Brenda abrió los ojos con dificultad, sintiendo cómo la luz del sol se filtraba a través de las persianas y acariciaba su rostro. El calor de los rayos sobre su piel la obligó a despertar completamente, pero el recuerdo de lo que había sucedido la noche anterior la atrapó con fiereza. Su mente reprodujo cada detalle: la cercanía de Haidar, sus palabras, el beso que ella había iniciado, y cómo todo había terminado en un momento apasionado.
Se tapó la cara sin poder creer que permitió que todo eso pasó, es que se sentía tan estúpida y una completa tonta de aventarse así a sus brazos.Resopló.Se incorporó rápidamente, alarmada, y miró a su lado en la cama. El espacio estaba vacío. Eso, de alguna forma, la tranquilizó, aunque también la dejó con una sensación de mucha inquietud. ¿Qué pensaría él? ¿Qué diría? Brenda se llevó las manos al rostro, no podía con la vergüenza.—Eres una tonta, Brenda. Una completa tonta —murmuró para sí misma, su voz eBrenda permaneció en su habitación durante lo que le pareció una eternidad. El silencio en la habitación era sepulcral, su cabeza continuaba proyectando los eventos de la noche anterior y esa interacción con el árabe por la mañana. La mujer sentía que, a pesar de sus intentos constantes por alejarse, los pensamientos continuaban al acecho de su cabeza. Era como si no podía huir de ellos. —Necesito hacer algo… cualquier cosa —murmuró, poniéndose de pie de un salto.Decidida a ocupar su mente, salió de la habitación y comenzó a deambular por la casa. El sonido de utensilios y el olor de especias desde la cocina captaron su atención. Al asomarse, vio a Alexandra preparando algunos platillos, ella se veía bastante concentrada en su labor. Brenda se apoyó en el marco de la puerta, observándola durante unos segundos antes de hablar.—¿Te ayudo? —inquirió, esperanzada de que le dijera que sí. Alexandra levantó la vista, sorprendida.
Esa noche, cuando Haidar regresó a casa, lo hizo con el cansancio de un día improductivo. Había pasado horas intentando concentrarse en su trabajo, pero Brenda, con su presencia constante en su mente, lo había hecho imposible. Cada vez que cerraba los ojos, la veía: su mirada desafiante, su sonrisa tenue, el roce de su piel. Era como si ella se hubiera instalado en su cabeza sin permiso, y él no sabía cómo sacarla de allí.El hombre se dirigió directamente a su habitación. Una vez dentro, abrió un cajón y sacó un objeto que había estado evitando mirar durante días: el reloj que había pertenecido a su padre. Haidar observó el reloj, girándolo entre sus dedos. Se preguntaba por qué la madre de Brenda lo había conservado. —¿Por qué se quedó con esto? —murmuró en voz baja.Resopló. No tenía respuestas. El hecho de que la madre de Brenda hubiera conservado algo tan personal de su padre era un misterio que no lograba resolver. Resopló con frustración y dejó el reloj sobre la mesita de no
—¿A dónde, señorita? —averiguó el conductor, mirándola por el retrovisor.Brenda se tomó un momento para pensar. No tenía un destino claro en mente, pero cualquier lugar sería mejor que estar bajo la custodia de Haidar y su "protector personal". Finalmente, dictó la primera dirección que pasó por su cabeza, un parque que había visitado alguna vez.—Lléveme al parque central, por favor.El taxi arrancó y Brenda dejó escapar un suspiro de alivio al ver cómo la figura de Tyler se alejaba en el espejo retrovisor. Por un breve instante, pensó que finalmente había logrado escapar de su vigilancia. Sin embargo, esa sensación de libertad duró poco.Cuando el taxi se detuvo frente al parque, Brenda bajó y miró a su alrededor, tratando de asegurarse de que nadie la seguía. Pero su alivio se desvaneció de inmediato al ver una figura familiar bajando de un auto estacionado a pocos metros de distancia.—¿En serio? —murmuró con incredulidad.Allí estaba Tyler, caminando hacia ella con sus largos pa
Cuando el ascensor se detuvo en el último piso, Brenda salió y lo primero que vio fue a una mujer detrás de un elegante escritorio de cristal. Aurora. La pelirroja levantó la mirada y le dedicó una sonrisa profesional y amable, aunque Brenda no pudo evitar preguntarse si esa amabilidad era genuina o simplemente parte de su trabajo.—Puedes pasar, Brenda. El señor Abdelaziz la está esperando —dijo Aurora, con un tono que parecía tan perfectamente calculado como su apariencia.Brenda asintió, aunque no pudo evitar fijarse en Aurora por unos segundos más. Era hermosa, con un cabello rojo brillante que le caía en suaves ondas y unos ojos azules que parecían analizar todo a su alrededor. A simple vista, parecía amable… pero Brenda no pudo evitar sentir una punzada de incomodidad. ¿Era real esa sonrisa o estaba forzada a ser así?Sin decir más, Brenda avanzó hacia la puerta que Aurora le señaló. La abrió y entró en la oficina de Haidar.La oficina de Haidar era impresionante. Amplia, modern
