Capítulo LXXI

La mañana se hizo de pronto, en un cerrar y abrir de ojos, el día estaba asoleado, la brisa movía las hojas de los árboles, como invitándola, a bailar. Se escuchaba el sonido de las aves entonando múltiples canciones, el oleaje del mar estaba apaciguado, tranquilo, sereno, no se podía pedir más a la bella naturaleza.

Todos estaban desayunando, cuando repicó el teléfono residencial, Dolores caminó apurada con pasos cortos, pero rapiditos y enseguida contestó.

—Buenos días, casa de la familia Long, quien habla —contestó Lola con mucha educación.

—Buenos días, Dolores, no me reconoces, la voz es Violett, ¿cómo estás?

—¡Señorita! Estoy bien usted, ¿cómo está? Tiempo sin saber de ti, mi amor, que bueno que llama señorita, espere ya le paso a su madre, hasta luego cuídese.

—Aló mi niña querida, ¿cómo has estado mi cielo? Todos aquí extrañándote mucho, estamos a punto de salir a nuestras labores, pero tenemos tiempo hija ¿cuéntame de la universidad?

—Me va muy, pero muy bien madre, pronto no
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