entre un gesto de dolor; seguramente había estado muy caliente el café.Yo aparté las manos de Carlos de mi rostro en un intento por levantarme del piso. Por mi culpa Alejandro se había quemado con el café, por mi culpa ya había personas preocupadas a esas horas de la mañana.—¡Suéltame! &m
Realmente no sé por qué dejé que Carlos comenzara a vivir conmigo. Yo podía pagar mis facturas; claro, no tendría la misma facilidad como antes por la deuda del auto: pero podía hacer el sacrificio.Sarita estaba casi toda la noche con él, a veces se encerraban en la habitación y la escuchaba gritar; debía soportar sus alaridos de gallina y era la cosa más horrorosa. ¿Desde cuándo ese par estaban juntos?Había pasado medio mes desde que Carlos estaba viviendo conmigo y no sabía si sería capaz de llegar al mes. Necesitaba mi privacidad, mi independencia: ¡mi silencio!—Está bien, no la voy a volver a traer —aceptó Carlos esa mañana cuando le hablé del problema.—No es tanto por eso, Carlos; bueno, eso sí es un problema, —traté de explicarle— pero a lo que me refiero es que&hel
Me levanté del mueble y comencé a caminar hacia la entrada. Era la voz de Rousse, ¡era ella!Salí hasta la entrada y… fue lamentable verla en aquel estado. Su cuerpo estaba arañado, con sangre, llevaba en el rostro un aruño desde su barbilla hasta su oreja lleno de sangre, estaba con el cabello enmarañado y totalmente sudada, llevando aún el uniforme de la universidad.Pero eran sus ojos: se veían perdidos, asustados. No había ningún rastro de la Rousse que conocía, esa que trataba siempre de verse impecable, tranquila y sonriente. ¿Qué debió pasar para encontrarse en aquel estado?Se creó un hueco en mi pecho y las ganas de llorar junto con el impacto de verla acorralada en la pared hicieron que por un momento se me fueran las fuerzas.El pocillo de café se cayó a mis pies, rompiéndose la porcelana y quemá
La doctora Alicia se había encerrado en la habitación principal donde Rousse estuvo durmiendo hasta que ella llegó. Le pedí cuando se despertó que se diera un baño y después, le entregué una pijama que dejó antes, cuando acostumbraba a quedarse largas horas en mi departamento. Una vez se bañó y cambió, le curé algunas heridas en su piel.Afortunadamente muchos eran nada más que irritación por el maltrato y otros pequeños arañazos que en uno o dos días no dejarían rastros de maltrato. Pero encontré otros en sus piernas y en el cuello que eran mucho más profundos, tendrían que pasar como una o dos semanas para que se cicatrizaran del todo.—Es la primera vez —me dijo con miedo y vergüenza mientras me veía poner una bandita en el muslo de su pierna—. No hago este tipo de cosas, lo sabes.
Volteó a verme horrorizado. Tamborilee el pocillo blanco en mis manos mientras apretaba con fuerza los labios.—Lo más seguro es que no haya sido por tu culpa —repuse—, pero, aun así, es mejor que aprendas a pensar mejor lo que dices.—Lo sé —volvió su mirada al frente—. Soy un imprudente de primera.Escuchamos abrirse la puerta de la habitación principal y yo me levanté de un salto, haciendo que el pocillo de café derramara un poco de líquido, aunque no me importó. Caminé a paso ligero hasta ellas.—Llama enseguida —le dijo la doctora Alicia a Rousse.—¿A quién? —pregunté con ansiedad.Rousse sonrió y esta vez noté que estaba bastante relajada.—Me iré a vivir con Marcela un tiempo —explicó—. Acabo de hablar con ella, va a venir a bu
—Buenos días —saludaron. Aunque para esa hora ya debían ser las doce del medio día.—Buenos días —saludamos.Rousse se levantó del mueble y corrió a abrazar a Marcela y se fundieron en un largo arrunche.—¡Ay… amiga! —soltó Marcela—, ¡qué rabia que seas así conmigo!—¡Lo siento, lo siento! —chilló Rousse con tono lastimero.—Sí, debiste sin pensar dos veces en ir a nuestra casa —regañó la señora acercándose a ellas.Rousse se apartó de Marcela y observó a la mujer con pena mientras hacía un pequeño puchero, después se abrazaron. Y… ahí me di cuenta que Rousse no me tenía como una opción porque ya no estaba sola, ahora tenía personas que le expresaban tan abiertamente que la consid
Esta etapa de mi vida la podría llamar descontrol, euforia y risas, muchas risas. Cuando le das a un niño un nuevo juguete, jugará con él todos los días hasta cansarse, una vez saciado, lo tirará y esperará a que le den uno nuevo y así el ciclo volverá a tomar su curso.Todo comenzó cuando estaba sentada en el centro de la cama de Alejandro, con las piernas cruzadas, dándole círculos a mi celular con una mano. La psicóloga estaba al otro lado, en un extremo de la cama sentada, observándome.—¿Por qué no buscaste ayuda? —inquirió.—No quiero ser una molestia —expliqué—, creí que podría soportarlo.—Y hasta cierto punto lo has hecho bien, Rousse, pero también debes abrir la opción de recibir ayuda de otros —arguyó—. Y no es porque quieras ser una moles
—Sí… —mi voz comenzó a escucharse muy triste— Pero es un tema que viene desde hace mucho, ¿sabes? Es sólo que…—Como todo en ti, nunca se lo cuentas a nadie —soltó con tono aburrido—. Siempre me he preguntado el por qué haces eso, en serio, es como si no confiaras en mí —gruñó—. Me da rabia, porque es como si yo fuera la única que cree que somos amigas, amigas cercanas de verdad.—Lo siento —fue lo único que se me ocurrió decir.—Al menos dime, ¿dónde te estás quedando?, ¿cuándo pasó eso de que te fuiste de tu casa?—Anoche.—¿Dónde pasaste la noche?—En un hotel.—¡¿Y por qué no me llamaste?! —volvió a enojarse.—Lo siento… es que… no