Ángelo se detuvo frente a Renata, sus ojos verdes cargados de una intensidad que la desarmaba.—Porque este es el lugar donde compartí los mejores momentos con Renata, mi esposa —respondió.Renata sintió que las palabras caían sobre ella como un torrente. Renata. Mi esposa. La manera en que él pronunció su nombre, con un amor tan palpable, perforó la fachada que había construido como Elise Laurent.—Aquí —continuó, señalando hacia la puerta de una de las habitaciones—, nos entregamos por primera vez.El aire en la habitación se tornó pesado, casi irrespirable. Renata trató de mantener la compostura, pero sus manos temblaban imperceptiblemente. Cerró los ojos por un instante, intentando no sucumbir al torrente de emociones que la invadía. Los recuerdos estaban ahí, como fantasmas dispuestos a devorarla.El eco de esa noche regresó con brutal claridad: el roce de su piel, las palabras susurradas al oído, las promesas que le había hecho Ángelo, juramentos que ahora parecían tan lejanos q
Doménico caminaba de un lado a otro en su habitación, la mandíbula la tenía apretada y los puños cerrados. Sus ojos, fijos en el reloj de la pared, reflejaban una furia contenida que amenazaba con desbordarse en cualquier momento.—Te quedaste con él… —murmuró con voz baja, pero cargada de resentimiento—. No comprendo cómo puedes seguir al lado de ese hombre, Renata. Ni siquiera después de todos estos años en los que alimenté tu odio hacia él.Golpeó la pared con un puño cerrado, dejando escapar un gruñido de frustración. Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros, una mezcla de celos, culpa y desesperación.Caminó hasta el pequeño escritorio en la esquina de la habitación. Abrió un cajón con cerradura y sacó un sobre grueso, cuidadosamente sellado. Lo sostuvo entre sus manos, mirándolo como si fuese un objeto maldito.—Esta investigación… —susurró, con un tono más grave mientras se sentaba frente al escritorio. Sus dedos acariciaron el borde del sobre, como si dudara en abrir
Ángelo la siguió besando, su aliento cálido rozando su piel mientras descendía hacia su cuello, dejando un rastro de caricias. Renata sintió cómo el control que había logrado construir durante años comenzaba a desmoronarse. Su cuerpo, a pesar de su resistencia, lo reconocía. Su piel vibraba con cada contacto, con cada roce, como si el tiempo no hubiera pasado. Su corazón se aceleró, su respiración se volvió errática, y por un instante, olvidó quién era ahora.Sin embargo, las memorias más oscuras regresaron, como un jarro de agua fría. Las noches en la fría soledad, las paredes blancas del psiquiátrico, las humillaciones, las lágrimas, la voz de Vittoria y la risa de Beatrice resonaron en su mente. Ese pasado que nunca podría olvidar ni perdonar.Con toda la fuerza que pudo reunir, lo empujó bruscamente, apartándolo de sí.—¡No! —exclamó, con una mezcla de furia y desesperación en su voz.Ángelo dio un paso atrás, confundido, con los labios entreabiertos. La miró, buscando respuestas
Doménico cerró los ojos por un instante, su rostro reflejaba el peso de las verdades que debía confesar. Cuando habló, su voz estaba cargada de un remordimiento que no intentó ocultar.—Cuando todo ocurrió… yo también creí que Ángelo había pagado para que te hicieran daño. Todos lo decían, sus nombres se susurraban en los pasillos del hospital. —Hizo una pausa, como si las palabras le costaran salir—. Pero tiempo después, cuando investigué los abusos de los Santori, descubrí que no era cierto.Renata sintió que el aire se volvía más denso. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, y su rostro se tensó en una expresión que mezclaba incredulidad y rabia.—¿Qué estás diciendo? —preguntó en un susurro, con el corazón latiendo con fuerza en sus oídos.Doménico levantó la mirada, y sus ojos azules brillaron con algo que se debatía entre el dolor y la resolución.—Que fue Vittoria quien pagó para que te hicieran daño —admitió finalmente.El impacto de esas palabras cayó sobre Renata como un go
