ZairaEl sol estaba descendiendo en el horizonte cuando el auto de Gabriel se detuvo frente a la mansión de los Seraphiel. Samuel salió primero, emocionado, corriendo hacia la entrada con su pequeño traje, cuidadosamente arreglado.Llevaba tres días aquí y Gabriel siempre visitaba a esta hora para almorzar lo que yo cocinaba y luego se iba a trabajar.Estaba en el vestíbulo junto a Anaiza, quien había insistido en probar un nuevo té especial mientras discutíamos detalles sobre la fiesta de compromiso. La llegada de Samuel fue como un torbellino, su energía llenando la sala.—¡Zaira! —gritó Samuel mientras corría hacía mí, envolviendo sus brazos alrededor de mis piernas y reí de alegría.Me agaché, acariciando su cabello con ternura.—Hola, pequeño —dije, mi sonrisa suave contrastando con el peso emocional que aún cargaba tras los eventos recientes.Gabriel entró detrás de su hijo, su imponente figura proyectando autoridad incluso en un ambiente tan cálido como aquel. Anaiza se
43ZairaDecidí quedarme en la mansión Seraphiel. No quería enfrentar a mamá ni a su constante crítica, y este lugar, aunque extraño, parecía ofrecer algo de paz. Sin embargo, la tranquilidad era superficial. Esta noche sería la fiesta de mi compromiso, y en lugar de sentir emoción o felicidad, lo único que crecía en mí era una bola de ansiedad que no paraba de hacerse más grande.—Estás hermosa, querida —dijo la señora Anaiza con una sonrisa maternal mientras ajustaba un pliegue de mi vestido.—Gracias, señora Seraphiel —respondí, esforzándome por devolverle una pequeña sonrisa.Aunque sus palabras eran amables, no lograban aliviar mi inquietud. Miré mis manos; habían pasado dos semanas desde el accidente con el caldo caliente. Las quemaduras estaban prácticamente curadas, pero la piel seguía un poco sensible al tacto, un recordatorio físico de las últimas semanas de caos en mi vida.Saqué mi teléfono del bolso y escribí un mensaje rápido a Selena. Necesitaba verla, necesitaba s
44ZairaGabriel vino a buscarme, y en cuanto lo hizo, se quedó estático en la puerta. Sus ojos recorrían cada centímetro de mi cuerpo con tal intensidad que me sentí nerviosa, como si su mirada pudiera desnudar más que mi vestido. No dijo nada al principio, y el silencio se alargó tanto que me moví incómoda en mi lugar, tratando de escapar de esa tensión que él creaba con tanta facilidad.—¿Bajamos? —murmuré, intentando sacarlo de su trance.Pero sus siguientes palabras me golpearon como un balde de agua fría.—Me arrepiento de esta fiesta —dijo de repente, y mi corazón cayó en picada hasta mi estómago— tal vez te encierre aquí.—¿Qué? ¿Por qué…? —comencé, sintiendo la ansiedad trepar por mi garganta, pero no pude terminar la frase.¿Se arrepentía del compromiso?Con dos zancadas, Gabriel cerró la distancia entre nosotros y selló mis labios con un beso. Fue intenso, posesivo, y al mismo tiempo lleno de una pasión que me robó el aire y cualquier pensamiento coherente.—No quie
45La fiesta había comenzado con un aire de expectativa que electrizaba el ambiente. Los invitados, todos vestidos con sus mejores galas, se habían reunido para ser testigos de un evento que, más allá del compromiso, prometía ser un espectáculo social. La mayoría de los hombres buscaban establecer contactos para asegurar contratos con el poderoso conglomerado Seraphiel, mientras que las mujeres, entre murmullos y miradas furtivas, solo querían satisfacer una pregunta colectiva: ¿Quién era la mujer que se atrevía a casarse con Gabriel Seraphiel?El atractivo, misterioso y millonario Gabriel había sido objeto de fantasías y rumores en los círculos de la élite. No se trataba de alguien común, y mucho menos alguien fácil de alcanzar. Por eso, el desconcierto era palpable: su prometida no era de la familia Rexton, ni de los Fox o los Kingston, las únicas familias que podían considerarse dignas de acercarse al poder de los Seraphiel. Incluso entre la élite, existía una jerarquía, y nadie e
