Matteo, aliviado, palmeó el hombro de Ángelo y salió del bar apresuradamente, dejándolos a ambos en un tenso silencio.Renata giró hacia Ángelo, quien ya estaba de pie, un poco mareado pero no ebrio.—Es mejor irnos —sugirió con voz firme pero tranquila—. Voy a pedir que nos llamen un taxi.Ángelo negó con la cabeza, un amago de sonrisa amarga asomando en sus labios.—No se preocupe por mí. Usted es una mujer comprometida, Elise. No quiero que tenga problemas con su futuro esposo por mi culpa —arrastró esas frases era evidente el dolor que sentía. Ella lo conocía bien.Renata sintió un tirón en el pecho al escuchar esas palabras. Doménico, su supuesto prometido, era lo último en lo que quería pensar en ese momento.—No habrá problemas —respondió con calma, aunque una leve tensión cruzó su voz—. Pero en serio, un taxi es lo mejor.—Un taxi no es necesario —interrumpió Ángelo con decisión, enderezándose y apuntando hacia la salida—. Yo me voy en mi auto. Más bien, la llevo a usted a su
Renata sintió que algo no iba bien. Las luces de la ciudad se quedaban atrás, y el paisaje comenzó a transformarse en una vasta oscuridad salpicada de árboles y colinas. Su pulso se aceleró al reconocer la carretera sinuosa que llevaba a un lugar que no había visitado en años, pero que aún habitaba en los rincones más íntimos de su memoria: la casa de campo de los Bellucci.Un estremecimiento recorrió su cuerpo, y no supo si era por el frío de la noche o por la avalancha de recuerdos que la asaltaron de golpe. La última vez que estuvo allí había sido en otra vida, cuando era una mujer ingenua, recién casada, que soñaba con construir un futuro junto a Ángelo.Renata cerró los ojos y dejó que los recuerdos la invadieran con una fuerza casi aplastante. Era imposible estar tan cerca de ese lugar sin revivir cada detalle de la noche que marcó un antes y un después en su vida.El verano había sido cálido, pero el aire fresco de la casa de campo le daba un respiro, aunque no podía aliviar el
Ángelo se detuvo frente a Renata, sus ojos verdes cargados de una intensidad que la desarmaba.—Porque este es el lugar donde compartí los mejores momentos con Renata, mi esposa —respondió.Renata sintió que las palabras caían sobre ella como un torrente. Renata. Mi esposa. La manera en que él pronunció su nombre, con un amor tan palpable, perforó la fachada que había construido como Elise Laurent.—Aquí —continuó, señalando hacia la puerta de una de las habitaciones—, nos entregamos por primera vez.El aire en la habitación se tornó pesado, casi irrespirable. Renata trató de mantener la compostura, pero sus manos temblaban imperceptiblemente. Cerró los ojos por un instante, intentando no sucumbir al torrente de emociones que la invadía. Los recuerdos estaban ahí, como fantasmas dispuestos a devorarla.El eco de esa noche regresó con brutal claridad: el roce de su piel, las palabras susurradas al oído, las promesas que le había hecho Ángelo, juramentos que ahora parecían tan lejanos q
Doménico caminaba de un lado a otro en su habitación, la mandíbula la tenía apretada y los puños cerrados. Sus ojos, fijos en el reloj de la pared, reflejaban una furia contenida que amenazaba con desbordarse en cualquier momento.—Te quedaste con él… —murmuró con voz baja, pero cargada de resentimiento—. No comprendo cómo puedes seguir al lado de ese hombre, Renata. Ni siquiera después de todos estos años en los que alimenté tu odio hacia él.Golpeó la pared con un puño cerrado, dejando escapar un gruñido de frustración. Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros, una mezcla de celos, culpa y desesperación.Caminó hasta el pequeño escritorio en la esquina de la habitación. Abrió un cajón con cerradura y sacó un sobre grueso, cuidadosamente sellado. Lo sostuvo entre sus manos, mirándolo como si fuese un objeto maldito.—Esta investigación… —susurró, con un tono más grave mientras se sentaba frente al escritorio. Sus dedos acariciaron el borde del sobre, como si dudara en abrir
