La fantasía de Alejandro constaba en tener sexo conmigo con el uniforme, así que ahí me tenía, sin los pantalones y con la camisa puesta. Él si estaba desnudo, observándome con esa mirada seductora y sonrisa ladeada. Era raro tocar su pene. Pensaba que el tacto sería duro, pero no, era muy suave y la punta acolchonada. Mi mano no lograba rodearlo completamente, quedaba algo abierta y eso me decía que no lograría introducirlo por completo en mi boca. Mi primer intento fue algo torpe y vergonzoso. Escuché un quejido de Alejandro y supe que estaba haciendo algo mal.—Amor, amor —me llamó y alcé la mirada para verlo—. No roces los dientes, duele cuando lo haces.—Lo siento —me ruboricé por completo.—Imagina que es un bombón, debes chuparlo —explicó.Solté una risita llena de vergüenza y acepté con un movimiento de cabeza.—Tranquila, apenas estás aprendiendo —calmó con una leve sonrisa.Intenté volver a hacerlo, esta vez imaginándome un bombón (aunque no era amante a las golosinas).
—Necesito apartar una cita con medicina general —comenté cuando íbamos en el auto.—¿Por qué? —inquirió mientras seguía con la mirada puesta en la carretera.—Necesito comenzar a cuidarme —expliqué—. A ti no te gusta usar condón. Yo creo que me podría ir bien con las pastillas anticonceptivas. —Es que no me gustan los condones —confesó—, siento que no me deja disfrutar como me gusta. Pero sí, sería buena idea que comenzaras a protegerte.—Sí, no quiero terminar embarazada sin planificarlo.—Lo siento.—¿Por qué te disculpas?—No logré contenerme, se me hace difícil contigo: me gustas mucho.Solté un suspiro y sonreí levemente: no todo puede ser perfecto..Fue ese mismo día cuando
En el bus pensé en la idea de recoger mis cosas y marcharme de aquel apartamento, en la idea de volver a ver a Alejandro cuando llegara, en si sería capaz de sonreírle o le gritaría todo lo que pensaba.Cuando estuve en el apartamento caminé de un lado a otro estresada, tratando de calmarme. A la media hora estaba gritando y golpeando las paredes de la impotencia. A la hora completa estaba acurrucada en un rincón de la ducha sintiendo el agua taladrar mi cabeza.Dos horas: Alejandro no había llegado. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se fue a una cita con ella? Porque Susana se quedó como si lo esperara.Dos horas y media: Sí, se había quedado con ella. Se fueron y me estaban viendo la cara de tonta.Para ese momento estaba recogiendo mi ropa en una maleta pensando seriamente en irme. No me importaba si debía dormir debajo de un puente, pero no permitiría q
Lo bueno de trabajar en el mismo lugar que tu pareja es que puedes acercarte para hablar con ella o hacerla llamar a la oficina. También para empeorar la situación; como me pasó a mí.—¿Rousse ya llegó? —pregunté a Carlos cuando me lo topé en el pasillo de la recepción.—No sé, acabo de llegar, ¿por qué? —inquirió mientras acomodaba el bolso negro en su espalda.—Anda súper rara conmigo, ¿te ha dicho algo?—No, ¿cómo así súper rara? ¿Ya no se habían arreglado?—No sólo arreglado: Rousse y yo somos novios.—¡¿Qué?! —abrió sus ojos en gran manera.—¿No te había comentado nada?—Ninguno de los dos me dijo que eran novios —soltó con tono de indignación&mda
A la salida, traté de terminar todo muy temprano para esperarla en la recepción. Justo a mí lado estaba Sarita, Marcela, Clarena, uno de los nuevos llamado Johan junto con su compañero Miguel (lo reconocía por las fotos de Rousse) y Ana que quería corroborar que realmente nosotros fuéramos algo.Entré al salón al desesperarme por no verla salir y la encontré sentada frente a su escritorio con la mirada perdida en sus pensamientos.—Rousse —me acerqué a ella—, ¿qué tienes?Parpadeo dos veces y comenzó a tomar sus cosas del escritorio para guardarlas en su bolso en completo silencio. La conocía tan bien que sabía sobre su pasatiempo de pasar horas sentada frente al escritorio cuando tenía problemas. Me recosté al borde de la mesa frente a ella intentando encontrar su mirada, pero me evitaba.—Vam
Lo menos que quería era hablar con Alejandro. En esos días había creado una gran apatía hacia él, mi inseguridad estaba arropada con mi capa de desinterés que me hacía alejarme. Entre más pasaban los días, mi mente atormentada me decía que lo mejor era irme de aquel aparamento y en mis ratos libres me la pasaba buscando cuartos en los cuales pudiera mudarme.Varias veces Marcela intentó hablar conmigo, decirme que debía hablar con él e intentó sacarme la información sobre qué era lo que a mí me enojaba tanto.Estaba bloqueada. Me enojaba que todos le dieran la razón a Alejandro. Quería gritarles a todos que él me estaba siendo infiel, pero me avergonzaba aceptarlo: las dos opciones eran malas. Lo veía de lejos observándome como antes lo había hecho y me enojaba que la historia se estaba volviendo a repetir.&nbs
—Rousse, por favor, cálmate —pidió tratando de sonar lo más pacífico posible—. Estás entrando en crisis, esto no es bueno para ti.—¡No me digas lo que es bueno para mí! —grité desesperada caminando en círculos por la cocina: necesitaba aire—. ¡Yo no quiero estar más contigo!, ¡no me vas a seguir viendo la cara de tonta!—¡¿Qué?! —el semblante de Alejandro se notaba muy preocupado—. Rousse, amor, en serio, yo no te estoy engañando con nadie, ¡con nadie! Y mucho menos con Susana, tú sabes lo mala que ella fue conmigo…—¡No lo niegues, estabas con ella, todo este tiempo te has estado viendo con ella! —grité mientras me abalanzaba a él para darle un empujón—. ¡No me quieras ver la cara, yo la vi entrando a tu oficina! —Estaba enco
Tanteé mi labio inferior que estaba algo hinchado.—¿Dónde está Rousse? —indagó Sarita algo preocupada mientras ponía las manos en su cintura—, ¿la dejaste sola?—¿Qué más podría hacer? —solté a bocajarro—, ¿crees que me quedaría a darle masajes en la espalda después de la golpiza que me dio?—Tampoco exageres —espetó—. De cierta forma te los merecías por pendejo.Sarita corrió hacia el segundo piso y a los minutos bajó cambiada con un jean oscuro y una camiseta blanca, se amarraba su cabello rizado en un moño y tenía puestas unas sandalias oscuras. Se dirigió hasta la mesa grande de la sala y tomó las llaves del carro de Carlos.—¿A dónde vas? —preguntó él.—¿A dón