La habitación de Beatrice estaba en penumbra, con las cortinas cerradas y un ambiente cargado de tensión. Carla Carusso, impecable como siempre en su elegante traje de chaqueta, se sentó al borde de la cama de su hija, quien permanecía inmóvil, abrazándose las rodillas. Beatrice levantó la mirada al sentir el peso de la mano de Carla sobre su hombro.—Hija, esto no puede seguir así —comenzó Carla, su tono firme pero con un deje de preocupación—. No puedes quedarte en este lugar. No después de todo lo que está pasando.Beatrice frunció el ceño, intentando mantener una apariencia de fortaleza.—¿Qué estás diciendo, mamá? Yo pertenezco aquí. Soy la señora Bellucci.Carla apretó los labios, conteniendo su frustración.—Beatrice, escúchame. Vittoria es peligrosa. Ya vimos de lo que es capaz. ¿O acaso has olvidado lo que le hizo a Renata? Cómo la enloqueció, cómo manipuló todo hasta que... —Guardó silencio, no podía revelar más, aunque no tenía pruebas pero estaba segura de que Vittoria alg
Ángelo estaba en su oficina, mirando por la ventana con el papel que Marisol Reyes le había entregado en el cementerio entre los dedos. Lo sostuvo con fuerza, como si eso pudiera darle claridad, pero lo único que conseguía era profundizar la confusión en su mente. Finalmente, dejó escapar un suspiro pesado y tomó su abrigo.El barrio al que se dirigió era sencillo, las fachadas de los edificios mostraban los rastros del tiempo y de la vida dura de quienes vivían allí. Al llegar al piso que le habían indicado, tocó la puerta. Una mujer de cabello largo y oscuro abrió con cautela.—¿Señor Bellucci? —preguntó Marisol Reyes, claramente sorprendida de verlo ahí.Ángelo inclinó ligeramente la cabeza, sin apartar su intensa mirada de la de ella.—Necesito hablar con usted.Marisol frunció el ceño, mirando rápidamente hacia el interior del piso. La voz de otras personas se escuchaba en el fondo, mezclada con el ruido de una televisión encendida.—Aquí no —dijo, bajando la voz—. No es un lugar
La mansión Bellucci estaba envuelta en un silencio extraño esa noche. Los niños ya estaban dormidos. Beatrice se había marchado con Carla. Vittoria, en su alcoba, hojeaba una revista de sociedad, tratando de mantener la mente ocupada tras los incidentes recientes. Sin embargo, un malestar inexplicable la inquietaba.Dejó la revista a un lado, se sirvió una copa de vino y se levantó para mirar por la ventana. Las luces del jardín parpadeaban tenuemente, creando sombras que parecían moverse con vida propia. Vittoria negó con la cabeza, atribuyendo su nerviosismo a la fatiga.Entonces, lo escuchó.—Vittoria…El susurro era suave, pero claro, como si alguien estuviera de pie detrás de ella. Se giró de golpe, con el corazón martillando en su pecho. La habitación estaba vacía.—¿Quién está ahí? —exigió, con la voz temblorosa.Solo el eco de su pregunta le respondió. Vittoria sacudió la cabeza, murmurando para sí misma que estaba imaginando cosas. Regresó al sillón, pero antes de sentarse, e
El ambiente del bar era discreto, con luces tenues y un murmullo constante de conversaciones en el aire. Ángelo estaba sentado en una mesa apartada, girando un vaso de whisky entre sus manos sin probarlo. La puerta se abrió, y Matteo apareció, con su usual porte relajado, saludando con un gesto antes de dirigirse hacia él.—¿Qué pasa, viejo amigo? —preguntó Matteo al sentarse, observando el semblante sombrío de Ángelo—. Parece que llevas el peso del mundo en los hombros.Ángelo dejó el vaso sobre la mesa y soltó un suspiro largo.—Tú no tienes idea, Matteo. No sé ni por dónde empezar.Matteo alzó una ceja, recargándose en la silla.—Tienes mi atención. Y si estás aquí, supongo que necesitas hablar. Así que empieza desde donde creas necesario.Ángelo se frotó las sienes antes de mirarlo directamente.—¿Recuerdas lo que pasó con Renata?Matteo asintió lentamente, sus ojos reflejando una mezcla de comprensión y cautela.—Lo recuerdo… aunque no estaba muy cerca en ese momento. Me arrepien