Renata no había dormido. La madrugada había sido un torbellino de recuerdos y emociones, pero no tenía tiempo para lamentarse. La venganza y recuperar a Dante, seguía siendo su prioridad, y no iba a permitir que nadie se interpusiera en su camino.Cruzó el pasillo hacia la habitación de Doménico, sin molestarse en anunciar su llegada. Él estaba frente al espejo, ajustándose la corbata con movimientos precisos, listo para salir a su consultorio.Renata no dijo nada al principio. Cerró la puerta tras de sí y caminó hasta él con pasos decididos. Sin previo aviso, lo tomó por la corbata, lo atrajo hacia sí y lo besó en los labios. Fue un beso breve, pero cargado de determinación.—Renata… —murmuró Doménico, visiblemente sorprendido, aunque no la apartó.Ella lo soltó, mirándolo con una mezcla de dureza y sinceridad.—Las cosas entre nosotros no han cambiado —dijo con firmeza—. Pero me duele que me ocultaras algo tan importante, Doménico. No vuelvas a hacerlo, sé que querías protegerme, pe
La ausencia de Doménico Ricci era el momento perfecto para ejecutar su plan. Ángelo no lo pensó dos veces y movió las piezas necesarias para que Marisol Reyes, ahora bajo su nueva identidad como Alondra Vargas, se infiltrara en la clínica psiquiátrica como auxiliar administrativa. Había logrado que uno de los socios del hospital, a quien había ayudado en un negocio en el pasado, recomendara a Marisol directamente a la jefa de Recursos Humanos.Cuando Marisol llegó al edificio, un escalofrío le recorrió la espalda. El lugar era imponente y frío, con una arquitectura que parecía diseñada más para intimidar que para sanar. Respiró hondo antes de entrar, ajustándose la chaqueta y tratando de mantener la compostura.—Buenos días, soy Alondra Vargas. Vengo recomendada por el señor Salvatore para el puesto de auxiliar administrativa —dijo al recepcionista, mostrando una sonrisa profesional.El hombre, de unos cuarenta años y una expresión indiferente, asintió y le indicó que se dirigiera al
En la penumbra de su habitación, Beatrice hojeaba distraídamente una revista de alta costura, tratando de calmar sus nervios. Desde que había abandonado la mansión Bellucci y se refugió en casa de su madre, cada día se sentía más inquieta. La ausencia de control sobre su vida le pesaba, y la paranoia sobre el regreso de Renata no la dejaba en paz.De pronto, una de las empleadas tocó la puerta con suavidad antes de entrar.—Señora Carusso, llegó esto para usted.Beatrice tomó el sobre blanco, sintiendo una incomodidad inmediata. La caligrafía en el destinatario era desconocida, pero algo en su presentación le pareció deliberado, casi desafiante. Rompió el sello con manos temblorosas y sacó una carta escrita a mano en un papel elegante, pero impregnado con un aroma extraño, casi rancio.Con el corazón latiendo a mil por hora, comenzó a leer:"Querida hermanastra:¿Recuerdas el día que fuiste a restregarme tu invitación a tu boda con mi marido?Dime querida Beatrice: ¿Qué se siente ser
Las palabras la golpearon con una fuerza que ninguna tormenta había logrado. El nombre no estaba firmado, pero no hacía falta. Había solo una persona que podía escribir algo así.—Renata… —susurró, dejando caer la tarjeta como si quemara sus dedos.Con manos temblorosas, abrió el elegante envoltorio, revelando una caja de madera tallada con intrincados diseños. Al levantar la tapa, su corazón se detuvo.Dentro, perfectamente colocada, había una fotografía antigua. Era de Dante, un bebé de apenas días, dormido en los brazos de Renata. Ella sonreía en la imagen, pero sus ojos reflejaban una mezcla de amor y tristeza que Vittoria recordaba demasiado bien.—Esto… no es posible… —murmuró Vittoria, llevándose una mano al pecho mientras su mente retrocedía a ese día.El día en que, usando su poder, había obligado a una Renata frágil y debilitada a firmar los documentos que la despojaron de cualquier derecho sobre su hijo. La joven se había resistido a pesar de su debilidad, pero Vittoria usó