La mansión Bellucci estaba envuelta en un silencio extraño esa noche. Los niños ya estaban dormidos. Beatrice se había marchado con Carla. Vittoria, en su alcoba, hojeaba una revista de sociedad, tratando de mantener la mente ocupada tras los incidentes recientes. Sin embargo, un malestar inexplicable la inquietaba.Dejó la revista a un lado, se sirvió una copa de vino y se levantó para mirar por la ventana. Las luces del jardín parpadeaban tenuemente, creando sombras que parecían moverse con vida propia. Vittoria negó con la cabeza, atribuyendo su nerviosismo a la fatiga.Entonces, lo escuchó.—Vittoria…El susurro era suave, pero claro, como si alguien estuviera de pie detrás de ella. Se giró de golpe, con el corazón martillando en su pecho. La habitación estaba vacía.—¿Quién está ahí? —exigió, con la voz temblorosa.Solo el eco de su pregunta le respondió. Vittoria sacudió la cabeza, murmurando para sí misma que estaba imaginando cosas. Regresó al sillón, pero antes de sentarse, e
El ambiente del bar era discreto, con luces tenues y un murmullo constante de conversaciones en el aire. Ángelo estaba sentado en una mesa apartada, girando un vaso de whisky entre sus manos sin probarlo. La puerta se abrió, y Matteo apareció, con su usual porte relajado, saludando con un gesto antes de dirigirse hacia él.—¿Qué pasa, viejo amigo? —preguntó Matteo al sentarse, observando el semblante sombrío de Ángelo—. Parece que llevas el peso del mundo en los hombros.Ángelo dejó el vaso sobre la mesa y soltó un suspiro largo.—Tú no tienes idea, Matteo. No sé ni por dónde empezar.Matteo alzó una ceja, recargándose en la silla.—Tienes mi atención. Y si estás aquí, supongo que necesitas hablar. Así que empieza desde donde creas necesario.Ángelo se frotó las sienes antes de mirarlo directamente.—¿Recuerdas lo que pasó con Renata?Matteo asintió lentamente, sus ojos reflejando una mezcla de comprensión y cautela.—Lo recuerdo… aunque no estaba muy cerca en ese momento. Me arrepien
Doménico y Renata compartían un momento íntimo en su mesa apartada, disfrutando de la aparente tranquilidad que esa noche les ofrecía. Para ellos, había razones de sobra para celebrar: Beatrice estaba lejos, lo que significaba que Renata tenía el camino despejado para acercarse más a Dante sin temer por su seguridad. Además, su plan contra Vittoria avanzaba con éxito, desgastándola poco a poco.Pero para Doménico, había algo aún más importante. La veía con una mezcla de admiración y orgullo mientras sus dedos rozaban suavemente su mejilla, como si quisiera grabar cada detalle de su rostro en su memoria. El anillo que ella ahora llevaba era la promesa de que estaban dando un paso firme hacia un futuro juntos.—Te ves hermosa esta noche, Renata —susurró Doménico, inclinándose ligeramente hacia ella.Renata sonrió, aunque una pequeña parte de su mente parecía estar en otro lugar. La cercanía de Doménico era cálida, pero había algo que siempre la hacía mantenerse alerta, contenida.Antes
Matteo, aliviado, palmeó el hombro de Ángelo y salió del bar apresuradamente, dejándolos a ambos en un tenso silencio.Renata giró hacia Ángelo, quien ya estaba de pie, un poco mareado pero no ebrio.—Es mejor irnos —sugirió con voz firme pero tranquila—. Voy a pedir que nos llamen un taxi.Ángelo negó con la cabeza, un amago de sonrisa amarga asomando en sus labios.—No se preocupe por mí. Usted es una mujer comprometida, Elise. No quiero que tenga problemas con su futuro esposo por mi culpa —arrastró esas frases era evidente el dolor que sentía. Ella lo conocía bien.Renata sintió un tirón en el pecho al escuchar esas palabras. Doménico, su supuesto prometido, era lo último en lo que quería pensar en ese momento.—No habrá problemas —respondió con calma, aunque una leve tensión cruzó su voz—. Pero en serio, un taxi es lo mejor.—Un taxi no es necesario —interrumpió Ángelo con decisión, enderezándose y apuntando hacia la salida—. Yo me voy en mi auto. Más bien, la llevo a usted a su
