44ZairaGabriel vino a buscarme, y en cuanto lo hizo, se quedó estático en la puerta. Sus ojos recorrían cada centímetro de mi cuerpo con tal intensidad que me sentí nerviosa, como si su mirada pudiera desnudar más que mi vestido. No dijo nada al principio, y el silencio se alargó tanto que me moví incómoda en mi lugar, tratando de escapar de esa tensión que él creaba con tanta facilidad.—¿Bajamos? —murmuré, intentando sacarlo de su trance.Pero sus siguientes palabras me golpearon como un balde de agua fría.—Me arrepiento de esta fiesta —dijo de repente, y mi corazón cayó en picada hasta mi estómago— tal vez te encierre aquí.—¿Qué? ¿Por qué…? —comencé, sintiendo la ansiedad trepar por mi garganta, pero no pude terminar la frase.¿Se arrepentía del compromiso?Con dos zancadas, Gabriel cerró la distancia entre nosotros y selló mis labios con un beso. Fue intenso, posesivo, y al mismo tiempo lleno de una pasión que me robó el aire y cualquier pensamiento coherente.—No quie
45La fiesta había comenzado con un aire de expectativa que electrizaba el ambiente. Los invitados, todos vestidos con sus mejores galas, se habían reunido para ser testigos de un evento que, más allá del compromiso, prometía ser un espectáculo social. La mayoría de los hombres buscaban establecer contactos para asegurar contratos con el poderoso conglomerado Seraphiel, mientras que las mujeres, entre murmullos y miradas furtivas, solo querían satisfacer una pregunta colectiva: ¿Quién era la mujer que se atrevía a casarse con Gabriel Seraphiel?El atractivo, misterioso y millonario Gabriel había sido objeto de fantasías y rumores en los círculos de la élite. No se trataba de alguien común, y mucho menos alguien fácil de alcanzar. Por eso, el desconcierto era palpable: su prometida no era de la familia Rexton, ni de los Fox o los Kingston, las únicas familias que podían considerarse dignas de acercarse al poder de los Seraphiel. Incluso entre la élite, existía una jerarquía, y nadie e
46Cuando Zaira regresó al salón, no encontró a Gabriel donde lo había dejado. Se esforzó por buscarlo de forma sutil, recorriendo con la mirada cada rincón del lugar. Su teléfono vibró con un mensaje de Selena. Lo abrió esperanzada, pero el contenido le arrancó un suspiro de tristeza: “No puedo ir, me lastimé el pie”Zaira respondió rápidamente: “Lo siento mucho, te visitaré mañana, descansa”, y guardó el teléfono en su bolso.Se giró al escuchar pasos detrás de ella. Era Helen, su madre, radiante con un vestido negro sencillo que la señora Anaiza le había enviado. Aunque no llevaba joyas, el vestido le quedaba bien. Helen observó detenidamente el collar que adornaba el cuello de su hija, una pieza fina y brillante que realzaba su atuendo.—Hermosa joya —comentó Helen, su voz cargada de envidia.—Me lo dio Gabriel —respondió Zaira distraída, mirando alrededor para asegurarse de que nadie las escuchaba.Zaira se sentía cada vez más incómoda. La atmósfera del lugar la sofocaba, y desea
47ZairaMis manos temblaban mientras me limpiaba la única lágrima que rodaba por mi mejilla. Respiré profundamente y, con un nudo en la garganta, me obligué a entrar nuevamente al salón. Ojalá no lo hubiera hecho.El aire se sentía denso, y todos los rostros estaban dirigidos hacia una enorme pantalla en el centro del lugar. Mi confusión dio paso al horror cuando me di cuenta de lo que estaban viendo: un… video de adultos.Jadeos horrorizados llenaban la sala, pero nadie apartaba la mirada de la pantalla. Los cuerpos de dos amantes se movían en una danza desmedida de pasión. Un nudo se formó en mi estómago mientras el video, aunque viejo y granulado, enfocaba con claridad los rostros de los protagonistas.Entonces lo vi. El rostro de mi madreEl rostro de hombre desconocido.—No… —murmuré mientras mi cuerpo entero se paralizaba. Una mano temblorosa cubrió mi boca para ahogar el jadeo de incredulidad que escapó de mis labios. Lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas, calientes y
