Lo bueno de trabajar en el mismo lugar que tu pareja es que puedes acercarte para hablar con ella o hacerla llamar a la oficina. También para empeorar la situación; como me pasó a mí.
—¿Rousse ya llegó? —pregunté a Carlos cuando me lo topé en el pasillo de la recepción.
—No sé, acabo de llegar, ¿por qué? —inquirió mientras acomodaba el bolso negro en su espalda.
—Anda súper rara conmigo, ¿te ha dicho algo?
—No, ¿cómo así súper rara? ¿Ya no se habían arreglado?
—No sólo arreglado: Rousse y yo somos novios.
—¡¿Qué?! —abrió sus ojos en gran manera.
—¿No te había comentado nada?
—Ninguno de los dos me dijo que eran novios —soltó con tono de indignación&mda
A la salida, traté de terminar todo muy temprano para esperarla en la recepción. Justo a mí lado estaba Sarita, Marcela, Clarena, uno de los nuevos llamado Johan junto con su compañero Miguel (lo reconocía por las fotos de Rousse) y Ana que quería corroborar que realmente nosotros fuéramos algo.Entré al salón al desesperarme por no verla salir y la encontré sentada frente a su escritorio con la mirada perdida en sus pensamientos.—Rousse —me acerqué a ella—, ¿qué tienes?Parpadeo dos veces y comenzó a tomar sus cosas del escritorio para guardarlas en su bolso en completo silencio. La conocía tan bien que sabía sobre su pasatiempo de pasar horas sentada frente al escritorio cuando tenía problemas. Me recosté al borde de la mesa frente a ella intentando encontrar su mirada, pero me evitaba.—Vam
Lo menos que quería era hablar con Alejandro. En esos días había creado una gran apatía hacia él, mi inseguridad estaba arropada con mi capa de desinterés que me hacía alejarme. Entre más pasaban los días, mi mente atormentada me decía que lo mejor era irme de aquel aparamento y en mis ratos libres me la pasaba buscando cuartos en los cuales pudiera mudarme.Varias veces Marcela intentó hablar conmigo, decirme que debía hablar con él e intentó sacarme la información sobre qué era lo que a mí me enojaba tanto.Estaba bloqueada. Me enojaba que todos le dieran la razón a Alejandro. Quería gritarles a todos que él me estaba siendo infiel, pero me avergonzaba aceptarlo: las dos opciones eran malas. Lo veía de lejos observándome como antes lo había hecho y me enojaba que la historia se estaba volviendo a repetir.&nbs
—Rousse, por favor, cálmate —pidió tratando de sonar lo más pacífico posible—. Estás entrando en crisis, esto no es bueno para ti.—¡No me digas lo que es bueno para mí! —grité desesperada caminando en círculos por la cocina: necesitaba aire—. ¡Yo no quiero estar más contigo!, ¡no me vas a seguir viendo la cara de tonta!—¡¿Qué?! —el semblante de Alejandro se notaba muy preocupado—. Rousse, amor, en serio, yo no te estoy engañando con nadie, ¡con nadie! Y mucho menos con Susana, tú sabes lo mala que ella fue conmigo…—¡No lo niegues, estabas con ella, todo este tiempo te has estado viendo con ella! —grité mientras me abalanzaba a él para darle un empujón—. ¡No me quieras ver la cara, yo la vi entrando a tu oficina! —Estaba enco
Tanteé mi labio inferior que estaba algo hinchado.—¿Dónde está Rousse? —indagó Sarita algo preocupada mientras ponía las manos en su cintura—, ¿la dejaste sola?—¿Qué más podría hacer? —solté a bocajarro—, ¿crees que me quedaría a darle masajes en la espalda después de la golpiza que me dio?—Tampoco exageres —espetó—. De cierta forma te los merecías por pendejo.Sarita corrió hacia el segundo piso y a los minutos bajó cambiada con un jean oscuro y una camiseta blanca, se amarraba su cabello rizado en un moño y tenía puestas unas sandalias oscuras. Se dirigió hasta la mesa grande de la sala y tomó las llaves del carro de Carlos.—¿A dónde vas? —preguntó él.—¿A dón
