Vittoria levantó las manos, indignada.—¡No hice nada! —replicó, volviéndose hacia él con una mirada firme—. Beatrice está delirando. Esa nota no tiene nada que ver conmigo.Ángelo cruzó los brazos, su mirada fija en la anciana, evaluándola.—¿Y esa nota? —preguntó, señalando el papel sobre la mesa—. ¿Qué dice?Beatrice intervino antes de que Vittoria pudiera responder.—Nada, me acusan de haberle hecho daño a Renata, pero no es cierto, yo soy inocente. Ángelo. Tu madre fue quien la llevó al límite, quien conspiró para deshacerse de ella.—¡Basta! —gritó Vittoria, su rostro rojo de furia—. Renata estaba perturbada. Si acabó como acabó, fue por sus propios actos, no por los míos. ¡No te atrevas a culparme de algo tan absurdo!Pero las palabras de Beatrice habían dejado una semilla de duda en Ángelo. Recordaba vagamente los últimos meses de Renata en la casa, la manera en que se había aislado, cómo parecía que el mundo entero estaba en su contra. ¿Había algo que no había visto, algo que
Renata y Doménico estaban sentados en una mesa al aire libre, en un restaurante exclusivo de la ciudad. El sol acariciaba suavemente el ambiente, y el murmullo de las conversaciones de los demás clientes se mezclaba con el sonido del tráfico lejano. La comida estaba servida, pero Renata apenas había probado bocado. Aunque intentaba concentrarse en la charla ligera de Doménico, su mente estaba ocupada en otro lugar.El teléfono de Renata vibró suavemente sobre la mesa. Sin alterarse, lo tomó y, al ver el nombre de Gertrudis en la pantalla, se permitió una pequeña sonrisa de satisfacción.—Tengo que atender esto, no tomará mucho tiempo —dijo, mirando a Doménico con calma antes de contestar.—¿Qué sucede, Gertrudis? —preguntó, manteniendo su tono bajo y controlado, pero lo suficientemente audible para que no despertara sospechas.—Señora, el plan funcionó —avisó Gertrudis al otro lado de la línea, con una emoción contenida pero evidente—. Las dos se quieren despedazar.Renata se recostó
Ángelo no podía dejar que esa mujer desapareciera entre las sombras del cementerio sin obtener respuestas. Había algo inquietante en su tono, algo que lo había dejado intranquilo. Con pasos decididos, acortó la distancia y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, sujetó suavemente su brazo.—Espere —pidió, su voz cargada de urgencia.Ella se detuvo y giró hacia él con rapidez, sorprendida por el contacto. Pero al encontrarse con sus ojos verdes, un estremecimiento inesperado la recorrió. Por un momento, se quedó sin palabras, impresionada por la intensidad de su mirada y la cercanía de aquel hombre tan atractivo, jamás había estado frente a uno como él, pero sacudió la cabeza, obligándose a centrarse en lo que realmente importaba.—¿Por qué me dijo eso? —preguntó Ángelo, con el ceño fruncido, su tono una mezcla de confusión y desconfianza—. ¿Qué quiso insinuar?Ella mantuvo la compostura y alzó ligeramente la barbilla, con una expresión que no permitía dudas sobre su seriedad.Ángelo
Beatrice, sorprendida, dio un paso atrás, su rostro enrojecido.—Lo de siempre que este niño torpe rompió un vaso —contestó y miró a Elise con indiferencia—. Dante solo necesita aprender a comportarse, es tan… como lo era su madre."¿Cómo se atreve?", pensó, mientras sus manos se cerraban en puños a los costados. Las palabras de Beatrice resonaban como un eco venenoso en su mente, removiendo heridas que todavía no habían sanado del todo.No obstante, mantuvo la compostura. Su rostro, perfectamente neutral, no reveló el torbellino que se agitaba en su interior. Dio un paso hacia Dante, colocándose ligeramente frente a él, como un escudo protector.—Lo que Dante necesita es una figura maternal que lo entienda, no que lo regañe como si fuera un sirviente —replicó Vittoria, cruzando los brazos.Mientras las dos mujeres intercambiaban miradas cargadas de tensión, Renata aprovechó para acercarse a Dante. Se arrodilló frente a él, ignorando las miradas a su alrededor, y tomó sus pequeñas man