48Gabriel Nada de lo que pasó esta noche estaba destinado a ocurrir. Y, sin embargo, aquí estaba, sentado en un frío y lúgubre pasillo del hospital, con la cabeza hecha un caos. No podía pensar en otra cosa más que en mi madre, en esa cama de hospital, luchando por su vida.A mi lado, mi padre, Jonás Seraphiel, estaba sentado en silencio. Parecía haber envejecido cinco años en menos de dos horas. Su postura, siempre firme y elegante, ahora era encorvada y abatida. Me resultaba difícil verlo así, tan diferente al hombre imponente que siempre había conocido.El silencio fue roto por el sonido de mi celular. Mi primer instinto fue apagarlo; no tenía energía para nada más. Pero entonces recordé a Zaira, sola en esa mansión con esos buitres rodeándola. Suspiré y contesté la llamada.—Maestro Seraphiel, no pude detener a la señorita Zaira, no quiso quedarse —dijo Frederic al otro lado de la línea, con un tono de disculpa que apenas logré registrar.—Déjala descansar —suspiré, agotad
49 Selena La entrevista había salido bien. Lo sabía porque el doctor Bishop apenas me había corregido y eso, según decían, era todo un logro. Sin embargo, mi mente seguía caótica, incapaz de calmarse mientras lo miraba. Su seriedad era casi intimidante, cada palabra suya cargada de una precisión calculada que me hacía sentir pequeña. Mis manos sudaban de puro nerviosismo, un detalle que intentaba esconder frotándolas contra la tela de mi falda. —Muy bien —dijo al fin, levantando la vista de sus papeles—. Serás la tercera pupila. Las palabras tardaron unos segundos en asentarse en mi cabeza. Tercera pupila. Era un reconocimiento que pocos conseguían, y, aun así, en lugar de sentirme aliviada o emocionada, me quedé paralizada. —Gracias por esta oportunidad —murmuré al fin, mi voz baja y casi sumisa. Ni siquiera tuve el valor de mirarlo directamente a los ojos, optando por fijar mi vista en el suelo. El doctor Bishop asintió, como si mi gratitud fuera un detalle irrelevante
50ZairaSentada en el taxi, no podía dejar de revivir cada instante de la fiesta de compromiso. Las palabras hirientes, las miradas juzgadoras, y finalmente, el desastre. Mis lágrimas caían incesantemente, surcando mis mejillas como ríos desbordados. El chófer, un hombre de mirada compasiva, me ofreció un paquete de pañuelos desechables.—Gracias —murmuré, sin encontrar fuerzas para mirarlo a los ojos mientras tomaba uno para secar mi rostro.Quería dejar de llorar, quería ser fuerte, pero mis emociones me tenían atrapada en una tormenta sin salida. Cada vez que intentaba calmarme, el vacío en mi pecho se hacía más grande, hasta el punto de sentirme asfixiada.Cuando el taxi se detuvo frente al edificio de Selena, pagué la carrera y subí corriendo las escaleras. Mi respiración estaba entrecortada, y mi mente, hecha un caos. Al llegar a la puerta, toqué tres veces con manos temblorosas y esperé. Pasaron tres minutos, aunque para mí se sintieron eternos, antes de que finalmente escucha
51 ZairaDecidí no llamar a mi madre esa noche. Selena insistió en que descansara, que lo dejara para más adelante, pero mi mente no encontraba paz. Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes del vídeo y los cuchicheos en la fiesta volvían a mí como una tormenta implacable.Esa madrugada, mientras me revolvía en el sofá de Selena, recibí un mensaje de un número desconocido. Lo abrí sin pensar, y ahí estaba: un enlace. Mi corazón se hundió al ver el título del vídeo.“Helen en una fiesta privada.”Solté el teléfono como si me hubiera quemado. Mi respiración se aceleró mientras lo veía parpadear en la mesa de café. Alguien había grabado a mi madre y ahora lo estaban distribuyendo. ¿Cuántas personas lo habían visto? ¿Cómo habían conseguido mi número?Selena se despertó por mis movimientos bruscos y se sentó a mi lado, adormilada.—¿Qué pasa? —preguntó, frotándose los ojos.No podía decirlo en voz alta. Solo le mostré el mensaje. Su rostro pasó de la confusión al horror en segundos.—Es