—¿Por qué la llamaste? —puse los ojos en blanco.—Porque es tu mejor amiga —respondió Sarita con tono de “yo tengo la razón”—. Además, mírate, estás super mal… necesitas apoyo.—¿Apoyo? Ella sólo me va a seguir regañando como tú.—Y en este momento lo mereces —aceptó—, porque dejaste a Alejandro como costal de papas. El pobre se veía muy mal…Y justamente en ese momento sonó el timbre. Miré a Sarita con tono aburrido y ella se levantó para abrir la puerta.No sólo llegó Marcela, no, obviamente ella lo haría con Johan y Miguel.Quería gritarles a todos que se fueran y me dejaran sola, ¿es que acaso no tenían nada más que hacer? Pero estaba muy agotada, demasiado como para ponerme a discutir con cuatro tercos..—¿Y quedó muy golpeado? —preguntó Miguel con un cierto tono burlón.—Pues bien aruñado, sí —respondió Sarita.—Mierda… Lily, ¿qué te pasó? —inquirió Johan.Dejé salir un resoplido y puse los ojos en blanco —ya lo había hecho muchas veces y me dolían los ojos—. Todos me veían con
Era una emergencia, lo supe cuando logré tranquilizarme. Sabía que había tocado fondo de una manera totalmente distinta a la acostumbrada, por eso, una vez se acabó la visita de mis amigos, me fui al consultorio de la doctora Alicia.No tenía cita y eran las tres y media de la tarde cuando llegué. Por lo mismo tuve que esperar a que terminara con todas sus consultas.Lo más raro de todo es que me sentía bastante tranquila cuando tuve que esperar a que pudiera atenderme. Estuve pensando en esas horas lo que había pasado con Alejandro y cada vez se hacía más notable mi error, haciendo que mi remordimiento creciera más.Vi que una muchacha de piel oscura, cabello afro, que vestía un lindo jean negro y una camisa estilo campesino salió del consultorio.—Señorita Rousse, puede pasar —me avisó la secretaria desde su rinconcito donde estaba su escritorio.Debía ser eso de las cinco y media de la tarde cuando pude entrar al consultorio de la doctora Alicia.—Lily, qué sorpresa tenerte por aqu
Pude aceptarlo, quitarme el peso de una relación y seguir dentro de mi burbuja: era experta para eso. A fin de cuentas, mi mente y cuerpo no le gustaban los cambios, mucho menos para mantener relaciones interpersonales y no controlar lo que pasara con esa persona.—No —dije con tono serio.—¿Qué? —parpadeó dos veces.—No voy a permitir que me termines —contesté—, no quiero. Tú no estás dentro de mi cuerpo para saber qué es lo que me hace bien.—Rousse, tú no estás preparada para tener un noviazgo —insistió—. Tú misma me lo dijiste cuando te pedí que fuéramos novios. Yo hice mal en insistirte en que tuviéramos una relación.Ahí estaba la raíz: Alejandro se culpaba al creer que me había obligado a ser su novia. No quería dejarme, sólo pensaba que
—¿Qué te pasó en la cara? —era la pregunta que más me hicieron en la mañana.Lo bueno fue que, al notar la seriedad en mi rostro más de uno se alejó para no preguntar. Así terminé encerrado en mi oficina con ganas de no salir en todo el día.En el almuerzo Carlos contó a todos la ridícula mentira de que yo estaba molestando a su gato y por eso terminé así de arañado y me caí del mueble, de ahí el moretón en el rostro. Por alguna razón, la gente le creyó aquella ridícula historia y fue peor, porque, con más motivo la gente se burlaba de mí y hacían bromas al respecto al saber que era demasiado tonto el que me dejara arañar por un gato y encima me cayera de un mueble.Rousse estaba sentada a la mesa y me veía con un rostro de pesar, intentaba ignorar todo lo que me de