—Necesito apartar una cita con medicina general —comenté cuando íbamos en el auto.
—¿Por qué? —inquirió mientras seguía con la mirada puesta en la carretera.
—Necesito comenzar a cuidarme —expliqué—. A ti no te gusta usar condón. Yo creo que me podría ir bien con las pastillas anticonceptivas.
—Es que no me gustan los condones —confesó—, siento que no me deja disfrutar como me gusta. Pero sí, sería buena idea que comenzaras a protegerte.
—Sí, no quiero terminar embarazada sin planificarlo.
—Lo siento.
—¿Por qué te disculpas?
—No logré contenerme, se me hace difícil contigo: me gustas mucho.
Solté un suspiro y sonreí levemente: no todo puede ser perfecto.
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Fue ese mismo día cuando
En el bus pensé en la idea de recoger mis cosas y marcharme de aquel apartamento, en la idea de volver a ver a Alejandro cuando llegara, en si sería capaz de sonreírle o le gritaría todo lo que pensaba.Cuando estuve en el apartamento caminé de un lado a otro estresada, tratando de calmarme. A la media hora estaba gritando y golpeando las paredes de la impotencia. A la hora completa estaba acurrucada en un rincón de la ducha sintiendo el agua taladrar mi cabeza.Dos horas: Alejandro no había llegado. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se fue a una cita con ella? Porque Susana se quedó como si lo esperara.Dos horas y media: Sí, se había quedado con ella. Se fueron y me estaban viendo la cara de tonta.Para ese momento estaba recogiendo mi ropa en una maleta pensando seriamente en irme. No me importaba si debía dormir debajo de un puente, pero no permitiría q
Lo bueno de trabajar en el mismo lugar que tu pareja es que puedes acercarte para hablar con ella o hacerla llamar a la oficina. También para empeorar la situación; como me pasó a mí.—¿Rousse ya llegó? —pregunté a Carlos cuando me lo topé en el pasillo de la recepción.—No sé, acabo de llegar, ¿por qué? —inquirió mientras acomodaba el bolso negro en su espalda.—Anda súper rara conmigo, ¿te ha dicho algo?—No, ¿cómo así súper rara? ¿Ya no se habían arreglado?—No sólo arreglado: Rousse y yo somos novios.—¡¿Qué?! —abrió sus ojos en gran manera.—¿No te había comentado nada?—Ninguno de los dos me dijo que eran novios —soltó con tono de indignación&mda
A la salida, traté de terminar todo muy temprano para esperarla en la recepción. Justo a mí lado estaba Sarita, Marcela, Clarena, uno de los nuevos llamado Johan junto con su compañero Miguel (lo reconocía por las fotos de Rousse) y Ana que quería corroborar que realmente nosotros fuéramos algo.Entré al salón al desesperarme por no verla salir y la encontré sentada frente a su escritorio con la mirada perdida en sus pensamientos.—Rousse —me acerqué a ella—, ¿qué tienes?Parpadeo dos veces y comenzó a tomar sus cosas del escritorio para guardarlas en su bolso en completo silencio. La conocía tan bien que sabía sobre su pasatiempo de pasar horas sentada frente al escritorio cuando tenía problemas. Me recosté al borde de la mesa frente a ella intentando encontrar su mirada, pero me evitaba.—Vam
Lo menos que quería era hablar con Alejandro. En esos días había creado una gran apatía hacia él, mi inseguridad estaba arropada con mi capa de desinterés que me hacía alejarme. Entre más pasaban los días, mi mente atormentada me decía que lo mejor era irme de aquel aparamento y en mis ratos libres me la pasaba buscando cuartos en los cuales pudiera mudarme.Varias veces Marcela intentó hablar conmigo, decirme que debía hablar con él e intentó sacarme la información sobre qué era lo que a mí me enojaba tanto.Estaba bloqueada. Me enojaba que todos le dieran la razón a Alejandro. Quería gritarles a todos que él me estaba siendo infiel, pero me avergonzaba aceptarlo: las dos opciones eran malas. Lo veía de lejos observándome como antes lo había hecho y me enojaba que la historia se estaba volviendo a repetir.&nbs
