—¿Y por qué te estaba llevando? La verdad es que me sorprendí un montón cuando te vi bajar de aquella moto, que, por cierto, ¡está bellísima, qué imponencia!
Estábamos caminando por los pasillos de la universidad para dirigirnos a nuestra siguiente clase, sin embargo, mi estómago comenzaba a rugirme por el hambre abrazador.
—No me sentía bien y decidió llevarme a casa —respondí mientras llevaba el brazo que ella no tenía atrapado hasta la boca de mi estómago.
—¿Qué te pasó, nena?
—Nada importante, sólo eran cólicos.
—¿Pero a ti ya no se te había ido el periodo?
Pensé antes de hablar.
—Sí… pero no era ese tipo de cólicos, era que había comido algo que me hizo mal.
—¡Anda!, ¿qué
Yo estaba acostada en mi cama. Recuerdo levantarme por el malestar que hizo reaccionar a mi cuerpo, despertando ese instinto de supervivencia que lo hacía aferrarse al delgado hilo de vida que estaba a punto de romper.Mi paladar estaba amargo y el burbujeo de mi estómago invadido por pastillas me quemaba la garganta.Esa tarde estaba sola: era la oportunidad que por muchos meses había esperado, porque sabía que, en mi casa, nadie podría irrumpir mi intento de suicidio. Y ahí estaba, con los oídos absortos de silencio que deambulaba por la habitación.El mover mi mano para tomar el celular que reposaba a mi izquierda era verdaderamente cansado. La agonía comenzaba a acostarse sobre mi cuerpo y me susurraba al oído que pronto comenzaría a descender por las escaleras de la muerte.Pero… ¿entonces por qué quería revisar en mi celular si había alg&u
Arrugué mi entrecejo al no recordar aquel día, pero, después, pude lograrlo y no alcancé a retener una pequeña carcajada. ¿De verdad aún recordaba aquel altercado?—¿Por qué te ríes? —indagó un poco apenado.—Ah… —bajé mis manos y mis dedos comenzaron a jugar entre sí—, es que no recordaba ese… día, ¿p-por qué lo menciona?—Ese día te hablé muy fuerte y siempre he creído que es por eso que me tienes miedo.Apreté con fuerza mis labios y negué con la cabeza.—Yo… Es que usted me intimida, —confesé mientras bajaba la mirada— es eso.Entonces, quien comenzó a carcajear fue él y yo era la que quería que la tierra se la tragara.—Rousse, ¿es por eso que tampoco eres capaz de
No me sentía con fuerzas de levantarme de la cama para correr al baño y vomitar el medicamento, tampoco me sentía tan convencida de querer hacerlo, de hecho, el sueño volvía a atraparme en ese instante.“Oye… ¿por qué me ignoras? Quiero salir hoy, acompáñame al mirador” llegó otro mensaje.Cerré mis ojos y mi pulso agitado se resignó, se cansó de gritarme por ayuda.Pero llegó una llamada, mi celular comenzó a timbrar, después volvió el silencio y, cuando creí que ya nadie volvería a molestarme, ahí estaba de nuevo el insistente timbre de mi celular irrumpiendo mi silencio.Con la poca fuerza que me quedaba, decidí contestar para calmar a la persona que seguía insistiendo. Ya sabía de quién se trataba: era Alejandro, y si no contestaba era capaz de llegar a la casa para v
Me sonrojé.—Te gusta la adrenalina —dijo mientras apagaba la moto y se bajaba—. A mí también me encanta, por eso, cuando necesito despejar la mente, vengo hasta aquí. —Se quitó el casco y arregló su cabello.Sentía que seguían mirándonos, así que volteé a ver a la pareja donde ahora el hombre le rodaba el rostro a la chica con una mano y parecía estar reclamándole algo, como si no quisiera que siguiera viendo algo o alguien, pero la chica volvía su rostro al frente con una sonrisa traviesa y… ¡estaba observando fascinada a Alejandro!Volví la mirada a mi compañero y vi que se estaba quitando la camisa del uniforme, quedando sólo con una camisa de algodón negra de mangas largas que estaba remangando hasta sus codos. Él siempre usaba ese tipo de camisas debajo del uniforme, de hecho, la mayor&iac
Después, el mesero volteó a verme y automáticamente, volvió a rebotar sus ojos en Alejandro. Yo lo pillé, se estaban explicando por medio de la mirada qué hacía yo con él esa noche; al parecer Alejandro siempre salía con su novia y era muy inusual que estuviera con alguien diferente.—Aquí mi amiga presente, nunca ha probado una michelada —explicó Alejandro con una amplia sonrisa—. Así que esta noche va a probar todas las mezclas: la dejo en tus manos.¿Probar todas las mezclas?, ¿de qué estaba hablando?—¿Con alcohol o sin alcohol? —inquirió el muchacho.—¡Ombe! Con alcohol, ¿crees que la pondré a tomar gaseosa toda la noche?Los dos chicos soltaron una carcajada y… yo ya estaba pidiendo irme de aquel lugar. ¿Qué hacía allí? Debería e
Me hice amigo de Rousse la primera vez que la llevé a ver las estrellas en el mirador sur de la ciudad. Ahí, frente al mar oscuro, acosté mi cabeza en sus piernas y fijamos nuestros ojos en el inmenso lienzo lleno de estrellas.Le tomé confianza instantáneamente, me di cuenta que era una chica sumamente dulce, tímida y con un amor para dar que ni ella sabía que tenía. Esa timidez le daba un aura de ternura que comenzaba a fascinarme. La empecé a ver como la hermana pequeña que quería comenzar a proteger y me dio unas ganas enormes de mostrarle el mundo.Esa tarde la había invitado a aquel mirador para escaparme de mi apartamento solitario lleno de recuerdos de Susana y su rechazo a mi propuesta de matrimonio. Y fue la escapada perfecta, porque a su lado logré encontrar paz, además, ese silencio que la rodeaba, no me parecía incómodo, era todo lo contrario, se
Nos quedamos observando fijamente por unos segundos.—Mira… —me acomodé en mi banca— le pedí matrimonio a mi novia y me dijo que no está preparada para casarse y… —suspiré— me pidió un tiempo.Los ojos de Rousse divagaron por la mesa mientras pensaba y… esos cuántos segundos fueron demasiado incómodos para mí, porque era como si estuviera evaluando lo que le acababa de decir. ¿Realmente una persona como ella que no le gustaba socializar podría darme un consejo amoroso? ¿Qué sabía ella del amor?—Cuando una persona pide tiempo es porque no sabe cómo decir que ya no quiere estar a tu lado —explicó finalmente—. Además, el que lo haga al momento de rechazar una propuesta de matrimonio, ¿no lo hace ser más claro?—No… pero… la forma en como lo dijo
—¿Rousse? —Escuché la voz de Alejandro por el pasillo—, ¡Rousse!Estaba recostada a la pared blanca y lisa del baño; me sentía cansada, con dolor físico y espiritual; podía escuchar y sentir los muros de mi vida caerse a pedazos: todo lo que había construido con tanto esfuerzo se venía abajo por mi depresión y ansiedad.—¡Rousse! —la voz de Alejandro se escuchó más cerca.Había dado con la habitación en la que me encontraba y fue cuestión de tiempo para que notara la puerta del baño abierta y a mí dentro de ella.—¿Rousse?, ¡Rousse!Estaba con los ojos cerrados tratando de pasar mi malestar, sin embargo, no pude soportar el llanto al escuchar a mi amigo con la voz quebrada mientras corría hacia mí.—¡Rousse, Rousse! —Pude sentir que se agac