Ángelo la siguió besando, su aliento cálido rozando su piel mientras descendía hacia su cuello, dejando un rastro de caricias. Renata sintió cómo el control que había logrado construir durante años comenzaba a desmoronarse. Su cuerpo, a pesar de su resistencia, lo reconocía. Su piel vibraba con cada contacto, con cada roce, como si el tiempo no hubiera pasado. Su corazón se aceleró, su respiración se volvió errática, y por un instante, olvidó quién era ahora.Sin embargo, las memorias más oscuras regresaron, como un jarro de agua fría. Las noches en la fría soledad, las paredes blancas del psiquiátrico, las humillaciones, las lágrimas, la voz de Vittoria y la risa de Beatrice resonaron en su mente. Ese pasado que nunca podría olvidar ni perdonar.Con toda la fuerza que pudo reunir, lo empujó bruscamente, apartándolo de sí.—¡No! —exclamó, con una mezcla de furia y desesperación en su voz.Ángelo dio un paso atrás, confundido, con los labios entreabiertos. La miró, buscando respuestas
Doménico cerró los ojos por un instante, su rostro reflejaba el peso de las verdades que debía confesar. Cuando habló, su voz estaba cargada de un remordimiento que no intentó ocultar.—Cuando todo ocurrió… yo también creí que Ángelo había pagado para que te hicieran daño. Todos lo decían, sus nombres se susurraban en los pasillos del hospital. —Hizo una pausa, como si las palabras le costaran salir—. Pero tiempo después, cuando investigué los abusos de los Santori, descubrí que no era cierto.Renata sintió que el aire se volvía más denso. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, y su rostro se tensó en una expresión que mezclaba incredulidad y rabia.—¿Qué estás diciendo? —preguntó en un susurro, con el corazón latiendo con fuerza en sus oídos.Doménico levantó la mirada, y sus ojos azules brillaron con algo que se debatía entre el dolor y la resolución.—Que fue Vittoria quien pagó para que te hicieran daño —admitió finalmente.El impacto de esas palabras cayó sobre Renata como un go
Renata no había dormido. La madrugada había sido un torbellino de recuerdos y emociones, pero no tenía tiempo para lamentarse. La venganza y recuperar a Dante, seguía siendo su prioridad, y no iba a permitir que nadie se interpusiera en su camino.Cruzó el pasillo hacia la habitación de Doménico, sin molestarse en anunciar su llegada. Él estaba frente al espejo, ajustándose la corbata con movimientos precisos, listo para salir a su consultorio.Renata no dijo nada al principio. Cerró la puerta tras de sí y caminó hasta él con pasos decididos. Sin previo aviso, lo tomó por la corbata, lo atrajo hacia sí y lo besó en los labios. Fue un beso breve, pero cargado de determinación.—Renata… —murmuró Doménico, visiblemente sorprendido, aunque no la apartó.Ella lo soltó, mirándolo con una mezcla de dureza y sinceridad.—Las cosas entre nosotros no han cambiado —dijo con firmeza—. Pero me duele que me ocultaras algo tan importante, Doménico. No vuelvas a hacerlo, sé que querías protegerme, pe
La ausencia de Doménico Ricci era el momento perfecto para ejecutar su plan. Ángelo no lo pensó dos veces y movió las piezas necesarias para que Marisol Reyes, ahora bajo su nueva identidad como Alondra Vargas, se infiltrara en la clínica psiquiátrica como auxiliar administrativa. Había logrado que uno de los socios del hospital, a quien había ayudado en un negocio en el pasado, recomendara a Marisol directamente a la jefa de Recursos Humanos.Cuando Marisol llegó al edificio, un escalofrío le recorrió la espalda. El lugar era imponente y frío, con una arquitectura que parecía diseñada más para intimidar que para sanar. Respiró hondo antes de entrar, ajustándose la chaqueta y tratando de mantener la compostura.—Buenos días, soy Alondra Vargas. Vengo recomendada por el señor Salvatore para el puesto de auxiliar administrativa —dijo al recepcionista, mostrando una sonrisa profesional.El hombre, de unos cuarenta años y una expresión indiferente, asintió y le indicó que se dirigiera al