Renata sintió que algo no iba bien. Las luces de la ciudad se quedaban atrás, y el paisaje comenzó a transformarse en una vasta oscuridad salpicada de árboles y colinas. Su pulso se aceleró al reconocer la carretera sinuosa que llevaba a un lugar que no había visitado en años, pero que aún habitaba en los rincones más íntimos de su memoria: la casa de campo de los Bellucci.Un estremecimiento recorrió su cuerpo, y no supo si era por el frío de la noche o por la avalancha de recuerdos que la asaltaron de golpe. La última vez que estuvo allí había sido en otra vida, cuando era una mujer ingenua, recién casada, que soñaba con construir un futuro junto a Ángelo.Renata cerró los ojos y dejó que los recuerdos la invadieran con una fuerza casi aplastante. Era imposible estar tan cerca de ese lugar sin revivir cada detalle de la noche que marcó un antes y un después en su vida.El verano había sido cálido, pero el aire fresco de la casa de campo le daba un respiro, aunque no podía aliviar el
Ángelo se detuvo frente a Renata, sus ojos verdes cargados de una intensidad que la desarmaba.—Porque este es el lugar donde compartí los mejores momentos con Renata, mi esposa —respondió.Renata sintió que las palabras caían sobre ella como un torrente. Renata. Mi esposa. La manera en que él pronunció su nombre, con un amor tan palpable, perforó la fachada que había construido como Elise Laurent.—Aquí —continuó, señalando hacia la puerta de una de las habitaciones—, nos entregamos por primera vez.El aire en la habitación se tornó pesado, casi irrespirable. Renata trató de mantener la compostura, pero sus manos temblaban imperceptiblemente. Cerró los ojos por un instante, intentando no sucumbir al torrente de emociones que la invadía. Los recuerdos estaban ahí, como fantasmas dispuestos a devorarla.El eco de esa noche regresó con brutal claridad: el roce de su piel, las palabras susurradas al oído, las promesas que le había hecho Ángelo, juramentos que ahora parecían tan lejanos q
Doménico caminaba de un lado a otro en su habitación, la mandíbula la tenía apretada y los puños cerrados. Sus ojos, fijos en el reloj de la pared, reflejaban una furia contenida que amenazaba con desbordarse en cualquier momento.—Te quedaste con él… —murmuró con voz baja, pero cargada de resentimiento—. No comprendo cómo puedes seguir al lado de ese hombre, Renata. Ni siquiera después de todos estos años en los que alimenté tu odio hacia él.Golpeó la pared con un puño cerrado, dejando escapar un gruñido de frustración. Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros, una mezcla de celos, culpa y desesperación.Caminó hasta el pequeño escritorio en la esquina de la habitación. Abrió un cajón con cerradura y sacó un sobre grueso, cuidadosamente sellado. Lo sostuvo entre sus manos, mirándolo como si fuese un objeto maldito.—Esta investigación… —susurró, con un tono más grave mientras se sentaba frente al escritorio. Sus dedos acariciaron el borde del sobre, como si dudara en abrir
Ángelo la siguió besando, su aliento cálido rozando su piel mientras descendía hacia su cuello, dejando un rastro de caricias. Renata sintió cómo el control que había logrado construir durante años comenzaba a desmoronarse. Su cuerpo, a pesar de su resistencia, lo reconocía. Su piel vibraba con cada contacto, con cada roce, como si el tiempo no hubiera pasado. Su corazón se aceleró, su respiración se volvió errática, y por un instante, olvidó quién era ahora.Sin embargo, las memorias más oscuras regresaron, como un jarro de agua fría. Las noches en la fría soledad, las paredes blancas del psiquiátrico, las humillaciones, las lágrimas, la voz de Vittoria y la risa de Beatrice resonaron en su mente. Ese pasado que nunca podría olvidar ni perdonar.Con toda la fuerza que pudo reunir, lo empujó bruscamente, apartándolo de sí.—¡No! —exclamó, con una mezcla de furia y desesperación en su voz.Ángelo dio un paso atrás, confundido, con los labios entreabiertos. La miró, buscando respuestas