El papel se deslizó de sus dedos al suelo. Beatrice sintió un escalofrío que recorría todo su cuerpo. Su mente la arrastró de vuelta a ese día: el sonido de la risa cruel que había compartido con Carla, la imagen de Renata cubierta de barro, humillada y vulnerable.—¡No, no puede ser! —susurró, pero su voz se quebró.La paranoia la invadió como una marea, llenándola de un terror indescriptible.Entonces, el grito desgarrador escapó de su garganta.—¡Está viva! —chilló, su voz resonando por toda la mansión.En el jardín, Renata levantó la cabeza al escuchar los gritos. Por un instante, su corazón latió con fuerza, pero enseguida una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro.—Esto es para que aprendas a no meterte con Dante —susurró con voz firme en voz baja para que los pequeños no la escucharan—. Y para que pagues por todo el daño que me hiciste.Renata volvió su atención a los niños, escondiendo el tumulto de emociones que se agitaba en su interior.En el interior de la casa, V
Renata, Dante y Chiara reían juntos, ajenos a lo que había sucedido dentro de la mansión. Aunque Renata había escuchado los gritos, se las arregló para mantener a los niños entretenidos, distrayéndolos con juegos y comentarios divertidos.El motivo de las risas era un dibujo accidentalmente deformado que Dante había hecho en el lienzo. Renata no podía contener las carcajadas al señalar cómo parecía más un extraterrestre que un animal, mientras Chiara, entre risas, intentaba arreglarlo.Entonces, una voz profunda y familiar los interrumpió, provocando que Renata sintiera un escalofrío recorrerle la espalda.—¿Se están divirtiendo? —preguntó Ángelo, apareciendo en el jardín con las manos en los bolsillos y una expresión neutral.Dante, que usualmente se mostraba tímido, fue el primero en responder, animado por la buena atmósfera.—¡Mira, papá! —exclamó, sosteniendo el lienzo y señalando su dibujo con entusiasmo—. ¿No parece un marciano?Ángelo se inclinó, observando atentamente la obra
La habitación de Beatrice estaba en penumbra, con las cortinas cerradas y un ambiente cargado de tensión. Carla Carusso, impecable como siempre en su elegante traje de chaqueta, se sentó al borde de la cama de su hija, quien permanecía inmóvil, abrazándose las rodillas. Beatrice levantó la mirada al sentir el peso de la mano de Carla sobre su hombro.—Hija, esto no puede seguir así —comenzó Carla, su tono firme pero con un deje de preocupación—. No puedes quedarte en este lugar. No después de todo lo que está pasando.Beatrice frunció el ceño, intentando mantener una apariencia de fortaleza.—¿Qué estás diciendo, mamá? Yo pertenezco aquí. Soy la señora Bellucci.Carla apretó los labios, conteniendo su frustración.—Beatrice, escúchame. Vittoria es peligrosa. Ya vimos de lo que es capaz. ¿O acaso has olvidado lo que le hizo a Renata? Cómo la enloqueció, cómo manipuló todo hasta que... —Guardó silencio, no podía revelar más, aunque no tenía pruebas pero estaba segura de que Vittoria alg
Ángelo estaba en su oficina, mirando por la ventana con el papel que Marisol Reyes le había entregado en el cementerio entre los dedos. Lo sostuvo con fuerza, como si eso pudiera darle claridad, pero lo único que conseguía era profundizar la confusión en su mente. Finalmente, dejó escapar un suspiro pesado y tomó su abrigo.El barrio al que se dirigió era sencillo, las fachadas de los edificios mostraban los rastros del tiempo y de la vida dura de quienes vivían allí. Al llegar al piso que le habían indicado, tocó la puerta. Una mujer de cabello largo y oscuro abrió con cautela.—¿Señor Bellucci? —preguntó Marisol Reyes, claramente sorprendida de verlo ahí.Ángelo inclinó ligeramente la cabeza, sin apartar su intensa mirada de la de ella.—Necesito hablar con usted.Marisol frunció el ceño, mirando rápidamente hacia el interior del piso. La voz de otras personas se escuchaba en el fondo, mezclada con el ruido de una televisión encendida.—Aquí no —dijo, bajando la voz—. No es un lugar