Volteó a verme horrorizado. Tamborilee el pocillo blanco en mis manos mientras apretaba con fuerza los labios.
—Lo más seguro es que no haya sido por tu culpa —repuse—, pero, aun así, es mejor que aprendas a pensar mejor lo que dices.
—Lo sé —volvió su mirada al frente—. Soy un imprudente de primera.
Escuchamos abrirse la puerta de la habitación principal y yo me levanté de un salto, haciendo que el pocillo de café derramara un poco de líquido, aunque no me importó. Caminé a paso ligero hasta ellas.
—Llama enseguida —le dijo la doctora Alicia a Rousse.
—¿A quién? —pregunté con ansiedad.
Rousse sonrió y esta vez noté que estaba bastante relajada.
—Me iré a vivir con Marcela un tiempo —explicó—. Acabo de hablar con ella, va a venir a bu
—Buenos días —saludaron. Aunque para esa hora ya debían ser las doce del medio día.—Buenos días —saludamos.Rousse se levantó del mueble y corrió a abrazar a Marcela y se fundieron en un largo arrunche.—¡Ay… amiga! —soltó Marcela—, ¡qué rabia que seas así conmigo!—¡Lo siento, lo siento! —chilló Rousse con tono lastimero.—Sí, debiste sin pensar dos veces en ir a nuestra casa —regañó la señora acercándose a ellas.Rousse se apartó de Marcela y observó a la mujer con pena mientras hacía un pequeño puchero, después se abrazaron. Y… ahí me di cuenta que Rousse no me tenía como una opción porque ya no estaba sola, ahora tenía personas que le expresaban tan abiertamente que la consid
Esta etapa de mi vida la podría llamar descontrol, euforia y risas, muchas risas. Cuando le das a un niño un nuevo juguete, jugará con él todos los días hasta cansarse, una vez saciado, lo tirará y esperará a que le den uno nuevo y así el ciclo volverá a tomar su curso.Todo comenzó cuando estaba sentada en el centro de la cama de Alejandro, con las piernas cruzadas, dándole círculos a mi celular con una mano. La psicóloga estaba al otro lado, en un extremo de la cama sentada, observándome.—¿Por qué no buscaste ayuda? —inquirió.—No quiero ser una molestia —expliqué—, creí que podría soportarlo.—Y hasta cierto punto lo has hecho bien, Rousse, pero también debes abrir la opción de recibir ayuda de otros —arguyó—. Y no es porque quieras ser una moles
—Sí… —mi voz comenzó a escucharse muy triste— Pero es un tema que viene desde hace mucho, ¿sabes? Es sólo que…—Como todo en ti, nunca se lo cuentas a nadie —soltó con tono aburrido—. Siempre me he preguntado el por qué haces eso, en serio, es como si no confiaras en mí —gruñó—. Me da rabia, porque es como si yo fuera la única que cree que somos amigas, amigas cercanas de verdad.—Lo siento —fue lo único que se me ocurrió decir.—Al menos dime, ¿dónde te estás quedando?, ¿cuándo pasó eso de que te fuiste de tu casa?—Anoche.—¿Dónde pasaste la noche?—En un hotel.—¡¿Y por qué no me llamaste?! —volvió a enojarse.—Lo siento… es que… no
—Sí, debes planearlo con mucho tiempo, no puedes quedarte en la calle —regañó un tanto ansioso.—Vaya, Rousse, —Carlos se acercó y se sentó a mi lado con una sonrisa— me alegra en verdad que se te hayan arreglado las cosas —. No te imaginas lo tranquilo que me deja el saberlo.Al poco tiempo llegaron Marcela y su mamá Claudia. Prácticamente corrí a abrazar a Marcela cuando la vi, después a la señora. El ver que me regañaban por no haberles avisado antes de lo que estaba pasando me reconfortaba porque se notaba que les importaba y hablaban con sinceridad.Esperaron un momento a que me cambiara para poder marcharme con ellas. Mientras me bañaba me decía que era una nueva vida la que comenzaría a tener ahora que no vivía en la casa de mis padres, que esta vez debía hacer las cosas mejor y ser lo más agradecida po
Lo más curioso de aquel cambio de vida fue el ver que Carlos me trataba diferente, estaba más atento de mí y eso hizo que nos acercáramos mucho más. Él sabía sobre mi proceso de recuperación y no me molestó tanto, para ese momento ya aceptaba el que estaba recuperándome.Con Carlos hablé varias veces, cuando comenzó a acompañarme a la parada de bus sobre mi depresión y cómo el cambio de casa me estaba ayudando mucho a sentirme mejor.—Te ves más alegre —me dijo—. Y más rellenita, te están alimentando bien.—Ah… sí, no me quitan el ojo de encima hasta que dejo el plato vacío —respondí entre una risita.Se volvió una rutina el hablar con él en los pasillos, preguntarnos sobre si habíamos visto esta o aquella serie; de hecho, casi siempre nuestras conversac
—No, no soy capaz de hacerlo —respondí.—Y ya ha pasado mucho tiempo —agregó Marcela.—Sí, Alejandro de seguro ya dejó atrás lo que sucedió, han pasado muchos meses —soltó Sarita con tono bajo y algo triste.Se acercaba final de año, tenía mucho tiempo libre que intentaba gastarlo haciendo ejercicio. Carlos y Marcela se sumaron al reto de recibir año nuevo ejercitándose, así que me acompañaban todas las mañanas, pero Marcela lo dejó a los pocos días cuando le comenzaron los dolores en el cuerpo.Yo no dejaba de pensar en lo que había dicho Sarita, era lo mismo que las pocas personas que sabían la verdad me decían.Faltaban pocos días para que el instituto educativo privado de Rousseau se abriera en la ciudad. Ya los medios locales estaban hablando al respecto y a las afueras
—Siento que he estancado mi vida —confesé a principio de año en la primera cita con la psicóloga.Tenía la mirada perdida en mis pensamientos, dejando que mis labios se movieran junto con mi mandíbula para poder expresar todo eso que había acumulado por semanas.De fondo se escuchaba la brisa, ya que para enero el viento era fuerte y se llevaba las nubes junto con la lluvia, el sol resplandecía en todo su esplendor, haciendo que el medio día fuera más intenso con el calor sofocante.Por primera vez veía la ventana corrida, dejando que el frescor del viento entrara a la oficina y pudiera escuchar el bullicio de la calle: el tintineo de los carritos de helado, la risa de los niños jugando en la plaza y el murmullo de las aves que intentaban posarse en los cables de luz.—Siento que no soy yo —expresé con voz apagada, sonó casi a un susurro&mdas
—¿Y piensas seguir viviendo con Marcela y su familia? —preguntó Carlos mientras se recostaba en el mecedor de la terraza.Acabábamos de terminar de organizar la casa y descansábamos debajo de la sombra del árbol de mango: aquella terraza era perfecta para tardear tomando jugo de limón.—No, no, de hecho, estoy buscando un lugar mejor para arrendar, tal vez un cuarto —expliqué (aunque no me sentía tan decidida a hacerlo).—Tú y tus malas decisiones —replicó Sarita a mi lado, balanceándose en otra mecedora—. No puedes alquilar la habitación de una casa, quedarte sola con unos desconocidos. Conociéndote, terminarás con nuevos ataques de pánico.—Nunca dije que compartiría casa con una persona —solté, pero era tan evidente que sí lo había pensado de esa forma.—E