46Cuando Zaira regresó al salón, no encontró a Gabriel donde lo había dejado. Se esforzó por buscarlo de forma sutil, recorriendo con la mirada cada rincón del lugar. Su teléfono vibró con un mensaje de Selena. Lo abrió esperanzada, pero el contenido le arrancó un suspiro de tristeza: “No puedo ir, me lastimé el pie”Zaira respondió rápidamente: “Lo siento mucho, te visitaré mañana, descansa”, y guardó el teléfono en su bolso.Se giró al escuchar pasos detrás de ella. Era Helen, su madre, radiante con un vestido negro sencillo que la señora Anaiza le había enviado. Aunque no llevaba joyas, el vestido le quedaba bien. Helen observó detenidamente el collar que adornaba el cuello de su hija, una pieza fina y brillante que realzaba su atuendo.—Hermosa joya —comentó Helen, su voz cargada de envidia.—Me lo dio Gabriel —respondió Zaira distraída, mirando alrededor para asegurarse de que nadie las escuchaba.Zaira se sentía cada vez más incómoda. La atmósfera del lugar la sofocaba, y desea
47ZairaMis manos temblaban mientras me limpiaba la única lágrima que rodaba por mi mejilla. Respiré profundamente y, con un nudo en la garganta, me obligué a entrar nuevamente al salón. Ojalá no lo hubiera hecho.El aire se sentía denso, y todos los rostros estaban dirigidos hacia una enorme pantalla en el centro del lugar. Mi confusión dio paso al horror cuando me di cuenta de lo que estaban viendo: un… video de adultos.Jadeos horrorizados llenaban la sala, pero nadie apartaba la mirada de la pantalla. Los cuerpos de dos amantes se movían en una danza desmedida de pasión. Un nudo se formó en mi estómago mientras el video, aunque viejo y granulado, enfocaba con claridad los rostros de los protagonistas.Entonces lo vi. El rostro de mi madreEl rostro de hombre desconocido.—No… —murmuré mientras mi cuerpo entero se paralizaba. Una mano temblorosa cubrió mi boca para ahogar el jadeo de incredulidad que escapó de mis labios. Lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas, calientes y
48Gabriel Nada de lo que pasó esta noche estaba destinado a ocurrir. Y, sin embargo, aquí estaba, sentado en un frío y lúgubre pasillo del hospital, con la cabeza hecha un caos. No podía pensar en otra cosa más que en mi madre, en esa cama de hospital, luchando por su vida.A mi lado, mi padre, Jonás Seraphiel, estaba sentado en silencio. Parecía haber envejecido cinco años en menos de dos horas. Su postura, siempre firme y elegante, ahora era encorvada y abatida. Me resultaba difícil verlo así, tan diferente al hombre imponente que siempre había conocido.El silencio fue roto por el sonido de mi celular. Mi primer instinto fue apagarlo; no tenía energía para nada más. Pero entonces recordé a Zaira, sola en esa mansión con esos buitres rodeándola. Suspiré y contesté la llamada.—Maestro Seraphiel, no pude detener a la señorita Zaira, no quiso quedarse —dijo Frederic al otro lado de la línea, con un tono de disculpa que apenas logré registrar.—Déjala descansar —suspiré, agotad
49 Selena La entrevista había salido bien. Lo sabía porque el doctor Bishop apenas me había corregido y eso, según decían, era todo un logro. Sin embargo, mi mente seguía caótica, incapaz de calmarse mientras lo miraba. Su seriedad era casi intimidante, cada palabra suya cargada de una precisión calculada que me hacía sentir pequeña. Mis manos sudaban de puro nerviosismo, un detalle que intentaba esconder frotándolas contra la tela de mi falda. —Muy bien —dijo al fin, levantando la vista de sus papeles—. Serás la tercera pupila. Las palabras tardaron unos segundos en asentarse en mi cabeza. Tercera pupila. Era un reconocimiento que pocos conseguían, y, aun así, en lugar de sentirme aliviada o emocionada, me quedé paralizada. —Gracias por esta oportunidad —murmuré al fin, mi voz baja y casi sumisa. Ni siquiera tuve el valor de mirarlo directamente a los ojos, optando por fijar mi vista en el suelo. El doctor Bishop asintió, como si mi gratitud fuera un detalle irrelevante