Doménico y Renata compartían un momento íntimo en su mesa apartada, disfrutando de la aparente tranquilidad que esa noche les ofrecía. Para ellos, había razones de sobra para celebrar: Beatrice estaba lejos, lo que significaba que Renata tenía el camino despejado para acercarse más a Dante sin temer por su seguridad. Además, su plan contra Vittoria avanzaba con éxito, desgastándola poco a poco.Pero para Doménico, había algo aún más importante. La veía con una mezcla de admiración y orgullo mientras sus dedos rozaban suavemente su mejilla, como si quisiera grabar cada detalle de su rostro en su memoria. El anillo que ella ahora llevaba era la promesa de que estaban dando un paso firme hacia un futuro juntos.—Te ves hermosa esta noche, Renata —susurró Doménico, inclinándose ligeramente hacia ella.Renata sonrió, aunque una pequeña parte de su mente parecía estar en otro lugar. La cercanía de Doménico era cálida, pero había algo que siempre la hacía mantenerse alerta, contenida.Antes
Matteo, aliviado, palmeó el hombro de Ángelo y salió del bar apresuradamente, dejándolos a ambos en un tenso silencio.Renata giró hacia Ángelo, quien ya estaba de pie, un poco mareado pero no ebrio.—Es mejor irnos —sugirió con voz firme pero tranquila—. Voy a pedir que nos llamen un taxi.Ángelo negó con la cabeza, un amago de sonrisa amarga asomando en sus labios.—No se preocupe por mí. Usted es una mujer comprometida, Elise. No quiero que tenga problemas con su futuro esposo por mi culpa —arrastró esas frases era evidente el dolor que sentía. Ella lo conocía bien.Renata sintió un tirón en el pecho al escuchar esas palabras. Doménico, su supuesto prometido, era lo último en lo que quería pensar en ese momento.—No habrá problemas —respondió con calma, aunque una leve tensión cruzó su voz—. Pero en serio, un taxi es lo mejor.—Un taxi no es necesario —interrumpió Ángelo con decisión, enderezándose y apuntando hacia la salida—. Yo me voy en mi auto. Más bien, la llevo a usted a su
Renata sintió que algo no iba bien. Las luces de la ciudad se quedaban atrás, y el paisaje comenzó a transformarse en una vasta oscuridad salpicada de árboles y colinas. Su pulso se aceleró al reconocer la carretera sinuosa que llevaba a un lugar que no había visitado en años, pero que aún habitaba en los rincones más íntimos de su memoria: la casa de campo de los Bellucci.Un estremecimiento recorrió su cuerpo, y no supo si era por el frío de la noche o por la avalancha de recuerdos que la asaltaron de golpe. La última vez que estuvo allí había sido en otra vida, cuando era una mujer ingenua, recién casada, que soñaba con construir un futuro junto a Ángelo.Renata cerró los ojos y dejó que los recuerdos la invadieran con una fuerza casi aplastante. Era imposible estar tan cerca de ese lugar sin revivir cada detalle de la noche que marcó un antes y un después en su vida.El verano había sido cálido, pero el aire fresco de la casa de campo le daba un respiro, aunque no podía aliviar el
Ángelo se detuvo frente a Renata, sus ojos verdes cargados de una intensidad que la desarmaba.—Porque este es el lugar donde compartí los mejores momentos con Renata, mi esposa —respondió.Renata sintió que las palabras caían sobre ella como un torrente. Renata. Mi esposa. La manera en que él pronunció su nombre, con un amor tan palpable, perforó la fachada que había construido como Elise Laurent.—Aquí —continuó, señalando hacia la puerta de una de las habitaciones—, nos entregamos por primera vez.El aire en la habitación se tornó pesado, casi irrespirable. Renata trató de mantener la compostura, pero sus manos temblaban imperceptiblemente. Cerró los ojos por un instante, intentando no sucumbir al torrente de emociones que la invadía. Los recuerdos estaban ahí, como fantasmas dispuestos a devorarla.El eco de esa noche regresó con brutal claridad: el roce de su piel, las palabras susurradas al oído, las promesas que le había hecho Ángelo, juramentos que ahora parecían tan lejanos q