—Rousse, por favor, cálmate —pidió tratando de sonar lo más pacífico posible—. Estás entrando en crisis, esto no es bueno para ti.—¡No me digas lo que es bueno para mí! —grité desesperada caminando en círculos por la cocina: necesitaba aire—. ¡Yo no quiero estar más contigo!, ¡no me vas a seguir viendo la cara de tonta!—¡¿Qué?! —el semblante de Alejandro se notaba muy preocupado—. Rousse, amor, en serio, yo no te estoy engañando con nadie, ¡con nadie! Y mucho menos con Susana, tú sabes lo mala que ella fue conmigo…—¡No lo niegues, estabas con ella, todo este tiempo te has estado viendo con ella! —grité mientras me abalanzaba a él para darle un empujón—. ¡No me quieras ver la cara, yo la vi entrando a tu oficina! —Estaba enco
Tanteé mi labio inferior que estaba algo hinchado.—¿Dónde está Rousse? —indagó Sarita algo preocupada mientras ponía las manos en su cintura—, ¿la dejaste sola?—¿Qué más podría hacer? —solté a bocajarro—, ¿crees que me quedaría a darle masajes en la espalda después de la golpiza que me dio?—Tampoco exageres —espetó—. De cierta forma te los merecías por pendejo.Sarita corrió hacia el segundo piso y a los minutos bajó cambiada con un jean oscuro y una camiseta blanca, se amarraba su cabello rizado en un moño y tenía puestas unas sandalias oscuras. Se dirigió hasta la mesa grande de la sala y tomó las llaves del carro de Carlos.—¿A dónde vas? —preguntó él.—¿A dón
Yo creí estar enamorada de él, de aquel joven profesor que daba clase en la fundación de desarrollo integral en el que era voluntaria para ayudar a los niños con problemas en la materia de lengua castellana, pero nunca le dije lo que sentía, tampoco nunca tuve intención de hacerlo. Al principio pensé que era por vergüenza, después descubrí que se trataba de inseguridad; pero ahora eso no importa, porque estoy a punto de subir a un avión para irme lejos de aquí, al lado de alguien que sabe mis sentimientos a la perfección.Hablo de él: de ese joven que me abrazó las muchas veces que mi cuerpo temblaba y jugaba con mi cabello cuando quería hacerme sonreír.¿Por qué me quiero ir lejos? Bueno, no crean que estoy escapando, en realidad, es un plan que vengo organizando desde hace mucho. Iremos a cumplir una meta y es él la razón para que yo quiera aventurarme a cruzar todo un continente.Todo comenzó ese día que veía al joven profesor abrir la puerta del salón de clases y caminaba por el p
Pasaron dos días en los que no supe de Gabriel, no nos enviábamos mensajes y yo creía que aquel episodio había acabado. Mi vida seguía en aquella monotonía de siempre que me agobiaba en gran manera, aunque ahora tomaba otro camino para no tener que pasar por el puente y recordar lo que estuve a punto de hacer y también, por dentro, me daba miedo volver a intentarlo.—Te vas a volver loca de tanto leer libros —dijo mi padre mientras sostenía una taza de café en una mano, cruzaba las piernas y rodaba la mirada a mi madre, que estaba en la cocina picando unas verduras—. ¿No le vas a decir algo? Mírala, leyendo mientras come, ¿crees que eso es bueno?Mi madre rodó la mirada hasta mí y puso las manos en la cintura.—Lily, deja de leer mientras desayunas —reconvino.Cerré el libro de Eduardo Sacheri y terminé de comer mi taza de avena cocida mientras partía trocitos de pan integral y los echaba en la avena. Siempre me ha gustado este desayuno, siento que me trae muchos recuerdos de mi niñez