—Perdóname, jovencita, estoy en shock. —Aisha intentó sonreír, aunque su sorpresa seguía siendo evidente—. Soy Aisha Saadi, la tía de Haidar. ¿Cómo es que no sabía nada de ti?Brenda solo asintió tímidamente. No estaba segura de qué decir en ese momento, especialmente porque Haidar parecía tener todo bajo control.Brenda sintió que las mejillas se le encendían. La reacción de Aisha le hizo preguntarse si Haidar había mantenido su matrimonio en secreto incluso con su propia familia. Antes de que pudiera decir algo, Aisha la miró como si acabara de notar su presencia de verdad.—Aisha, las cosas se dieron de esta manera —mencionó Haidar, su tono más firme, aunque no agresivo—. No fue un asunto planeado, pero ahora estamos casados. Y hay algo más que debes saber.Aisha lo miró a la expectativa. Brenda, que ya estaba lo suficientemente incómoda, sintió que su estómago se hundía al darse cuenta de lo que Haidar estaba a punto de decir.—Brenda también está esperando un hijo mío —anunció Ha
Brenda, inquieta, se levantó de la silla tras la salida de Aisha y comenzó a caminar lentamente por la oficina. El espacio era tan amplio y ordenado que sentía como si cada paso resultaría interminable. Haidar, por su parte, se concentraba en su portátil, tecleando con rapidez mientras terminaba algunos pendientes. Sin embargo, Brenda notó que, de vez en cuando, él levantaba la mirada y la observaba de reojo. Parecía distraído, como si su presencia en la habitación lo inquietara de alguna manera.No presumía ser la causante, pero si le intrigaba saber que pasaba por la cabeza del árabe. ¿Realmente ella tenía la culpa? Finalmente, Brenda se dejó caer en un cómodo sofá que había en una de las esquinas de la oficina. Sacó su teléfono y comenzó a desplazarse por la pantalla, aunque en realidad no prestaba mucha atención a lo que veía. Sentía que tan cerca de él, no podía respirar y actuar con normalidad, pero no estaba dispuesta a dejarse vencer por esa austera sensación. De pronto, la
Haidar mantuvo la mirada fija en la carretera, su rostro como una máscara de acero, imperturbable, mientras Brenda esperaba su respuesta con el corazón en un puño. Cuando finalmente habló, sus palabras fueron lo que temía.Eso que ya sabía. —Me sorprende que hagas esa pregunta, Brenda. Si sabes la respuesta desde el principio. —Su tono era frío, casi cruel, como si quisiera asegurar que no quedara espacio para la duda—. El bebé se queda conmigo. No hay razón para que tú sigas en su vida.—Haidar.... Yo... Brenda sintió que el aire se le escapaba, como si esas palabras le hubieran arrancado algo vital. Pero antes de que pudiera procesarlo del todo, Haidar añadió algo más que automáticamente se transformó en una daga asesina.—¿Acaso te afecta? —lanzó, con una calma que solo intensificaba la brutalidad de sus palabras.Por dentro, Brenda sentía que se estaba rompiendo en mil pedazos. Su mente intentaba racionalizar lo que acababa de escuchar, pero su corazón no podía ignorar el dolor
Brenda estaba acostada en la cama, mirando al techo, intentando inútilmente conciliar el sueño. Había cerrado los ojos en múltiples ocasiones, pero su mente no dejaba de girar, se encontraba atrapada en sus pensamientos que resultaban ser dolorosos. Una y otra vez las palabras del árabe se repetían en su mente, era un cruel recordatorio que no podía quitarle hierro, que no podía ignorar."El bebé se queda conmigo. No hay razón para que tú sigas en su vida". Recordó. Sabía que, desde el principio, esa había sido la realidad. Sabía que no había un "felices para siempre" esperándola al final de esta historia. Pero ahora, que sentía cómo el lazo con su bebé crecía más fuerte cada día, la idea de perderlo le desgarraba el alma. Ese pequeño ser era lo único que ahora le daba fuerzas para levantarse cada mañana, y la perspectiva de que se lo arrebataran la dejaba sin aliento.Finalmente, no pudo aguantar más. Las lágrimas comenzaron a caer, silenciosas al principio, pero pronto se convirti